miércoles, 30 de octubre de 2013

Lo que Estados Unidos ha perdido

La pérdida de reputación de Estados Unidos es una catástrofe irreversible, porque ha llevado la paranoia del espionaje más allá de todo límite. Las relaciones con una serie de países se han deteriorado en una medida tal que difícilmente se van a reconstruir a corto y medio plazo. Son los casos de Brasil, Francia y Alemania, por ejemplo. Y, situados en España, es del todo evidente que lo que ha hecho Estados Unidos no se arregla precisamente con la sonrisa de suficiencia con la que el embajador de aquel país, James Costos, salía de la sede del Ministerio de Exteriores después de ser llamado -un gesto habitual para expresar el malestar de un país-. El señor Costos ha presentado una imagen de Estados Unidos absolutamente prepotente. Su sonrisa, la ausencia de declaraciones y el contenido de la nota posterior manifestaban bien a las claras que les importaba un bledo lo que pudiera pensar el Gobierno de España. Ciertamente, Costos no es un diplomático, tiene el cargo por el único mérito de haber sido un buen recaudador de la campaña electoral de Obama, pero esta falta de experiencia no justifica un papel tan desafortunado.

Lo mucho e importante que se ha roto no se arregla a base de informar que todo el mundo espía, porque si bien esta afirmación es cierta, la escala en que lo hace Estados Unidos no tiene parangón. Implica un salto cualitativo a través de la cantidad. Entre el 10 de diciembre de 2012 y el 8 de enero de este año, la NSA, la agencia de espionaje de Estados Unidos, rastreó tres mil millones de llamadas en aquel país. Si lo dividen por el número de americanos verán la cantidad de rastreos per cápita que teóricamente les corresponde. Es una brutalidad. Los primeros damnificados, aunque no hagan excesivo caso, son los propios norteamericanos. En España, en 30 días se hicieron 61 millones de rastreos, 361 millones en Alemania, 70 millones en Francia y 46 millones en Italia. Nunca se había procedido a tal escala.

El que ahora se filtre desde la Casa Blanca que el presidente Obama no conoce con detalle lo que se hace, es decir ni la dimensión ni el espionaje a líderes internacionales, evidentemente tampoco arregla nada, porque demuestra simplemente que es un presidente que está en fuera de juego en aquello que puede tener serias repercusiones, y aún resultaría más inexplicable después de la huida de Snowden a su refugio en Rusia. A partir de aquel momento, Obama tendría que haber tenido sobre la mesa una información detallada de lo que se había hecho y las consecuencias que podía acarrear si se filtraba. Mal si lo desconocía, y a peor si ahora intentan intoxicar a la opinión pública. Y no se arregla, más bien todo lo contrario, a base de que la NSA pretenda justificar su actuación implicando gravemente a los servicios de información de España y de Francia. Al actuar de esta manera, una reacción cuando uno se encuentra contra la pared, lo único que hace es declarar de una forma estrepitosa que no es un socio fiable, porque, a las malas, te agarrará del cuello e intentará que te ahogues tú primero.

Lo que es ilegal para los estados de Europa también es ilegal para Estados Unidos y este es un principio elemental que si se rompe por dejadez tendrá consecuencias nefastas. Hace bien la justicia española en abrir el camino para conocer qué hay de delictivo en todo esto, pero este abrir la puerta no es suficiente si no se cruza el umbral y se llega hasta el fin. Es necesario a escala europea una mayor reacción y la adopción de medidas que hagan imposible que esto continúe, y en este sentido debe ser considerada como una buena iniciativa la de Brasil y Alemania para que la ONU se pronuncie sobre las garantías a la intimidad de los ciudadanos. No tendrá una consecuencia práctica, pero sí constituirá un elemento de presión importante hacia el Gobierno del Estados más poderoso del mundo que, en un momento determinado, ha pensado que todo él era su patio trasero.
 
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