miércoles, 2 de julio de 2014

Los caballos de Troya de la guerra sucia: Google, Twitter y Facebook



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La ciberestafa

En una plácida tarde de abril del 2009, Barham Salih, por aquel entonces delegado del primer ministro de Iraq, se sentó en el jardín de su casa de campo en Bagdad mientras un joven empresario de Internet llamado Jack Dorsey trataba de persuadirlo de que tenía que estar en Twitter. Dorsey, el fundador de Twitter, estaba en Bagdad invitado por el Departamento de Estado. Durante los tres días anteriores, él y otros ocho jefazos de Silicon Valley, equipados con cascos y chalecos antibalas, habían sido paseados por Bagdad en un convoy blindado, reuniéndose con cualquiera que valiera la pena. Habían sido presentados al consejo de asesores del primer ministro, estrechados las manos de la Comisión Nacional de Inversiones y hablados ante un grupo de estudiantes de Ingeniería de la Universidad de Bagdad; tuvieron incluso tiempo de hacer una visita al Museo Nacional Iraquí. Entre ellos habían varios importantes ingenieros de Google, el fundador de la herramienta para organizar comunidades Meetup, un vicepresidente de la firma detrás de la plataforma bloguera WordPress y un ejecutivo de Blue State Digital, la firma de estrategia en Internet que había ayudado bastante a que Obama lograra la presidencia el noviembre previo.

La persona que se llevaba toda la atención era Dorsey porque en aquel momento Twitter era algo sobre lo que todo el mundo quería hablar. De hecho, una razón por la que sabemos tanto sobre ese viaje es porque Dorsey y sus colegas pasaron gran parte de su tiempo tuiteando al respecto, mandando noticias de su viaje en haikus electrónicos para sus seguidores en casa. “Muchos helicópteros” —tuiteó Dorsey; “Visto el presidente de Irak. Fantástico palacio.” En otro tweet les dice a sus seguidores que ha estado “diciendo a los iraquíes que imaginen cómo tecnologías como Twitter pueden ayudar a traer transparencia, accesibilidad y estabilidad al área”. Cuando encuentra una red wi-fi en el palacio presidencial, explica lo feliz que está de volver a conectarse: “Poniéndome al día con el resto del mundo.” “¡Aquí están pasando un montón de cosas!” escribe. El tweet inaugural de Barham Salih fue menos animado. “Lo siento, mi primer tweet no agradable; tormenta de arena en Bagdad hoy y otra bomba suicida. Horrible recordatorio de que aquí todo no está bien.”

Era la primera vez que el gobierno estadounidense organizaba una delegación de los nuevos medios de prensa a un país de Oriente Medio. La idea era presentar a los cerebros que estaban tras las iniciativas en Internet a la gente influyente que iba a reconstruir Iraq, pero como los excitados tweets de Dorsey indicaban, la audiencia en casa era igualmente importante. El arquitecto del viaje era un niño prodigio de 27 años del Departamento de Estado llamado Jared Cohen. Él conducía a los techies por Bagdad y explicaba la idea que había detrás de toda esa iniciativa en una conferencia de prensa a través de un video-link a los periodistas en Washington:

Saben, históricamente, hemos pensado en las nuevas tecnologías sobre todo como un instrumento para la comunicación. Pero cada vez más estamos viendo cómo podemos usar la nueva tecnología para apoyar objetivos políticos más amplios, ya saben, tanto si es dar más poder cívico, ya sea capacidad para construir, ya sea la promoción de la responsabilidad y la transparencia, y todo eso. Así, lógicamente, mirando esos dos conceptos, comenzamos a dirigirnos a Silicon Valley, o a la industria tecnológica.

