El mandatario trata de capotear espinosos casos que han sido aprovechados por los republicanos.
Tras su contundente triunfo en
las elecciones del año pasado, el camino para el segundo período de
Barack Obama, aunque nunca fácil, parecía despejado. Pero una seguidilla
de escándalos que sacudieron su administración esta semana tiene al
presidente contra la pared.
De todos, el más serio está relacionado con la supuesta
discriminación a la que habrían sido expuestos grupos conservadores del
país por la Agencia Recaudadora de Impuestos (IRS). De acuerdo con un
reporte del inspector general, personal del IRS intentó penalizar –con
impuestos– a organizaciones vinculadas al llamado Tea Party, grupo
asociado con el partido republicano.
La investigación apenas comienza, pero muchos ya comparan el caso con
Watergate, la operación de espionaje contra el partido demócrata que
terminó forzando la renuncia del presidente Richard Nixon en 1974.
Paralelamente se volvió a calentar el debate por el atentado que le
costó la vida al embajador de EE. UU. en Libia, el año pasado, en
Bengasi. Si bien el tema ya ha sido usado por los republicanos para
atacar al presidente y, sobre todo, a la entonces secretaria de Estado,
Hillary Clinton, resucitó tras el testimonio de dos exfuncionarios del
departamento de Estado según los cuales la administración sabía de los
peligros a los que estaba expuesto el consulado y supo, desde el
comienzo, que el ataque había sido lanzado por grupos terroristas. La
acusación es delicada, pues contradice la versión del gobierno y
confirmaría las sospechas de los republicanos: que la administración
quiso minimizar el atentado para evitar un efecto electoral.
A eso se suma la revelación de que el departamento de Justicia
interceptó durante dos meses las líneas telefónicas de la agencia AP. El
gobierno alega que actuó en rigor porque estaba en juego la seguridad
nacional. Por esos días, mayo del 2012, la AP trabajaba en una historia
sobre un atentado terrorista planeado por Al Qaeda que la CIA logró
evitar en el último momento.
Aunque la administración utilizó órdenes judiciales para realizar las
interceptaciones, el caso le valió airadas críticas de la prensa y
hasta de la Relatoría para la Libertad de Expresión de la OEA, para la
que se trata de un ataque a la libertad de expresión “que puede poner en
riesgo la confidencialidad de las fuentes periodísticas”.
El gobierno ya reaccionó. El departamento de Estado reveló más de 100
páginas de correos electrónicos internos sobre Bengasi. En el IRS ya
han sido destituidos dos funcionarios y, en el caso de AP, el propio
presidente pidió aprobar una ley que protegería más a comunicadores y
fuentes.
Pero las medidas están lejos de saciar el apetito de los
republicanos, que piden la renuncia del fiscal general, Eric Holder, y
hasta hablan de un juicio de destitución contra el presidente. Si bien
es poco probable que prospere, saben que un Obama enredado eleva sus
prospectos para las legislativas de 2014 y las presidenciales de 2016,
en las que Hillary Clinton podría ser la carta demócrata.
Como dice el analista político Howard Kurtz, eso no indica que Obama
esté derrotado. Tiene tres años para recuperarse como lo hicieron otros
presidentes, como Bill Clinton o Ronald Reagan, que arrancaron mal sus
segundos períodos.
Sergio Gómez Maseri
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington
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