Una de mis razones para luchar |
REFLEXIONES
DE UN HOMBRE QUE SE SIENTE ORGULLOSO DE SER UN PERIODISTA INDEPENDIENTE CUBANO.
Percy
Francisco Alvarado Godoy
31
de diciembre de 2011.
Un
nuevo oficio he asumido, más que por capricho, por el permanente deseo de no estarme quieto ante la
injusticia y la mentira. Así, sin poder evitarlo, de profesor de Literatura e
Historia, devenido luego en luchador antiterrorista, me he convertido, a fuerza
de tropiezos y una obsesiva constancia, en un escritor y un periodista cuyos
méritos reconozco no son encumbrados, ni sobresalientes. Me mueve, sin embargo,
a pesar de mis limitaciones, la convicción de defender a las cosas en las que
creo, teniendo a la verdad siempre como brújula. Es ese deseo permanente de
destapar injusticias, de sacar las veracidades a la luz, de decir lo que pienso
sin tapujos y honestamente, lo que me ha hecho un hombre capaz de disentir del
criterio de otros, incluso de los que no son mis enemigos.
Más
que un periodista oficial, como consideran muchos de los que me satanizan en
los blogs, medios de prensa y en las plataformas sociales, me he considerado un
periodista realmente independiente. Digo lo que pienso con libertad y decoro,
sin temor alguno a represalia o censura. Por supuesto, el hecho de considerarme
un comunista y un revolucionario, hace que mis escritos converjan casi al 100 %
con el criterio mayoritario de mi Partido y de la línea ideológica del mismo.
Ello no me ha evitado disentir cuando ha sido necesario y agradezco el respeto
que se ha tenido hacia mis opiniones por parte de mis compañeros.
A
Cuba le debo esta inapreciable oportunidad de seguir siendo útil y,
particularmente, a Fidel y a su pueblo. A ellos me he comprometido
incondicionalmente como un soldado más y prefiero este avatar lleno de
complejidades, a estarme quieto en mi hogar viviendo de glorias pasadas que, en
realidad, apenas superan al heroísmo cotidiano de cada cubano común, esforzado
por sacar hacia adelante y perfeccionar a nuestro proyecto socialista.
Ser
útil ha sido el privilegio mayor de un hombre al pasar por la vida y hacerlo
con dignidad y sin traicionar sus principios, lo es aún mayor. Recuerdo, pues
con emoción, algún párrafo de mi libro “Confesiones de Fraile”, en el que
expreso: “A veces, miro mi vida y
recuerdo las cosas pasadas. Entonces pienso que he sido realmente afortunado.
La vida me colocó no sólo donde quise estar, sino precisamente en el lugar en
que he sido más útil. Tal vez sea eso lo más valioso. ¿No es acaso éste un
justo premio recibido luego de procesar recuerdos de los que no puedo —ni
quiero— deshacerme definitivamente? Recuerdos que siempre me acompañarán, para
enorgullecerme desde luego. Porque la fortuna del hombre está en eso: en mirar
hacia atrás y confirmar que son menos las cosas de las que tendrá que
avergonzarse y mayores, aún mucho mayores, las satisfacciones alcanzadas por lo
realizado día tras día en largos años de existencia plena.” (Obra citada, pág. 42)
A
fuer de ser sincero, agradezco a Cuba el haberla servido, pues ese servicio
anónimo me hizo más humano, más justo y más solidario. Cuando este año cumplí
los 62 años de edad, y la vejez se arrima a mí con total desparpajo e
indolencia, me satisfizo el hecho de que soy un hombre que puedo mirar con
gratitud a mi alrededor, sin la vergüenza de haber traicionado a mis
convicciones. Lo juré hace casi 40 años ante la bandera cubana y escuchando La
marcha de América Latina, en un pequeño apartamento de La Habana y ante la sola
presencia de dos oficiales de la seguridad cubana. Lo juré y me congratulo de
no haber sido jamás un traidor a ese juramento, tanto tiempo desconocido por
todos, honrando con ello a mis padres y familiares, a esta tierra hermosa en
donde descansan sus restos y descansarán muy pronto los míos.
