domingo, 1 de septiembre de 2013

Mentira y simulación como arma imperialista


Alguien ha dicho que la elite que gobierna en Estados Unidos por encima del gobierno que eligen los ciudadanos, esconde con excesiva frecuencia la basura bajo la alfombra y luego olvida dónde la dejó. 

Y pruebas de este aserto no faltan en la historia del imperialismo estadounidense desde el momento mismo de su surgimiento tras la guerra contra España a fines del siglo XIX e inicios del XX.

Esa conflagración nació de una mentirosa auto agresión contra el acorazado Maine, surto en puerto habanero en visita de cortesía a las autoridades coloniales, que sirvió de pretexto para que el flamante imperio estadounidense declarase la guerra a una España decadente, debilitada además por las luchas anticoloniales, para hacerse de los remanentes de su imperio colonial, desde Hawái y las Filipinas hasta el Caribe.

Todavía hoy, Estados Unidos no ha reconocido aquella mendaz manipulación de sus dirigentes de entonces, oculta bajo la alfombra de la historia oficial impuesta por el vencedor.

Desde entones hasta hoy, la manipulación de los hechos ha sido sistemáticamente usada por los líderes de gobierno estadounidenses para justificar sus acciones agresivas iniciales de todas sus contiendas por imponer su hegemonía a escala regional o planetaria.

Puede afirmarse que, desde entonces, todas las guerras imperialistas de Estados Unidos han comenzado con una gran mentira ajustada a necesidades internas de la superpotencia, dirigidas a acomodar al Congreso, la opinión pública nacional, la extranjera, o a determinados intereses específicos de algún sector del imperio. En todos los casos la cúpula imperial ha utilizado todos los recursos del gobierno y el control que ésta ejerce sobre los medios fundamentales de información (mainstream media) para apoyar esas fabricaciones.

La primera década del presente siglo comenzó con una serie de agresiones contra lo que fue la federación de Yugoslavia. A base de mentiras y manipulaciones, Washington -casi siempre con el aval y la participación cómplice de países de la OTAN- llevó a cabo una cadena de agresiones contra ese grupo de naciones que bajo el liderato de Josif Broz Tito había logrado mantener una precaria unión federativa que le propició desempeñar un importante papel integrador entre los países no alineados favorecedor de un equilibrio mundial que dio a Yugoslavia notable prestigio como país independiente.

Luego vendrían las agresiones contra Iraq y Libia, en ambos casos a partir de justificaciones tan mentirosas como seguramente lo son las actuales acusaciones contra Siria.

La existencia de armas prohibidas de destrucción masiva en Iraq y los vínculos de su gobierno con la organización terrorista Al Qaeda demostraron ser absolutamente inventados y falsos, cuando ya el país había sido destruido y su presidente asesinado.

Un parecido escenario, así como un desenlace idéntico estuvieron presentes en Libia pocos años después.

Para escarnio de la opinión pública mundial, el actual Jefe de la Casa Blanca, Barack Obama, se presenta ahora ante la opinión pública norteamericana y mundial, dispuesto a destruir a Siria con pretextos similares o menos creíbles aún que los que antes utilizara George W. Bush cuando se preparaba para agredir a Iraq y a Libia.

Aducen esta vez los pretendidos dueños del mundo que el presidente de Siria –contra quien hace mucho tiempo viene gastando balas la maquinaria propagandista estadounidense- ha provocado una crisis humanitaria en su país usando armas químicas contra su propio pueblo.

Por supuesto, con tantos antecedentes frescos disponibles, nadie le cree, pero todo hace pensar que la cúpula que gobierna en Estados Unidos por encima del gobierno electo espera que una vez más la maquinaria de información que tienen estructurada en todo el mundo viabilice la impunidad.

En el peor escenario, tienen en la Casa Blanca a un presidente desechable cuyo acceso inesperado al poder le fuera viabilizado por la propia cúpula solo por motivo de la enorme crisis multifacética en la que se había situado la superpotencia bajo reaccionarios gobiernos de extrema derecha que siguieron la senda abierta por Ronald Reagan y tocaron fondo con la vergonzosa presidencia de George W. Bush.

Ahora, se advierte a Barack Obama inseguro, preocupado por una crisis humanitaria local en Damasco desde su posición de responsable máximo a nivel mundial de tantos crímenes – incomparablemente más graves y mayores que pretende denunciar en Siria- generados por Estados Unidos por doquier, desde las bombardeos atómicos en Japón hasta los casi cotidianos ataques con drones en Paquistán.

Por Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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