Barrie Trower fue agente de inteligencia inglés
Los
dispositivos para el rastreo de personas, la manipulación remota del
comportamiento y la inducción de enfermedades son tecnologías con medio
siglo de desarrollo científico. Tienen patentes registradas, permisos
legales y proveedores oficiales. ¿Cuánto puede influir la guerra
encubierta en el desarrollo de la historia?
“La
tecnología pondrá a disposición de los líderes de las principales
naciones una amplia gama de técnicas para llevar a cabo guerras
secretas, para las cuales se necesitará de apenas un mínimo de fuerzas
de seguridad en el campo”.
Zbigniew Brzezinski, “Entre dos edades: el rol de los Estados Unidos en la era tecnotrónica”. 1970
Por Claudio Fabian Guevara
Por
estos días me gustaría hablar con Barrie Trower sobre sus temas
favoritos. Le preguntaría qué avances se han logrado en los últimos años
en la guerra de las microondas y su arsenal de armas encubiertas, que
las potencias desarrollan desde hace décadas para objetivos tan variados
como dispersar manifestantes, abatir moralmente a disidentes o inducir
cáncer y otras enfermedades. Le preguntaría cómo cree que fue atacado
Hugo Chávez, si sospecha que también Fidel fue víctima de esta brutal
ingeniería para la muerte, y cuán seguros pueden estar otros líderes del
mundo.
Muchas
voces descalificaron como “no científica” la posibilidad de
“inoculación” de un cáncer en el fallecido presidente Chávez, tal cual
sugirió el vice Maduro horas antes del deceso del líder venezolano.
“Inocular” no parece la palabra apropiada en este caso. Pero descartar
como “no científica” la posibilidad de un sofisticado ataque para
“inducir” una enfermedad mortal en un líder político de la talla de
Chávez, ignora décadas de experimentos y estudios científicos del más
alto nivel que han establecido protocolos y tecnologías para lograr
estos objetivos. Y otros, igual de horrendos: inducir al suicidio,
provocar depresión, trastornos mentales o cambios en la personalidad. En
la literatura especializada se denominan “armas psicotrónicas". En el
hipócrita lenguaje de los documentos oficiales, “armas no letales".
Entre
otros, Barrie Trower habla de estas cosas. Es un personaje poco
conocido, y no es fácil explicar quién es. Trabajó como agente británico
diez años, en el área de “microwave warfare”, interrogando espías
extranjeros atrapados in fraganti en la tarea de irradiar targets
enemigos. Hoy en día, en sus entrevistas y ponencias en diferentes
partes del mundo, habla sobre el devastador efecto de las tecnologías
inalámbricas en las personas, que se basan en microondas. Precisamente,
llegué a su testimonio estudiando la influencia de los campos
electromagnéticos en la salud, para una investigación de la Universidad
Veracruzana de México.
Trower
también explica que las potencias trabajan desde hace más de medio
siglo en el desarrollo de armas encubiertas con variados fines. Esta
tecnologías abarcan, por ejemplo, la escalofriante “skull voice”, que
proyectada sobre la víctima, le hace escuchar voces dentro de su cráneo.
Sirve para telecomandar a un asesino, o para aterrorizar a un enemigo,
entre otras “aplicaciones útiles”. También hay dispositivos de rastreo
de personas, lectura del pensamiento, manipulación remota del
comportamiento y las emociones, y por supuesto, inducción de
enfermedades mortales en víctimas escogidas.
No
se trata de ciencia ficción, ni de “teorías de la conspiración”. Son
hechos plasmados en documentos oficiales. Hay patentes registradas,
referencias legales y proveedores oficiales de los Estados que incluyen
las “armas no letales” entre su oferta.
Hasta
donde sabemos, estas tecnologías aparecieron casi por casualidad en la
Segunda Guerra Mundial. Una de las primeras pistas para el inicio de la
investigación con fines bélicos la proporcionó Allan Frey en 1962, que
reportó el “efecto auditivo” que producían las microondas y los radares
entre personal militar que circulaba cerca de las torres de transmisión.
Media
siglo después, sabemos de programas de investigación militar, ensayos
prácticos y fundamentos teóricos que condujeron al desarrollo de “armas
no letales”, basadas en frecuencias, ultrasonidos y microondas, que no
dejan rastros en sus víctimas.