Algunos de los periodistas querían saber cómo toda esa nueva tecnología iba a ayudar un país que no podía garantizar a sus ciudadanos electricidad las 24 horas, pero Cohen no se amilanó. Una razón para el inmenso crecimiento de los teléfonos móviles en Iraq, señaló, era el empeoramiento de la seguridad: la gente necesitaba controlar a amigos, a gente querida, para estar seguros que seguían de una sola pieza. En cuanto a usar la experiencia tecnológica de América como instrumento diplomático: eso, creía Cohen, no era nada complicado. “Al final del día, las plataformas que toda esa gente está impulsando desde la industria tecnológica está penetrada por los valores americanos del pensamiento crítico, el libre flujo de la información, la libertad de elección, la libertad de asociación.” “Wow, Dios santo, aquí tienen un montón de Kool Aid, ¿no?” dijo un periodista al final de la conferencia de prensa. (1)

El Kool Aid tecnológico se había destilado en el Departamento de Estado desde la llegada de Cohen algunos años atrás. Condoleezza Rice le había visto primero. Él la había impresionado engatusándola hasta lograr reunirse con ella cuando era consejera de Seguridad Nacional, y el 2006 ella lo fichó para el Departamento de Estado —como el miembro más joven de su equipo de planificación. Sólo tenía 24 años, y su trabajo era asesorar acerca de cómo usar las redes sociales para apoyar los intereses de EE UU en el Oriente Medio, especialmente entre los jóvenes. Ayudaba que había estado allí de verdad. Durante su estancia en Oxford con una Beca Rhodes, había empleado como pretexto su investigación de postgrado para viajar ampliamente a través de toda la región. Su libro Children of Jihad, publicado dos años después de comenzar a trabajar para el Departamento de Estado, cuenta sus roces con el peligro en un estilo propio de una novela de los Los Cinco.[*] 2 En Beirut se hace amigo de algunos partidarios de Hezbullah en un McDonald’s; en Teherán se las arregla para ser invitado a fiestas clandestinas (“No soy generalmente un gran bebedor pero ¿quién puede resistirse a la oportunidad de emborracharse cuando los mullahs no miran?”); en Siria se duerme en la parte trasera de una taxi y se despierta en Iraq. Y todo el rato hace preguntas, a menudo de forma chillona. En el Líbano hace una encuesta: “Con una sola frase, si los Estados Unidos pudiera cambiar algo para obtener el apoyo de la juventud, ¿qué sería?” Las respuestas no animan; un joven libanés indica que “América es el mayor imperialista y la única cosa que quiero es ver América destruida.” No pasa mucho antes que sus nuevos amigos de Hezbullah comiencen a preguntarse por sus motivos y dejen de invitarlo a McDonald’s. “Se volvieron totalmente incapaces de responder —recuerda Cohen— y comencé a preguntarme por qué.”

Children of Jihad está escrito con la exuberancia de un hipster durante su año sabático, pero no es estúpido. Los jóvenes que Cohen se encuentra tienen poca fe en los regímenes autoritarios que los gobiernan, pero también le recuerdan que la intervención militar occidental sólo empeora las cosas. Sus experiencias dejan a Cohen con firmes convicciones sobre cómo fomentar el cambio en el Medio Oriente. “La juventud solamente puede ser comprendida como su propio fenómeno,” dice:

Son mucho más tolerantes que las viejas generaciones y aparentemente más sofisticados… Internet es su sociedad democrática. Aunque Internet es monitoreado, la juventud se ha vuelto extremadamente sofisticada a la hora de superar la vigilancia. Se han convertido en revolucionarios digitales, creando, participando y popularizando chat rooms, blogs y foros para discusiones sobre todo, desde los deportes a la política.

Su libro concluye con una consigna: “los jóvenes del Medio Oriente pueden ser contactados —y pueden estar esperando noticias de nosotros.”

