Paras en finca Daktari |
LA INVASIÓN
PARAMILITAR
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La
invasión de los paramilitares en mayo de 2004 por la finca Daktari no es una
intrusión externa, sin conexiones con la vida nacional. Empresarios, medios de
comunicación privados, oposición política y oficiales conspiradores cómplices
operaron como Quinta Columna que financió, escondió, apoyó y justificó a los
sicarios.
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La invasión de los paramilitares era la salida
desesperada de una oposición que sabía que iba a perder una consulta electoral.
Fracasados el golpe de abril de 2002 y el sabotaje petrolero de 2002 y 2003,
convocaron los opositores un referendo revocatorio que las encuestas mostraban
como un seguro fiasco. Una perturbación mayor del orden público suspendería la
temida derrota electoral, arrojaría la culpa de la suspensión sobre el gobierno,
abriría el camino hacia un nuevo asalto violento al poder.
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La invasión de los paramilitares estaba planeada como
detonador de acciones más complejas. El magnicidio del Presidente o la
perturbación del orden público al intentarlo serían acompañados de una cortina
de humo mediática destinada a confundir al pueblo y a legitimar un nuevo
pronunciamiento golpista, posiblemente acompañado de intervención
extranjera.
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La invasión de los
paramilitares fue sólo uno de los episodios de un plan mayor estadounidense que
persigue el dominio sobre los recursos naturales y la mano de obra de América
Latina mediante un corredor estratégico llamado Plan Puebla-Panamá, que
utilizaría a México y América Central como un puente hasta una Colombia ocupada
por bases estadounidenses, que a su vez sería usada, dentro del llamado Eje del
Pacífico, como país halcón contra los planes de integración y revolución
latinoamericana. Para ello es indispensable un desproporcionado gasto militar.
En mi libro La
Paz con Colombia
señalo que la Hermana República mantenía 459.687
efectivos en su Presupuesto de Defensa para 2007 y gastaba unos 22.000 millones
de dólares en gastos bélicos, un 6,5% de su PIB (Caracas, Minci, 2010). En
artículo del 11 de mayo de 2012 en Aporrea, señala José Gregorio Piña que “en el
quinquenio 2006-2010 los gastos militares de Venezuela fueron el 10,7% del total
de países de la UNASUR, mientras que los de Colombia en el mismo
lapso fueron el 17% de ese total; es decir, que Colombia gasto 59% más que
Venezuela; no es la resta entre ambos porcentajes, sino la proporción entre
ambos porcentajes. En términos de los respectivos PIB, Colombia gastó 174% más
que Venezuela, es decir, casi el triple”.
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La invasión de los paramilitares fue el prólogo de la
aplicación de ese poderío armamentista en acciones de mayor magnitud, como la
agresión de Colombia contra Ecuador con apoyo y dirección de Estados Unidos
en 2008, y las operaciones de espionaje e intervención planeadas por el
presidente Uribe contra Ecuador, Venezuela y Colombia en la llamada Operación
Orión, que el ministro Tarek el Aisami documentó en la Asamblea
Nacional en 2011.
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La invasión de los paramilitares es silenciosa. En su
país de origen, nadie reconoce oficialmente su existencia ni admite la extensión
de sus poderes. En Venezuela, gran parte de los medios privados ocultó su
presencia con un apagón comunicacional. Cuando una cadena nacional reveló su
existencia, la disimularla alegando que se trataría de un montaje noticioso.
Ahora imponen sobre la agresión y sus secuelas un interesado olvido.