Aquello
que se conoce públicamente data de décadas atrás. No sabemos qué
tecnologías pueden constituir el “state of the art" de la guerra
encubierta en 2013. Sólo tenemos algunas pistas, y no son nada
tranquilizadoras.
Las
tecnologías de hace 40 años, diseñadas para ser aplicadas a cualquier
organismo en general, y por lo tanto, de éxito dispar, hoy pueden ser
personalizadas a partir del ADN de la víctima para que su efectividad
sea fulminante.
Por
lo tanto, la pregunta no es si esto puede suceder o no. La pregunta es,
¿Cómo lo hacen? ¿Hasta donde han llegado? ¿Cuánto puede influir la
guerra encubierta en el desarrollo de los acontecimientos históricos?
El valor estratégico de la invisibilidad
Para
el ciudadano común es doloroso admitir la posibilidad de que nuestros
Estados, a los que identificamos de alguna manera con nuestros padres,
puedan estar implicados en crímenes tan monstruosos. Pero si nos
desapegamos de esta postura ingenua, y estudiamos en detalle el caso,
veremos que la voluntad política de eliminar el disenso, incluso por
vías violentas, es indisimulado, sobre todo en las facciones más
extremistas de la elite gobernante.
Una
estadística simple nos permitirá observar que hasta los 70, las
personas socialmente influyentes o peligrosas para el status quo tenían
una alta posibilidad de morir violentamente en un atentado o en un
“accidente”. Pero a partir de entonces, los agentes del cambio social
son muchísimo más propensos a morir como consecuencia de enfermedades
misteriosas, muertes súbitas, posibles envenenamientos imposibles de
rastrear, y sobre todo, cáncer. “Es como si tener tendencias
izquierdistas fuera peligroso para la salud de una persona", arriesga
Charles Kong Soo, que enumera un listado elocuente de muertes de este
tipo en los últimos 20 años.[1]
Cuando
Chávez en vida arriesgó la posibilidad de que hubiera un sabotaje
contra los presidentes latinoamericanos, se daba la curiosa coincidencia
de que padecían cáncer el ex presidente argentino Néstor Kirchner (cáncer de colon), la presidente Dilma Rousseff de Brasil (cáncer de linfoma), su predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva (cáncer de garganta), el propio Chávez (no revelado), el ex presidente cubano Fidel Castro (cáncer de estómago), el presidente boliviano Evo Morales (cáncer nasal) y el presidente de Paraguay, Fernando Lugo (cáncer de linfoma). Posteriormente también sufrió un tumor Cristina Fernández,
esposa de Kirchner y su sucesora. No eran todos peligrosos
revolucionarios antiimperialistas, pero tenían algo en común: formaban
un bloque compacto con acuerdos comunes frente a la prepotencia del
Norte. El balance tres años después: Chavez fue devorado por la
enfermedad, Kirchner falleció repentina y misteriosamente, Fidel sigue
debilitado y Lugo fue derrocado.
Habitualmente,
incluso personas de alto discenimiento se encogen de hombros,
escépticos, ante la insinuación de que estas cadenas de acontecimientos,
y otras realidades sugestivas, puedan responder a un diseño. “Si
ciertas potencias gozan de este poderío, por qué no lo usan para
eliminar definitivamente a todos sus enemigos”?, se pregunta.
La
respuesta es obvia. La guerra encubierta es un concepto sólo aplicable
para inducir ciertos acontecimientos en silenciosa reserva, mostrar un
poderío disuasivo, condicionar y persuadir secretamente a ciertos
enemigos. Tan pronto como un arma encubierta se utiliza abusivamente
para provocar cambios violentos que son advertidos por el grueso de la
población, es puesta en evidencia y deja de serlo, perdiendo su principal valor estratégico: la invisibilidad.