Me
vienen también a la memoria al concluir este año 2011, aquellos lugares en
donde pasé mi vida, casi siempre en difíciles circunstancias:
“Recordé, sin
proponérmelo, mi nacimiento una noche de 1949. Corría el mes de julio. Cuando
los grillos dominan el paisaje, y la luna sale a pasear, oronda, sobre la
tierra húmeda de mi Guatemala lejana. Tierra permanente en mis sentimientos
cual una pena incapaz de aliviarse del todo. Porque nací en medio de un difícil
destino marcado por las fronteras de la humildad y el sueño del desposeído,
empecinado en conquistar la esperanza. Crecí cerca, además, de la tenacidad del
hombre pobre, tercamente empeñado en la búsqueda de un mínimo espacio donde
llegar a ser feliz. En fin, viví cercano también a su dolor, sufriendo sus
nostalgias, penando ante la contemplación de las heridas sin cerrar de esa humanidad
discriminada.” (Obra citada, págs. 42 y 43)
No
podía tampoco faltarme en mi doloroso recuerdo mi Argentina amada, en la que transcurrió
parte de mi infancia:
“Junto a la brisa que me
regalaban el mar y la noche cual una caricia, también me abrazó la memoria el
recuerdo de la amada y lejana Argentina, erguida poderosamente en mi
sensibilidad a fuerza de añoranzas y sinsabores. Las frías madrugadas porteñas
regresaron para helarme el corazón, lanzándome a aquellos lejanos recodos del
dolor como si yo estuviera más desarmado y malherido que ayer. De nuevo un
bandoneón me lloraba en el alma con su música cruel y lastimera, hablándome de aquellos
duros tiempos que yo quería olvidar definitivamente.”
“Debo reconocer que en
el Buenos Aires de los años 50, empecé a amar cada cosa sencilla de la vida.
Allí supe que era posible tocar cada nube con las manos y hallar un espacio
bajo el rocío mañanero. Descubrí el amor tempranero, ese amor travieso que
llega sin aviso para cuestionarnos la inocencia y revelarnos nuevas emociones
capaces de ruborizarnos. En Buenos Aires también conocí la muerte más cerca que
nunca antes. La muerte nos deja siempre un amargo sabor en los labios y nos
desertifica poco a poco hasta el alma. Ahora, pues, me asaltó la memoria el
recuerdo de Érico con sus cuatro años rotos para siempre, golpeándome su
ausencia mortalmente.”
“Después de ese suceso
todo cambió. Sonreír ya no era fácil para nosotros. Los más pequeños, a
intervalos, volvíamos los rostros hacia el cielo en busca de los cuatro amigos
que se nos fueron sin aviso. Los buscábamos entre las nubes intentando
recuperar su alegría infantil. Pero sólo encontrábamos la visión fugaz,
instantánea, de unas nubes pasajeras que corrían indiferentes hacia otro lugar.
A partir de ese día hasta nuestros padres cambiaron. En sus voces habitaba la
pena y en sus ojos sólo había dolor. Así se nos hizo Argentina tan dolorosa en
el recuerdo. Muy amada y triste a la vez. Llena de desesperanzas y angustias...
sin dejar de sernos aún querida en el dolor.” (Obra citada, págs. 47 y 48”
Miami
no se escapa de mis recuerdos, pues confieso que siempre la amé y aún la
memorizo con nostalgia y cariño. Esta ciudad floridana vive en una parte de mi
corazón como novia querida. De ella dije una vez en mi libro citado: “Cuando desde lo alto del cielo vi a Miami
por primera vez, no podía suponer que en esa ciudad tendría que convivir entre
la nostalgia y lo malévolo. Hoy creo que realmente me impresionó observar,
desde el asiento que ocupaba en el avión, el contraste entre el verde oscuro de
los Everglades y las edificaciones que se levantan desde el mar hacia el interior
de la tierra. Miami es, en verdad, una revelación que siempre nos recibe con
cierta carga de incuestionables expectativas.” (Obra citada, página 13)
“Sin embargo, he
conocido muchas cosas positivas en Miami; traté allí con gente afable que llegó
buscando cómo sobrevivir a la miseria que los acosaba en sus países y encontró
allí un relativo espacio de bonanza que les permitió ayudar a los suyos desde
lejos. Esa gente trabaja sin descanso por labrarse un porvenir en medio de un
contexto adverso y discriminatorio. También conocí en esta ciudad al que salió
de Cuba, no porque se sintiera perseguido, sino pensando acaso sólo en el
estrecho universo de lo material, o porque no alcanzó a resistir tiempos
difíciles de definiciones y necesidades, tránsitos complicados y enormes
sacrificios, el digno precio que pagó el pueblo de la Isla por alcanzar un
mundo pleno.”
“A pesar de todo, esos
emigrantes se fueron, es cierto, pero no olvidan a Cuba ni albergan odios hacia
sus compatriotas. Con ellos compartí más de una vez, y en sus ojos vi cómo les
aflora la tristeza. A más de uno le escuché confesar que se equivocó al partir
para siempre de su tierra natal, lamentándose con no poco dolor por el paso que
dio al alejarse de los suyos. Ahora sufren, dicen, por no volver a recorrer las
calles de su barrio y suelen lamentar la asfixia de las cuentas y los
impuestos, cuando en Cuba hasta la enseñanza es gratuita. Esos cubanos beben
Bacardí y cerveza de allá, pero no cesan de hundirse en su lacerante soledad, nostálgicos
del sabor entrañable del ron peleón y la cerveza sata. Son muchos los que
escuchan a Silvio y a Pablo cuando llega la noche, y en el centro del pecho
conservan a Martí lo más intacto posible.”
