sábado, 18 de enero de 2014

Las premisas históricas de la CELAC, en nosotros.





Cuando queramos buscar las raíces históricas de la CELAC, hay que ir directamente al pensamiento político de los grandes hombres de nuestra América Latina, que son muchos. Cito ese ideario integracionista de algunos de ellos, quienes previeron la necesidad histórica de la unidad de nuestros pueblos y naciones como condición de enfrentar no solo los retos de las apetencias imperiales, sino también para lograr una comunidad solidaria, autosuficiente y poderosa.

Simón Bolívar en su “Carta de Jamaica”, escrita el día 6 de septiembre de 1815, reflexionó sobre el futuro de los pueblos de América Latina, destacando su convicción de que independencia y la unidad eran condición para su existencia como naciones: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria [...]. Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, deberían, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los estados que han de formarse [...]”

José Martí señaló en su artículo “El Congreso Internacional de Washington”, publicado el 19 de abril de 1889: “[...] Jamás hubo en América de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menor poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia. [...] Los peligros no se han de ver cuando se les tiene  encima, sino, cuando se les puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever. Solo una respuesta unánime y viril, para la que todavía hay tiempo sin riesgo, puede libertar de una vez a los pueblos de América de la inquietud y perturbación fatales en su hora de desarrollo [...].”

Ernesto Guevara en su discurso en la ONU, el 11 de diciembre de 1964, expresó: La hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la vienen señalando con precisión también de un extremo a otro del Continente. Ahora esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir, porque ahora los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o el tráfico de las ciudades, en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. Ya se los ve por los caminos un día y otro, a pie, en marchas sin término de cientos de kilómetros, para llegar hasta los «olimpos» gobernantes a recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de machetes, en un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, afincando sus garfios en las tierras que les pertenecen y defendiéndolas con sus vidas; se les ve, llevando sus cartelones, sus banderas, sus consignas; haciéndolas correr en el viento, por entre las montañas o a lo largo de los llanos. Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado, que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron.”

Fidel Castro siempre tuvo presente en su pensamiento político la necesidad de la unidad latinoamericana. Así lo expresó en su  discurso con motivo del XIX Aniversario del Asalto al Moncada, el 26 de julio de 1972: “Unámonos primero en pos de nuestros anhelos económicos, en pos del mercado común y después podremos ir superando las barreras aduaneras, y algún día las barreras artificiales habrán desaparecido. Que en un futuro no muy lejano nuestros hijos puedan abrazarse en una América Latina unida y fuerte. Ello será un gran paso de avance hacia la unión política futura, como fue el sueño de nuestros antepasados.”

Hugo Chávez sintió siempre el amor entrañable a la América toda y su pensamiento político siempre se basó en la hermandad, el humanismo y la solidaridad. Dijo al respecto en su discurso en la inauguración de la I Cumbre sobre la Deuda Social y la Integración Latinoamericana, en Caracas, el 10 de julio de 2001: “Por la vida, y la vida de nuestro continente indígena, negro, mestizo y blanco cruzado, la vida está en la integración.”

Mucho ejemplo tenemos para seguir en el camino hacia la integración y es nuestro deber honrar ese legado. Las obras buenas se hacen y no se espera que ellas, por sí mismas, cristalicen.


Percy Francisco Alvarado Godoy.

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