El confuso y crítico
panorama que afecta al presidente Donald Trump por sus errores políticos en la
arena internacional, así como las fuertes amenazas para su estadía al frente
del gobierno norteamericano, crean peligrosas expectativas para América Latina.
Al focalizar su
atención en problemas tan complejos creados por el mal manejo de sus diferendos
con China y Rusia, su complacencia ante el ataque de Turquía a Siria, sus
amenazas díscolas hacia Irán, su
desequilibrada política hacia Corea del Norte, su ineficaz actuar con respecto
al Oriente Medio, todo parece augurar que su centro principal de atención en
estos momentos –con profundas divisiones que no pueden ocultarse con las
agencias de inteligencia, el Pentágono y dentro de su propio gabinete–alejan aparentemente su prioridad de
Latinoamérica donde ha sufrido serios fracasos en su agresiva política hacia
Venezuela, Cuba y Nicaragua, principalmente.
Este enredo, no
obstante, deja abiertas las puertas a aquellos que dentro del Departamento de
Estado –incluidos viejos halcones que fungen como subsecretarios para el
Hemisferio Occidental y algunos embajadores en esas naciones, quienes responden
ciegamente a ultraconservadores como Marco Rubio y Mauricio Claver Carone– para
que actúen libremente y sin supervisión en el entramado político en la región.
Allí está precisamente el peligro para nuestras naciones. El injerencismo, las
conspiraciones y todo tipo de maniobras irracionales pueden lanzarse al ruedo
como caballos desbocados.
Corresponde al
Congreso norteamericano y a aquellos políticos ajenos al deep state, a
los organismos internacionales y, principalmente, a los gobiernos progresistas
y todos nuestros pueblos, estar alertas a lo que se avecina.
Un nuevo escenario
parece gestarse que pone sobre el tapete la necesaria denuncia oportuna en las
redes sociales y el seguimiento de los
planes de esos inescrupulosos corsarios en tiempo real; la unidad de las
fuerzas de izquierda y de todos aquellos sectores que apuestan por América
Latina como Zona de Paz.
El peligro está frente
a nuestras narices y a nosotros nos corresponde desarticularlo y denunciarlo
oportunamente.