La llegada de Cohen al Departamento de Estado coincidió con un nuevo estallido de hostilidades entre la Administración Bush e Irán, y una consecuencia fue que al Departamento de Estado le fueron garantizados 75 millones de dólares para diseminar propaganda y ayudar a elementos hostiles al régimen iraní. Entonces quedó claro que sencillamente tirar dinero creaba más enemigos que amigos de EE UU. Mientras tanto, lejos del público ruido de sables, Cohen construía puentes con grandes compañías de Internet como YouTube y Twitter, y hacía aliados al argumentar en favor de las redes sociales y comprobando lo que era posible. También hacía amigos en Facebook. A principios de 2008, un grupo de Facebook llamado “Un millón de voces contra las FARC” creció en Barranquilla para hacer campaña contra la guerrilla; el informático detrás del mismo se vio sorprendido al recibir un mensaje de Cohen, preguntándole si podía hacerle una visita.

Unas semanas después de la victoria de Obama, James Glassman, otro funcionario de la era Bush en el Departamento de Estado, dio una conferencia en la New American Foundation en que hizo énfasis en Internet. Glassman había estado en Bogotá con Cohen, y comenzó a hablar de la historia de la campaña del Millón de Voces. Intentos de iniciar contacto con ciudadanos extranjeros solían suponer pensar en esquemas educacionales y culturales para lograr que el lado americano de la historia llegase, dijo, pero eso era ya algo pasado de moda. “Hemos llegado a la opinión de que la mejor manera de conseguir nuestros objetivos en la diplomacia pública es a través de una nueva aproximación a la comunicación, una aproximación que se hace mucho más fácil debido a la emergencia del Web.2.0 o las nuevas tecnologías para redes sociales. Llamamos a nuestra nueva aproximación Diplomacia Pública 2.0”

Diplomacia Pública 2.0 era algo más que una tecnología: era una aproximación holística, una actitud. Y ya estaba teniendo lugar. “Nuestro Equipo de Aproximación Digital va a los blogs y websites. En árabe, farsi, urdu, y esperamos que pronto en ruso, sus miembros se identifican como representantes del Departamento de Estado. Inician conversaciones, informan educadamente, corrigen distorsiones sobre las políticas estadounidenses.” Los enemigos terroristas de América no son pueden competir con esa interactividad. “Los extremistas no podían adaptarse a las redes sociales porque conmocionan los fundamentos de sus exhaustas, rígidas ideologías. (Aunque la ideología de la administración Bush parecía también un poco exhausta).”

Para la Secretaria de Estado entrante, Hillary Clinton, y sus consejeros, la idea de hacer política exterior en Facebook arrojaba intrigantes posibilidades. Liberada de su aspecto propagandístico más radical y reconvertido en una campaña de Internet por la libertad en lugares como Irán, el alcance norteamericano se ajustaba bien con el compromiso electoral de Obama de colocarle una cara más amable al poder. Cohen, que por aquel entonces estaba proponiendo Facebook como “una de las herramientas más orgánicas para la promoción de la democracia”, era el hombre. No sólo se le permitió mantener su trabajo: le hicieron presidir un nuevo grupo de trabajo en el Internet. En mayo de 2009 la nueva aproximación tuvo su primera aparición pública, y recibió una capa de pintura fresca. “El estadismo para el siglo XXI —dijo Hillary Clinton en una serie de conferencias coreografiadas— consistía en usar Internet para trabajar desde ‘abajo’; la cosa iba menos sobre decirle a la gente qué pensar que sobre animarla a alzarse por su derecho a hablar entre ellos mismos y, si lo deseaban, con los Estados Unidos. De la misma manera que los combatientes americanos de la Guerra Fría habían utilizado Radio Free Europe y el Congress for Cultural Freedom para derribar el muro de Berlín, la campana por la libertad en Internet podía ayudar a derribar los firewalls que los regímenes autoritarios habían levantado alrededor de sus poblaciones, y ayudar a los disidentes en el interior.

