viernes, 16 de marzo de 2012

El Octavo mandamiento fue pisoteado por la contrarrevolución.


Vladimir Calderón con la bandera de sus amos. Foto AFP
Como era de esperarse, la contrarrevolución externa e interna, así como todo el andamiaje ideológico anticubano, esperaban el desenlace de la ilegal ocupación de la Basílica Menor de La Caridad, para sacar jugosas lascas en su guerra mediática contra Cuba. Como cuervos al acecho, se lanzaron en desbandada para emitir declaraciones, opiniones y denuncias de todo tipo, relacionadas con el desalojo pacífico de sus provocadores ocupantes, previa solicitud de la propia iglesia cubana.

De nada sirvió que el  párroco de la Basílica, el sacerdote  Roberto Betancuort, se apresurara a confirmar que el desalojo fue rápido y sin violencia, según se había acordado entre la jerarquía eclesiástica y las autoridades. Para los detractores de oficio se abrió una oportunidad para difamar al gobierno cubano y desarrollar una oprobiosa campaña de mentiras.

Violando el Octavo Mandamiento, que reza: "No dirás falsos testimonios ni mentirás.", tanto el jefe de los provocadores, Vladimir Calderón, como los principales medios al servicio de los falsarios ataques a Cuba, se dedicaron a propalar las más pecaminosas mentiras.

Le cupo el detestable rol de capitanear esta falaz campaña, nada menos que a Elizardo Sánchez Santacruz, quien declaró en una nota de prensa que Radio Martí, Univisión, El Nuevo Herald, Reporteros sin Fronteras y otros medios y organizaciones de dudosa credibilidad, se dedicaron a difundir. Sabiéndose violador del mandamiento de no mentir, Elizardo declaró en su nota: "La Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional no puede ocultar su tristeza y frustración ante el pedido del Cardenal Jaime Ortega al régimen represivo que impera en Cuba para que desalojase, necesariamente por la fuerza, a un grupo de pacíficos opositores que se habían refugiado en la capitalina iglesia católica de La Caridad para presentar y difundir varias demandas razonables y justas." (...) "Consideramos que se escogió la peor y más peligrosa alternativa. Según nuestras primeras indagaciones, un  comando especial de la policía política secreta, entró como una tromba en la iglesia y arremetió violentamente contra los pacíficos ocupantes a quienes desalojó luego de aterrorizarles con diversos artilugios y técnicas de coacción física."

¿Cómo ocurrió realmente el desalojo?

Exactamente a las 9 de la noche, en presencia de autoridades eclesiásticas, fueron desalojados en forma respetuosa los 13 provocadores, sin que mediara ni una acción violenta, ni ofensa alguna, por un grupo de representantes de la autoridad, quienes se encontraban totalmente desarmados.
De inmediato fueron transportados hacia la Cuarta estación de la PNR, sita en Infanta y Manglar, en donde se procedió a identificar a cada uno de ellos y a realizar los procedimientos de rutina que cualquier órgano policial procedería a realizar, con independencia de la nación en la que sucedieran los hechos. Por supuesto, era legalmente justificado advertir a los detenidos temporalmente el volver a repetir el  tipo de incidente que realizaron, al penetrar en una morada religiosa y forzar al sacerdote a permitirles su estancia bajo presión, afectando el desenvolvimiento de la actividad litúrgica del mismo y de los feligreses del lugar. 

Horas después fueron trasladados a sus lugares de residencia, sin ser molestados o acosados.

La mentira no camina sola


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Fue el propio principal provocador, Vladimir Calderón, quien pasó a asumir el papel de víctima, tratando de proyectar su repudiable actuar hacia la policía cubana. Mentiroso también, olvidándose de la presencia de múltiples testigos, declaró que se emplearon técnicas represivas contra ellos, mientras que Radio Martí se encargaría de todo lo demás.

Benoir Herviu, director de Reporteros sin Fronteras para Las Américas, también pondría su granito de arena en la difamación.

El Nuevo Herald, ansioso de dar la primicia, apenas si se dedicó a verificar los infundios propalados por los contrarevolucionarios y provocadores. A pesar de colocar el comunicado  del Arzobispado de la Habana en su artículo sobre el evento, el plumífero Juan Carlos Chávez, repitió las infamias propaladas desde la Habana, tratando de dar un tono drámatico al suceso: "Poco después de circular la noticia sobre el desalojo, fuentes de la disidencia interna afirmaron que los 13 ocupantes, entre los que se cuentan una mujer de 71 años y un hombre de 82, fueron arrastrados y golpeados en el operativo."


La oportunista y vividora, Yoani Sánchez, no perdió el tiempo y lanzó un lacónico twitter: "la intromision policial en el templo de La Caridad quedará como una página bochornosa de la Iglesia en Cuba". Por su parte, la jefa del grupúsculo conocido como Las Damas de Blanco, Berta Soler, declaró a AFP lo siguiente: "Lamentablemente el cardenal, para mi modo de ver, no debió mandar a desalojar a nadie y menos un templo, porque esa es la casa de Dios".

Sabiamente, y en apego a sus posiciones mantenidas durante la provocación, el Vaticano aprobó la decisión del Arzobispado de la Habana de desalojar a los no invitados invasores.

De acuerdo con la Iglesia Católica, los Diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana. ¿Cómo se permiten violarlos, pues, en forma tan bochornosa e impunemente, los enemigos de Cuba?

¡Qué Dios los perdone!, exclamaría cualquier creyente al conocer que el Octavo Mandamiento ha sido brutalmente pisoteado, en la Habana, por este grupo de facinerosos y provocadores. Mentir, como lo hacen, los denigra y deshonra ante Dios, haciendo su reclamo una muestra de vileza y perjurio.

Percy Francisco Alvarado Godoy

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