Madrugada del 15 de marzo de 1917, Margaretha (Gretha) Zelle se
despierta en su lóbrega celda de la prisión de Saint-Lazare, Vincennes,
en las afueras de París. Decidida, viste sus mejores galas: traje de dos
piezas, blusa escotada y medias. Con sobria elegancia, enfunda sus
manos en unos guantes de cabritilla y se cubre con un abrigo azul a modo
de capa. Uno de sus últimos arranques de coquetería le lleva a cubrir
su larga cabellera antaño oscura y lustrosa, cubierta ahora por las
canas, con un sombrero de tres picos.
Pocas horas después, a las 5.30 de la mañana, Margaretha se encuentra sola. Es la hora de morir.
Frente al pelotón de fusilamiento, con gran dignidad, se niega a ser
atada al poste y rechaza el ofrecimiento de vendar sus ojos.
Mira al frente y lanza un beso al sacerdote que la atendió en sus
últimas horas y otro a su abogado, uno de sus ex amantes. Amanece cuando
los fusiles descargan una ráfaga sobre ella. Una de las balas alcanza
su corazón, provocando su muerte instantánea. No obstante, el oficial al
cargo se acerca y dispara una bala en su cabeza, el tiro de gracia.
El cuerpo de la que fuere una de las mujeres más sexy y famosa de la época yace sobre el barro. Tras el fusilamiento, su cuerpo se destina a la facultad de medicina. Su cabeza le es amputada y enviada al Museo de Anatomía de París, del que años después será robada, se dice, por un admirador.
Ella era Mata-Hari. Había nacido la leyenda.
Todo había empezado cuarenta y un años antes. Margaretha era hija de
un sombrerero holandés padre de otros tres hijos varones. Tras perder
prematuramente a su esposa, el imprudente padre volcó toda su atención
en su benjamina, haciéndola egocéntrica y consentida. Margaretha poseía
además una exótica belleza, herencia de su madre, de ascendencia
asiática. A muy temprana edad la joven tomó conciencia de la misma y del
poder que podía reportarle. A los 16 años, no sabemos si accidental o
consentidamente, se convierte en amante del director del centro en el que estudia. El escándalo es mayúsculo y la joven es expulsada. Su vida ya no volverá a ser la misma.
Tan solo tres años después, asfixiada por su entorno familiar y la
encorsetada sociedad holandesa, decide contraer matrimonio. A través de
un anuncio matrimonial publicado en la prensa, contacta con el capitán
Rudolf Mac Leod, un apuesto aunque talludo militar, treinta años más
mayor que ella. Su primera cita es un auténtico coup de foudre. El sensual magnetismo de Margaretha conquista al oficial, al tiempo que ella sucumbe ante el atractivo del uniformado. Siempre confesaría su debilidad por los militares.
El matrimonio es un fracaso, Rudolf resulta ser un intransigente
esposo, bebedor, mujeriego y derrochador. Además padece la sífilis,
consecuencia directa de sus correrías. Es destinado a una de las
colonias holandesas en Indonesia. La joven esposa, que, como confesaría,
jamás tuvo vocación de ama de casa, busca consuelo fuera del hogar.
Pese a ello concibe dos hijos. Todo se complica cuando el primogénito,
Norman fallece en extrañas circunstancias. La hija menor sobrevive pero Rudolf, alerta, aprovecha para atacar a su esposa acusándola de abandono de sus responsabilidades.
El matrimonio, conturbado, vuelve a Holanda, donde se separan. Corre el año 1902. La niña queda bajo la custodia de su padre,
quien acusa a su esposa de conducta licenciosa y llega a publicar
anuncios en la prensa anunciando que no se hace cargo de su manutención,
condenando así a Margaretha a la miseria.
Con gran determinación, la joven se dirige a París.
Allí prueba fortuna como modelo y actriz sin éxito, hasta que su
natural inclinación exhibicionista aflora y decide, en un alarde de
ingenio, centrarse en la danza. Su talento para la misma es dudoso pero
su inusitado impudor y su gran intuición la conducirán a la fama. Evocando los bailes de iniciación de las vírgenes javanesas, emula sus pasos.
Convertida ya en Mata Hari, solo sus pequeños senos se ocultan al
público, cubiertos por dos conchas metálicas. El resto de su cuerpo se
envuelve únicamente por transparentes velos. El erotismo que desprende
es mayestático. Mata Hari es la más sexy, descarada y atrevida, puro erotismo. La encorsetada y reprimida sociedad europea
sujeta a los convencionalismos de la época, recibe con los brazos
abiertos a la artista. Su habilidad para transformar lo que no era sino
un simple striptease en una danza pseudorreligiosa la encumbran. Pero el
tiempo no pasa en balde y Mata va marchitándose, a la par que sus
imitadores surgen por doquier. Confesa lujuriosa, contaba con numerosos
amantes: aristócratas, militares, corredores de bolsa y hasta destacados
políticos desfilan por su lecho.
Su vida se complica cuando estalla la I Guerra Mundial. En mayo de
1914 consigue un contrato para bailar en el Metropol berlinés.
Sin embargo la situación política no le permite mantenerse al margen. Alemania y Francia se disputan sus favores. Su condición de artista facilita la posibilidad de actuar como espía.
Inconsciente, acaba involucrada en una de las redes de espionaje de la
contienda. Alemania en primer lugar y Francia, después, la incorporan en
sus filas. Pero Le Deuxième Bureau –el servicio de información del ejército francés–
le tiende una trampa. Francia precisa de culpables, y el 13 de febrero
es detenida en París, acusada de espionaje a favor de Alemania. Aún hoy
su infortunado destino es cuestionado. ¿Fue Margaretha una víctima
propiciatoria, cabeza de turco de la contienda? Toda guerra precisa de
combatientes, culpables y mártires. ¿Cortesana, espía, o simplemente víctima de un complot bélico? Mata Hari, mujer fatal condenada a un fatal destino.
Por Teresa Mª Amiguet Molina
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