Había razones para pensar que algo se estaba tramando. El pasado mes de abril miles de protestantes tomaron las calles en Chisinau, la capital de Moldavia, para quejarse sobre el fraude electoral; los observadores notaron que algunos estaban usando Twitter, y la revuelta fue llamada “la revolución Twitter”. Dos meses después, tras la disputada elección el 12 de junio, cientos de miles de iraníes se lanzaron a las calles de Teherán y otras ciudades en apoyo a Mir Hossein Mousavi, uno de los candidatos derrotados. Durante algunos días la prensa controlada por el gobierno pretendió que nada pasaba. Twitter y otras redes sociales resonaban con noticias de marchas inminentes; los sucesos estaban siendo analizados a medida que pasaban y, durante la represión, cualquiera con un teléfono móvil podía ver imágenes de una brutalidad impuestas por la policía y la milicia Basij. En una serie de entradas de blog colocadas pocas horas después de las primeras manifestaciones, Andrew Sullivan de The Atlantic proclamo a Twitter “la herramienta crítica para organizar la resistencia en Irán”. En un artículo de agitprop electrónico declaró que “la revolución será tuiteada.” Los tecnófilos de Washington no estuvieron en desacuerdo.

Uno de los más entusiastas de estos nuevos desarrollos era un maestro de telecomunicaciones interactivas en la Universidad de Nueva York llamado Clay Shirky. Shirky es un agudo y atractivo escritor. Su libro Here Comes Everybody: How Change Happens when People Come Together había sido publicado poco antes, y en la teología del evangelismo digital era ya considerado como un texto fundacional. [2] Here Comes Everybody está lleno de historias que hacen que la acción colectiva parezca una maravilloso silbido de desaprobación: la mujer que perdió su teléfono móvil en la parte trasera de un taxi y usó a Internet para recuperarlo, los cien jóvenes neoyorkinos que fueron persuadidos por un email anónimo de convergir en los grandes almacenes Macy para mirar juntos en silencio una cara alfombra.

Shirky argumentaba que Internet había abierto la posibilidad de una nueva y excitante forma de coordinación social sin líderes. Desde ahora, dijo, bloguear y la conexión a las redes sociales en línea iban a ser centrales para la libertad política. “Hablar en línea es publicar, y publicar en línea es conectar con otros. Con la llegada de una edición globalmente accesible, la libertad de expresión es ahora la libertad de prensa, y la libertad de prensa es la libertad de asamblea.” Tomando el ejemplo de un grupo de activistas bielorrusos que habían esquivado a la policía secreta organizando su manifestación en un blog, Shirky predijo que Internet podría demostrar ser especialmente útil en países en que el gobierno mantiene un control firme sobre los medios de comunicación, porque los disidentes pueden usarlo para escapar a las autoridades. “El gobierno no puede interceptar por adelantado a los miembros del grupo, porque de entrada no hay grupo.” Antes, en junio, Shirky había estado en lo alto del cartel anunciador en una conferencia promocional tecnológica TED (Tecnología, Diversión y Diseño) en el Departamento de Estado. “Este es el decisivo,” dijo a medida que los sucesos se desarrollaban en Irán. “El grande. Esta es la primera revolución que ha sido catapultada a un escenario global y transformada por las redes sociales.”

Desde su oficina en el Departamento de Estado, también Cohen vigilaba de cerca el flujo de tweets referentes a Irán. El lunes 15 de junio, a medida que las protestas postelectorales cobraban impulso y una marcha masiva se celebraba para apoyarlo, Mousavi alertó a sus seguidores en Twitter que la red social estaba a punto de llevar a cabo un cierre de rutina para revisar su sistema. Cohen, que ya estaba colaborando de cerca con Jack Dorsey, le mandó un email directo para sugerirle que retrasase la puesta a punto. Twitter accedió, anunciando en su website que debido “al papel que Twitter está interpretando en este momento como importante medio de comunicación en Irán” retrasaba el mantenimiento del sistema previsto hasta el martes por la tarde, cuando ya se estuviera en mitad de la noche en Teherán.

