Son notables las
interpretaciones de analistas –incluso dentro del progresismo– en torno a
lo que ocurre en Venezuela, impregnadas por lo epidérmico y fenoménico y
dejando a un lado lo que estructuralmente está en juego, así como
obviando los contextos locales y mundiales en que tienen lugar los
acontecimientos. Así, algunos articulistas se han dedicado a describir
personalidades, discursos, sucesos y procesos fortuitos, despojados de
lo que representan en las estrategias de poderes y fuerzas
sociopolíticas que actúan en las sombras o abiertamente en función de
intereses de clase, o de su inserción en las reconfiguraciones mundiales
del imperialismo estadunidense y sus aliados en la región
latinoamericana.
Si se asume una contradicción esencial de carácter antagónico entre revolución, soberanía, poder popular versus contrarrevolución,
imperialismo, poder oligárquico: ¿quién, por ejemplo, puede creer que
la cadena informativa CNN, y sus afines en nuestros países de monopolios
mediáticos, estén defendiendo la trasparencia de los procesos
electorales en Venezuela? ¿O sostener que Capriles, golpista confeso en
abril de 2002, represente el pacifismo de una protesta anti-dictatorial y
sea adalid de la democracia? Asimismo, ¿qué caso tiene sobredimensionar
las peculiares características del chavismo sin Chávez durante el
proceso electoral, sus frecuentes expresiones religiosas, su explicable
culto al dirigente fallecido, si con ello se está tratando de consolidar
un proceso revolucionario, aun con las limitaciones de una dirigencia
que está aprendiendo colectiva y rápidamente de sus errores, y está
superando en la adversidad y la guerra del imperio la orfandad política
que ocasionó la partida del comandante supremo?
Por la mañana del proceso electoral y desconociendo sus resultados finales, escribí para una página electrónica:
No me cabe duda que el comandante Chávez y su candidato Nicolás Maduro triunfarán en la jornada electoral del 14 de abril, mostrando al mundo entero la fortaleza y madurez de la concientización política de la mayoría del pueblo de la República Bolivariana de Venezuela, así como la eficacia y trasparencia de su probado sistema electoral. No obstante, hay que esperar la reacción del candidato de la ultraderecha venezolana frente a su derrota, las múltiples iniciativas subversivas de sus patrones yanquis, quienes sin duda tratarán de provocar conflictos y deslegitimar el proceso para dar cauce a los planes desestabilizadores que nunca han dejado de poner en práctica los servicios de inteligencia estadunidenses, y los de varios gobiernos subalternos que coadyuvan en este esfuerzo contrarrevolucionario, así como el trabajo cotidiano de desinformación y contrainformación de sus cajas de resonancia mundial que constituyen los medios de comunicación masiva a su servicio. En efecto, Capriles, derrotado por porcentajes suficientes, pasó del desconocimiento del candidato ganador y las instituciones electorales y constitucionales a la campaña subversiva de sabotajes a la economía del país, al tendido eléctrico, a instalaciones gubernamentales de variada naturaleza, así como a las agresiones armadas a partidarios del chavismo que han cobrado, hasta ahora, ocho vidas humanas.
La dirección político-militar bolivariana, por su parte, ha
comprendido que la unidad de los diferentes sectores del polo
revolucionario en torno al legado de Chávez, que se puso a prueba en
estos comicios, debe consolidarse en la radicalización del proceso de
construcción del socialismo del siglo XXI en la extensión del
territorio, a través del desarrollo y fortalecimiento del poder comunal,
así como por la participación activa de todos los sectores sociales
organizados en los distintos niveles del gobierno y toma de decisiones.
La
revolución en la revoluciónque señala Maduro en su toma de protesta, la lucha contra la corrupción y el burocratismo, deben expresarse en el ejercicio efectivo y creciente del poder popular desde las comunas, los sindicatos, las organizaciones populares de trabajadores, de productores, de los pueblos indígenas y de la acción consciente y permanente de la intelectualidad –en el sentido más amplio y democrático de este concepto–, en el debate de las ideas y en los campos de la lucha ideológica, la difusión del pensamiento progresista y la cultura revolucionaria.
La prueba de las urnas que el proyecto chavista ha pasado con éxito
durante estos tres lustros debe tomar en cuenta los desgastes naturales
de una movilización permanente y la necesidad de renovarse a partir de
la atención focalizada de los jóvenes como recambio natural y planeado
de las dirigencias revolucionarias. Hay que tomar muy en cuenta el
trabajo de la derecha en sectores del estudiantado y la juventud en
general para contrarrestar esta influencia, y lograr que los jóvenes
revolucionarios prevalezcan como fuerza hegemónica no sólo en las
universidades sino también en los barrios, tomando en cuenta el papel
que el imperialismo asigna a las adicciones, el narcotráfico y la
delincuencia organizada, en general, como instrumentos de dominación e
injerencia en la vida de nuestros países.
Que no se equivoquen los golpistas locales y foráneos en cuanto a
desdeñar los cambios experimentados en la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana en estos 14 años de gobierno chavista y, sobre todo, en
subestimar el protagonismo de los militares en la contradicción
revolución versus contrarrevolución. Si en 2002 la unión cívica
militar y la presencia de millones de venezolanos en las calles fueron
el factor esencial que revirtió el golpe de oficiales traidores, hoy en
día la incorporación de agrupamientos armados de distintos tipos de
milicia y la puesta en práctica de la estrategia de
guerra de todo el pueblo, junto al trabajo ideológico y político en favor del socialismo, vuelven prácticamente imposible que se hagan realidad los sueños golpistas de la democrática derecha venezolana y sus mentores yanquis.
Gilberto López y Rivas
Tomado de http://www.jornada.unam.mx
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