“Confieso que nunca odié
a Miami. Esta gente me la hizo querida y respetada. Muchas veces, cuando
viajaba a esta ciudad, llevaba en el alma la grata expectativa de poder
reencontrarme con ellos, sólo para contarles cómo estaban las cosas en Cuba.
Miami se me ha hecho dolorosa luego de haber viajado tantas veces a ella. Hoy
extraño a todos esos amigos a través de los cuales logré confirmar cómo el
cubano se apega a sus costumbres con una fidelidad admirable.” Obra citada, pág., 14)
“Por eso es triste que
una insignificante minoría, integrada al reaccionario e intolerante grupo que
controla la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), haya convertido a Miami
en su guarida. No en vano esa ciudad respira agresividad: desde ella se han
tramado actos violentos contra la Isla y contra los cubanos honestos de allá;
ellos también pagan un precio inmerecido por querer acercarse a su Patria.
Desde los límites citadinos de la pujante urbe de La Florida se gesta el más
cruel y salvaje terrorismo, siempre bajo la tutela y la tolerancia del gobierno
norteamericano. Eso nadie lo puede negar.” (Obra citada, pág. 15)
A
este reaccionario grupo de terroristas, oportunistas, demagogos que juegan con
el sentimiento de cubanía de sus conciudadanos, difamadores, resentidos y
frustrados, es a los que combato diariamente y de quienes recibo regularmente
amenazas por mantener la verdad sobre todas las cosas. No le temo a quien me
augura una muerte como la de Gadaffi; no le temo a quien me llama esbirro y
asesino; no le temo a sus odios viscerales y enfermizos, ni a sus ofensas e irrespetuosos mensajes.
Tampoco temo a la muerte, pues la vida me hizo, sobre todo, soldado de las
ideas y por mis ideas puedo ir algún día al patíbulo o morir primero en una de
las tantas trincheras en las que los esperaremos si osan atacarnos.
La
verdad la digo sin tapujos: no soy un mercenario como los pocos que han logrado
involucrar dentro de Cuba, convirtiéndolos en traidores y mentirosos de oficio.
Es por eso que cuando un terrorista de la calaña de Saúl Ramón Sánchez Rizo me
reta en Facebook, con una retórica demagógica y una sensiblería de telenovela,
olvidándose de que tiene las manos manchadas de sangre cubana, no puedo más que
sentirme orgulloso de estar en la más valiosa línea de combate al enemigo, la
batalla por nuestras ideas.
No
me importa tampoco al mentiroso que me denigra y me ubica en el inexistente
grupo de privilegiados y vividores en esta Isla. Por servirle
incondicionalmente, Cuba no me ha premiado ni con dinero ni con beneficios
materiales. Vivo como un cubano más, con estrecheces y limitaciones. No vivo en
una lujosa mansión en Línea como afirma el mercenario Francisco Chaviano, ni en
un chalet en Río Cristal o en Fontanar. Mi único premio ha sido el respeto de
este pueblo entero, que es más que suficiente.
Al
culminar mi libro, escribí: “Reconozco el
fin de una labor desarrollada durante una trascendente etapa de mi vida. Pero,
no es toda mi vida. Tampoco estas líneas se refieren al final de la misma.
Mientras perduren en mí los recuerdos, la experiencia vivida no tendrá una
conclusión definitiva. Por otro lado, mientras estén presentes las razones que
provocaron mi incorporación a tan peculiar forma de lucha al servicio del
pueblo cubano, no habrá descanso para mí.” (Obra citada, pág. 153)
Es
por ello que reafirmo públicamente a mis amigos y enemigos que el 2012 me
tendrá, aún más maduro, en esta bella trinchera del combate de ideas. Me tendrá
también Cuba como un soldado fiel y dispuesto a servirla, incansable y tenaz, a
pesar de mis propios achaques. Me tendrá mi América querida, con la pluma o el
fusil, defendiéndola con amor y convicción de roble. Me tendrán mis Cinco
hermanos, empecinado y terco, luchando por su liberación, hasta que podamos
encontrarnos los seis en el Malecón habanero, como nos lo prometimos, para
tomarnos unas cervezas Bucanero, gozando de la libertad que se merecen.
Me
tendrá también, a qué negarlo y si es necesario, el hermano pueblo
norteamericano, para servirle incondicionalmente, si su gobierno decide terminar
finalmente, sin dobles raseros, con el flagelo del terrorismo.
A
fin de cuentas, soy un hombre común y, como tal, brindaré por los míos, por
Fidel, por Raúl, por mi Revolución, por Chavez y porque nos llegue, al fin, un
mundo de paz a los hombres de este hermoso, intranquilo y amenazado planeta.