El email de Cohen no llego en buen momento. Antes, aquel mismo mes, Obama había dado su discurso del Cairo, en el que había admitido el papel de la CIA en el derribo del gobierno democrático de Irán en 1953. El día en que el New York Times reveló la historia del email de Cohen, Obama dijo que, dada la historia de las relaciones entre ambas naciones, América no podía ser vista “implicándose en las elecciones iraníes”. En una conferencia de prensa en el Departamento de Estados negó que el gesto de Cohen fuera lo mismo que implicarse y rebajó su importancia. “Esto es completamente consistente con nuestra política nacional,” dijo. “Somos partidarios de la libertad de expresión.” Tanto si Cohen zancadilleó o no a sus superiores, su intervención no le dañó. En julio, el Senado de Estados Unidos autorizó un fondo de 20 millones para construir websites y software para ayudar a los iraníes a compartir y recibir información por debajo del radar de su gobierno.

También Obama pareció simpatizar con Internet como herramienta para hacer geopolítica. En un discurso a los estudiantes chinos en noviembre, contestó una pregunta plantada sobre la censura en Internet (había sido presentada a través del website de la embajada estadounidense y pedida por el embajador): “Creo que cuanto más libremente fluya la información, más fuerte será la sociedad, porque entonces los ciudadanos de países alrededor del mundo podrán pedirle cuentas a sus propios gobiernos.” En enero de este año Google anunció que hackers que habían tratado de penetrar en las cuentas Gmail de los disidentes chinos y dijo estar considerando retirarse de todo el país. La decisión de Google llegó unos días más tarde, después que Cohen llevase otra delegación, incluidos Dorsey y el Presidente de Google, Eric Schmidt, a Washington para una cena privada con Hillary Clinton y su equipo. Una semana después Clinton habló aún más firmemente en defensa de la libertad en Internet y el papel de la administración Obama asegurándola. Secundando la advertencia de Obama a los chinos, argumentó que nuevas herramientas y políticas frescas eran necesarias para “desarrollar nuestra capacidad para lo que en el Departamento de Estado llamamos diplomacia del siglo XXI”; anunció una iniciativa para ayudar a los activistas a evitar la vigilancia en Internet; y urgió a las compañías americanas a asumir el liderazgo a la hora de desafiar las demandas de gobiernos extranjeros a favor de la censura. “La libertad para conectarse.” Dijo, “es como la libertad de reunirse, sólo que en el ciberespacio. Permite a los individuos entrar en línea, reunirse y, esperémoslo, cooperar.” La libertad del Siglo XXI, si eso significaba algo, iba a ser la libertad para usar Twitter.

¿Tiene Twitter el poder que se le atribuye? Algunas pruebas de la contestada elección iraní son presentadas en Death to the Dictator!, la primera narración tamaño libro del ascenso y caída del activismo. El libro dice ser la obra de un periodista iraní trabajando bajo seudónimo, y describe la experiencia de un joven (también con seudónimo) de Teherán que se deja arrastrar por la excitación y después es arrestado y torturado por la milicia Basij. Lo que empieza como una campaña contra el fraude electoral en apoyo a un político derrotado pronto se transforma en algo más interesante: un caótico alzamiento contra los clérigos y la Guardia Revolucionaria que, de haber continuado extendiéndose y cobrando fuerza, podría haber amenazado los fundamentos de la República Islámica. Las redes sociales, sin embargo, juegan un papel menor, y además ambiguo, en la historia de Afsaneh Moqadam. Inicialmente los protestantes se siente felices de usar sus teléfonos móviles para dejarse saber los unos a los otros acerca de las próximas marchas, y para compartir imágenes de las demostraciones en YouTube. Pronto, sin embargo, comienza a preocuparles la aceleración de la información. “Las cámaras de los teléfonos, Facebook, Twitter, las estaciones satélite,” se queja el narrador anónimo, “La prensa se supone que refleja lo que pasa, pero estos [medios] hacen parecer que las cosas pasan mucho más aprisa. No hay tiempo para argumentar lo que pasa.” Muchos llegan a creer que las compañías occidentales de teléfonos móviles han facilitado al gobierno iraní un software que les permite escuchar subrepticiamente sus conversaciones. Algunos, incluso, temen que sus teléfonos móviles se hayan convertido en micrófonos que les espían.