Nuestro ser bioeléctrico
La
base científica de las armas psicotrónicas reside en la dimensión
bioeléctrica de nuestra vida. La tierra, nuestro ambiente natural, es
una enorme caja de resonancias, y nuestros cerebros están “sintonizados”
en su frecuencia. Nuestras células se comunican entre sí mediante
señales de radio. El DNA, como muestra la investigación del ruso Piotr
Garvagej, es una antena que dialoga con su entorno mediante señales y
sonidos. Biólogos y físicos coinciden: radiofrecuencias y campos
magnéticos tienen una influencia decisiva en los sistemas vivientes.[2] Por
eso la medicina de frecuencias ya desarrolla métodos de curación de una
extensa gama de enfermedades basado en campos pulsátiles de baja
frecuencia.[3]
Así
como hay campos electromagnéticos curativos, hay campos patógenos, hoy
conocidos como contaminación electromagnética. Y también existen
frecuencias diseñadas intencionalmente paa provocar ciertos daños o
efectos. Pequeñas dosis de energía electromagnética provocan cambios en
las emociones, en el funcionamiento del cerebro y la salud general de
las personas.[4] Estas
ondas son direccionables a distancia, invisibles e indetectables, lo
cual las convierten en la materia prima ideal de la nueva guerra fría.
Hace
muchas décadas que las potencias desarrollan programas orientadas a
desarrollar este tipo de armamento con fines de espionaje, defensa
nacional o seguridad interior. Esto no es novedad para nadie que realmente estudie el tema.
Los primeros emergentes datan de 1965, cuando el doctor David Krech de
la Universidad de Berkeley, EE.UU., habló en el New York Times de la
posibilidad de controlar la mente con fines militares. Años después, Paul Tyler,
médico responsable de la investigación de la Marina norteamericana de
los efectos de las radiaciones sobre los seres humanos, reconocería en
el Centro Universitario para la Doctrina Aeroespacial que “se pueden
alcanzar efectos biológicos precisos con la ayuda de ondas
electromagnéticas”.
Elizabeth Rauscher,
física nuclear del Laboratorio de Investigación Tecnológica de San
Leandro (EE.UU), fue más allá, y halló frecuencias específicas que
permiten desarrollar desde náuseas hasta estados de euforia, lo cual la
llevó a alardear: “Si me dieran los fondos suficientes, podria modificar
el comportamiento del 80 por ciento de los habitantes de una ciudad sin
que lo sepan. Los podria hacer más felices o más agresivos”.
Richard Cesaro,
director del Proyecto Pandora, admitió la posibilidad de “controlar el
comportamiento humano mediante microondas de baja intensidad”. Y dentro
de su proyecto trabajó el español José Manuel Rodriguez Delgado,
de la Universidad de Yale, famoso por la invención del Estimociver, un
aparato que permite la estimulación del cerebro por control remoto.
Rodríguez Delgado demostró que es posible influir en el comportamiento
autónomo, somático y motor, modificar manifestaciones psicológicas como
la ansiedad o la agresividad, o producir una variedad de efectos, entre
ellos agradables sensaciones, alegría, concentración, sentimientos
extraños, relax, visiones de color y otras respuestas. “La energía para
activar el cerebro del transmisor se transmite por medio de
radiofrecuencias", decía Delgado"[5]. Fue
uno de los científicos más activos del denominado "Proyecto Pandora",
que consistía en modular voces y sonidos en la cabeza de los soldados,
por medio de campos electromagnéticos.
Hay más, mucho más. El neurocientífico Michael Persinger
investigó los efectos de las radiaciones electomagnéticas para un
programa de armas del Pentágono. Persinger, en un estudio publicado en
1985, habló sobre la posibilidad de crear experiencias sensoriales,
es decir, engañar a la mente, mediante el uso de ondas
electromagnéticas. Persinger sostiene que cualquier estado mental puede
ser creado por una fuente exterior. Y que los medios operativos para
conseguir ya están disponibles a nivel global, porque los niveles de
potencia necesarios son similares a los sistemas de radio y
telecomunicaciones.[6]
Los párrafos precedentes sólo son una introducción sumaria. El canadiense John McMurtry recopila cerca de 200 referencias técnicas, legales y bibliográficas sobre
el tema, además de precisas descripciones sobre las bases de
funcionamiento de distintas tecnologías, en un breve artículo titulado
“Evidencias de técnicas de influencia remota sobre el comportamiento” [7]
No
se trata de experimentos o teorías sin aplicaciones prácticas. Como
veremos, hay varios capítulos en la historia donde estas armas se
aplicaron. Al punto que varias mociones en el Parlamento europeo piden
hoy por su regulación y control.
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