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La invasión de los paramilitares prosigue. La delatan la
multiplicación de denuncias sobre cobros de peaje y alcabalas en estados
fronterizos dominados por la oposición. La progresión de señalamientos de su
presencia en otras regiones, hasta las colindantes con la
Guayana Esequiba. El crecimiento del sicariato, que cuenta ya dos
centenares de víctimas entre los dirigentes agrarios y decenas entre los
sindicalistas urbanos. La multiplicación de crímenes horrendos, con agravantes
de ensañamiento y detalles macabros, que parecieran no tener otro fin que
sembrar el pavor en la población y sugerir que las autoridades son incapaces de
contenerlos. La progresiva suplantación de nuestra hampa artesanal por una
delincuencia organizada con disciplina, armamento y financiamiento militar. La
proliferación de industrias en las cuales invierten narcos y paramilitares:
bingos, casinos, prostitución, transporte y comunicaciones
(El
Tiempo.com, 2 -6- 2005). Como
explica Darío Azzellini en entrevista con Marcelo Collussi: “En una primera fase
ese paramilitarismo colombiano comenzó a penetrar Venezuela desde el punto de
vista económico. De hecho tiene el control de muchos sectores aquí, con fincas y
toda una logística que le permite tener lugares seguros para actuar y replegarse
cuando es el momento. En territorio nacional controla el contrabando de gasolina
de Venezuela hacia Colombia, y eso es un negocio muy grande. Controla el
narcotráfico, y se puede suponer, a partir de los datos que han ido saliendo a
luz recientemente, que controla también el contrabando de alimentos. Si tienen
ya montada la estructura para el contrabando de la gasolina, pueden aprovechar
eso perfectamente para contrabandear cualquier otra cosa, alimentos para el
caso. Y con eso, justamente, se ve el perfil desestabilizador que habría en ese
contrabando: se provoca el desabastecimiento, lo cual ayuda a la
ingobernabilidad en Venezuela. De hecho, en Colombia los paramilitares tienen el
control de una buena parte del acopio de leche. Por ello es que podría deducirse
que en el actual desabastecimiento de la leche en Venezuela estarían estas
organizaciones, manejándose con un criterio político en definitiva. Además de
eso, se dan otros fenómenos del paramilitarismo colombiano dentro de territorio
venezolano, como por ejemplo la colaboración con ganaderos. Muchos de los
sicarios responsables de las muertes de líderes campesinos de Venezuela (186
desde el año 2001 cuando aparece la Ley de Tierras) son colombianos.
Y eso es muy fácil de saber, porque simplemente se los identifica por su acento.
Hay muchos testimonios al respecto. Se sabe de la presencia de paramilitares
colombianos en Venezuela, aunque todavía no estén actuando como formaciones
armadas tal como hacen en Colombia. De momento los asesinatos que provocan son
selectivos, y actuando en grupos pequeños, de dos o tres personas. No son las
masacres enormes como habitualmente hacen en Colombia (Argenpress: “Venezuela ante la encrucijada
militar”, 22-2-2008).
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La invasión de los paramilitares prefigura lo que sería
un gobierno de la oposición que los importó. Incapaz de acceder al poder por
vía electoral, lo buscaría por golpe de fuerza como en abril de 2002, por
invasión extranjera como en 2004 o por combinación de ambos. Para sostenerse
recurriría a los más brutales expedientes de la cultura de la muerte. Pactos con
el diablo o con paramilitares convierten al lacayo en amo. Gobierno que se
sirve del paramilitarismo concluye sirviéndolo. El paramilitarismo es una
ideología, pero también una sociología, una economía, una política. Las
industrias infames del paramilitarismo, narcóticos, juego, prostitución,
extorsión y sicariato dominarían la vida nacional. Un poder divorciado de las
mayorías las reprimiría en exclusivo beneficio propio. Políticos y Estado no
representarían al pueblo, sino a la violencia ilegal que intentaría aniquilarlo.
La riqueza de Venezuela sería repartida como botín de traficantes. Mandadero de
poderes mayores, el paramilitarismo abriría la puerta a las bases militares
extranjeras. Venezuela devendría país ocupado. La resistencia popular iniciaría
una guerra de liberación que sólo concluiría con la
victoria.
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La invasión de los paramilitares no es tema para el
recuerdo, sino para la previsión, la acción y la constante
alerta.
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Rajatabla: www.monteavila.gob.ve
Dictadura mediática en Venezuela: www.minci.gob.ve
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