En poco tiempo el protagonista ya está urgiendo a sus compañeros activistas para que no lleven sus teléfonos a las manifestaciones —si los pierden o dejan caer, serán trazados de vuelta a sus propietarios. En una de las demostraciones posteriores, se da cuenta de que alguien con un teléfono móvil toma subrepticiamente fotos suyas y de sus compañeros manifestantes. Entonces ve una foto de él mismo en un website progubernamental que solicita ayuda para identificar a los revoltosos —una aplicación novel de lo que los gurús del Internet llaman ‘crowdsourcing’. Fue sólo después de la represión del 20 de junio que los protestantes se retiran a sus apartamentos para pasar horas en Internet, compartiendo software anti filtraciones y buscando trozos de noticias en Facebook, YouTube y websites reformistas. Y fue entonces cuando las autoridades apretaron fuerte: el internet está a menudo bloqueado o tan lento que casi llega a detenerse la red de móviles a menudo desconectada, haciendo imposible el mandar textos. Cuando el servicio se restauró finalmente, una sugerencia medio seria que circuló entre los activistas fue abandonar todo el medio: “¡Boicotear los SMS! ¡Eso les costará un montón a las empresas de telecomunicaciones!”

Que Death to the Dictator! dedique poco tiempo a Twitter no es una casualidad. Cuando miras las cifras te das cuenta de que tan sólo un pequeño número de iraníes lo estaba usando. En 2009, de acuerdo a una firma llamada Sysomos, que analiza las redes sociales, existían 19.235 cuentas de Twitter en Irán —un 0.03 por ciento de la población. Investigadores de Al-Jazeera encontraron tan sólo 60 cuentas Twitter activas en Teherán en el momento de las manifestaciones, que se redujeron a seis después de la represión. Existe ciertamente una creciente cultura del Internet en Irán —en Blogistan, los académicos especializados en comunicación Annabelle Sreberny y Gholam Khiabany estiman que existen unos 70.000 blogs activos en el país, incluyendo una vibrante blogosfera gay— pero está lejos de ser un reservorio de reformistas liberales. Los partidarios de Ahmadinejad emplearon Facebook y Twitter para lanzar sus consignas mientras que, del otro lado, alguien organizó un grupo de Facebook llamado “Apuesto a que puedo encontrar un millón de personas a las que no les guste Ahmadinejad” (había ya atraído 26.000 seguidores el 10 de abril de 2010). Existen pocas pruebas, sin embargo, de que alguna de esas actividades por Internet alimentase las manifestaciones callejeras; en su mayoría fueron organizadas boca-a-oreja y con mensajes de texto mandados a amigos. Pero Internet ayudó a los protestantes a evitar la prensa del estado y, para los pocos iraníes hambrientos de información que lo tenían, Twitter permitió mandar noticias fuera del país cuando las autoridades estaban bloqueando la red móvil. Incluso entonces, sin embargo, la solidaridad global que atrajo hacia su causa pudo haberlos distraído de la tarea real de acercarse a sus propios ciudadanos.

Fue más útil para la prensa global. “Twitter funcionó principalmente como una gran cámara de resonancia para los mensajes solidarios de voces globales, que simplemente frenaron la velocidad habitual del tráfico,” concluyen los autores de Blogistan. El 16 de junio las autoridades prohibieron a los periodistas cubrir las manifestaciones sin permiso. Aburridos en sus habitaciones de hotel, la mayor parte de los corresponsales extranjeros comenzaron a navegar a través de la tormenta de tweets y videoclips y a tratar de comprender lo que pasaba. Pero todo era muy difícil de verificar, y en gran parte era tuiteado desde fuera del país: para aumentar el caos, muchos simpatizantes de ultramar habían cambiado su localización para hacer ver que estaban en Irán. El objetivo —tal vez— era confundir a las autoridades iraníes para que abriesen las puertas de la información, pero el flujo de tweets no verificables puede haber confundido también a algunos manifestantes. Algunas de las cosas diseminadas por Twitter —la noticia, por ejemplo, de que Mousavi había sido arrestado— simplemente era falsa; también los descarados partidarios extranjeros del movimiento a menudo retuiteaban rumores y desinformación desde la comodidad de sus portátiles. “Aquí hay mucho ruido,” declaró el propietario de un site activista basado en Estados Unidos al Washington Post. “Pero cuando miras a fondo… ves que son sobre todo americanos twitteando entre ellos.”

Los iraníes que protestaban tenían toda la razón para sentirse paranoicos con respecto al Internet. Mientras algunos manifestantes estaban ocupados pidiendo apoyo virtual del mundo más allá de sus fronteras, la policía escaneaba las redes sociales para detenerlos. Según Evgeny Morozov, las autoridades iraníes y sus aliados fueron ágiles a la hora de captar la onda, y pronto inundaron las redes móviles y el Internet con información falsa y videos de dudosa autenticidad como formas para intimidar, dividir o desmoralizar a la oposición. “Querido ciudadano,” comenzaba un alegre texto enviado a conocidos manifestantes, “de acuerdo con la información recibida, ha sido usted influencia por la propaganda desestabilizadora que la prensa afiliada con naciones extranjera ha estado diseminando.” Morozov, un graduado del Open Society Institute de Georges Soros, sabe por su Bielorrusia natal que el activismo electrónico no necesariamente derriba las puertas de regímenes represivos. Incluso si las autoridades pierden su monopolio sobre el flujo de la información, como muestra en The Net Delusion, tiene acceso a un nuevo tipo de control social: la habilidad de manipular el flujo y parasitarlo. Los partidarios del régimen pueden ser llamados a “subir” su propia propaganda; el Kremlin ha cultivado toda una escuela de jóvenes blogueros para propagar conspiraciones sobre supuestas amenazas a la soberanía rusa.

Y ahora es más barato, incluso para regímenes autoritarios, vigilar lo que hacen sus ciudadanos. En una entrevista con el Financial Times de 2009, un ejecutivo de marketing de una empresa china dedicada a la recolección de datos, afirmaba que las autoridades chinas han sido capaces de recortar el tamaño del personal que monitorea Internet gracias a un ahorro eficiente. “En el pasado la KGB recurría a la tortura para enterarse de las conexiones entre activistas,” dice Morozov. “Hoy simplemente les basta con ir a Facebook.” 

Dado que los miembros de las redes sociales pueden permanecer anónimos, dice Morozov, sería poco inteligente emplearlos para organizar una manifestación semisecreta. El problema para los manifestantes en Teherán era que su movimiento carecía de dirección concreta más allá de su demanda de que la elección fuera anulada. La intervención de un nuevo tipo de organización bastante desordenada, conectada en red, sin forma y sin liderazgo, no pareció ayudar. A finales de los noventa Alan Greenspan ridiculizó la noción de moda de que la economía punto.com trastornaría las leyes tradicionales del provecho y la pérdida económica: lo llamó “exuberancia irracional”. Existe ahora otra exuberancia irracional sobre el potencial de las redes sociales: como si la conexión en línea pudiera rescatar la prensa, restaurar la democracia y liberar a la parte condenada del planeta, tweet tras tweet.

¿Pero por qué tanta gente quiere que Twitter venza? Para los Estados Unidos, atascados en Irak y Afganistán, es fácil ver el atractivo. Con el plan neoconservador para exportar libertad y democracia a un Medio Oriente en ruinas, resultaba más barato y sutil para el Departamento de Estado agruparse en torno a la causa de la libertad en Internet —mandar lo que Morozov llama “cyber-cons”. En algún punto sin embargo la retórica de la libertad en Internet condujo a la más inestable propuesta de que los ciudadanos de regímenes autoritarios podían obtener su libertad tan sólo con reunirse en la red.

Los peligros de animar a los activistas a confiar en la tecnología fueron claramente ilustrados cuando un plan del Departamento de Estado, para ayudar a que los disidentes iraníes engañasen a la policía distribuyendo software contra la vigilancia, salió del revés. El software se llamaba Haystack, y el pasado marzo el Departamento de Estado concedió una rara licencia permitiendo que fuera exportado a Irán; puesto que Haystack era el único Software de su tipo al que se le concedió esa licencia, eso equivalía a un sello de aprobación oficial. Entonces se descubrió que era completamente inseguro –“el peor software que nunca he tenido la desgracia de reventar”, según el experto de seguridad en computadoras que Morozov consultó. En medio de una crítica creciente de sus esfuerzos, algunos de ellos de disidentes iraníes, la gente detrás de Haystack finalmente capituló en septiembre y admitió las debilidades de su sistema (su principal desarrollador cortó las comunicaciones con un tweet: “un tornado viene derecho hacia mi… me largo”). En la guerra propagandística dentro de Irán, episodios como este dan al gobierno un arma valiosa. Para grandes compañías americanas de internet como Google y Twitter, el peligro es que sus intereses lleguen a estar definidos como demasiado cercanos con los del gobierno americano: que sean vistos como contrabandistas de formas de gobierno bajo el pretexto de entregar tecnología. En los cenáculos conspirativos del Medio Oriente, las campañas a favor de la libertad en Internet son denunciadas como tapaderas de una más amplia agenda americana, el test de un nuevo oculto complejo militar-twitter.

Nada de esto parece haber mellado el entusiasmo del Departamento de Estado por su nuevo enfoque, y el estatus y visibilidad de burócratas como Jared Cohen ha sido ampliado. Desde aquella visita inicial a Irak, Cohen y su colega Alec Ross, que trabajó en la campaña electoral de Obama, han conducido una serie de delegaciones tecnológicas a numerosos países –entre ellos Afganistán, México y Rusia. Entre tanto están ocupados twitteando. Con sus bromas entre palmaditas puntuadas con palabras como “asere” y “extraordinario”, el dúo se nos presenta como un Bill y Ted del estadismo del Siglo XXI, en una excelente aventura para llevar las maravillas de las redes sociales al resto del mundo. Conduciendo un contingente a Siria en junio, Cohen twitteo: “No bromeo cuando digo que acabo de tener el mejor frappucino de mi vida en la Universidad de Kalamoun, al norte de Damasco”; después, Ross puso al corriente su tweeter feed con la noticia de que Cohen había retado al Ministro Sirio de telecomunicaciones a un concurso de comer pasteles. Esto es algo popular, lo suficiente como para transformar a dúo en mini celebridades dentro del mundo del Twitter: Cohen tiene más de 300.000 seguidores. Durante cien días consecutivos de este mismo año, se molestó en twittear recordatorios de los cien días más odiosos del genocidio de Ruanda. En septiembre Google anunció que lo había sacado del Departamento de Estado para dirigir su nuevo grupo de debates geopolíticos, Google Ideas. La revuelta de los fanáticos de los computadores apenas acaba de comenzar.

 
[1] Children of Jihad: A Young American’s Travels among the Youth of the Middle East (Gotham, 288 pp., 2008).

[2] Penguin, 352 pp., enero de 2009.
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Death to the Dictator: Witnessing Iran’s Election and the Crippling of the Islamic Republic por Afsaneh Moqadam
Bodley Head, 134 pp, Mayo de 2010, ISBN 978 1 84792 146 8
The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom de Evgeny Morozov
Allen Lane, 408 pp , Enero de 2011, ISBN 978 1 84614 353 3
Blogistan: The Internet and Politics in Iran de Annabelle Sreberny y Gholam Khiabany
I.B. Tauris, 240 pp, Septiembre de 2010, ISBN 978 1 84511 607 1

por James Harkin

Dic 11, 2010 

Este artículo fue publicado originalmente en London Review of Books. Traducción de Juan Carlos Castillón

Tomado de  ww.laproximaguerra.com

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