El eco mediático que han alcanzado los amoríos del actual Presidente
francés más bien son una cortina de humo para ocultar determinados
escándalos de mayor entidad de François Hollande.
Si analizamos con suficiente perspectiva y objetividad histórica lo
que ha ocurrido durante las últimas semanas en Francia, tendríamos que
concluir que todo tiene un terrible tufo de decadencia y
superficialidad.
Mientras los medios de comunicación social dedican una atención
desmedida a la vida sentimental del señor Hollande (¿realmente le
interesa esto a alguien?) y a las tristes desventuras de su anterior
amante abandonada (¿realmente ha sido abandonada?), otras cuestiones
políticas sustantivas se intenta que pasen a segundo plano…, e incluso
que sean excluidas de la agenda informativa.
Ante empeños tan descarados por tratarnos a los ciudadanos como
tontos de remate, es difícil saber si dichas campañas de diversión
responden a una iniciativa del propio equipo de François Hollande, o más
bien forman parte de la actual tela de araña que están tejiendo
determinados poderes fácticos. Pero, sea como sea, el resultado es el
mismo: un intento de escamotear la realidad política y los escándalos de
fondo.
El verdadero escándalo es que el Señor Hollande haya decidido por su
cuenta y riesgo cambiar sustancialmente el programa electoral con el que
concurrió a las urnas hace apenas un par de años. Lo cual supone un
fraude al electorado francés. Ahora, Hollande dice que estaba equivocado
y que se impone ser realista. ¿Acaso no era realista cuando concurrió a
las urnas? ¿No tenía ni idea de lo que se podía -y se debía- hacer?
¿Tan limitadas son sus capacidades políticas y analíticas? Si tan
equivocado estaba, o si tan pobre era su capacidad de análisis,
entonces, ¿por qué no dimite y deja que otros más preparados y mejor
informados se ocupen de los asuntos públicos?
Aparte de este patinazo mayúsculo, habría que preguntarse, ¿en casos
como este a quién corresponde rectificar? Si es cierto, como parece, que
Hollande era el candidato del Partido Socialista francés, ¿no es a este
partido al que le correspondería tomar democráticamente una decisión de
tanta envergadura y alcance? ¿Acaso no tendría que hacerse, incluso, un
Congreso Extraordinario del partido para realizar un cambio de ese
tenor? Por supuesto, luego habría que ver si los franceses estaban de
acuerdo o no con un cambio de rumbo sobrevenido.
A los ingenuos mortales que creemos en el sentido genuino de la
democracia todo esto nos parece escandaloso. Eso sí que es un escándalo
mayúsculo. Pero, al parecer, algunos entienden que se trata de algo tan
habitual que no lo consideran ni siquiera “noticia”. Ciertamente,
Hollande no es el primer responsable de gobierno que se cae del caballo a
medio camino y que, poseído por un ataque repentino de patriotismo
realista, empieza a hacer lo contrario de lo que había prometido a sus
conciudadanos… Por eso, de seguir por esta vía, ¿quién acabará creyendo
en el valor de la democracia? ¿Y qué efectos acabará teniendo el clima
de desconfianza y desafección que se está gestando? ¿Quién le compraría
un coche usado, por ejemplo, o se dejaría operar por personas tan
volátiles, tan poco fiables y tan poco rigurosas como algunos líderes
políticos?
El problema se complica cuando a todo lo anterior se une que los
cambios (escandalosos) de algunos líderes europeos casi siempre se
producen en una dirección equivocada, dañina económica y socialmente y
claramente perjudicial para los sectores sociales que les apoyaron en
las urnas.
Un economista tan competente y prestigioso como el Premio Nobel Paul Krugman manifestaba recientemente su sorpresa (El País,
19 de enero) por la adopción por parte de Hollande de políticas tan
desacreditadas y nocivas como las que está siguiendo la actual derecha
política europea. Es decir, lo peor es que Hollande ha cambiado para ir
en la dirección contraria a la que actualmente se necesita en Europa
para recuperar el crecimiento, el empleo y el bienestar social.
Esto es, precisamente, lo que economistas como Krugman consideran
escandaloso. De ahí que los problemas actuales del estancamiento y la
confusión europea se deban atribuir no solo a “las malas ideas de la
derecha”, de “conservadores insensibles (socialmente) y obcecados”, sino
al campo libre que les dejan “los políticos atolondrados y sin carácter
de la izquierda moderada”, según sostiene sin rodeos Krugman.
Críticas tan rotundas como la de Krugman no es fácil encontrarlas en
los círculos socialdemócratas europeos, en los que generalmente
predominan debates insulsos sobre liderazgos, simpatías y carismas
(alentados por los medios de comunicación social conservadores) y en los
que apenas afloran propuestas claras, sólidas y suficientemente
enérgicas. Por eso, Krugman puede criticar al centro-izquierda europeo
por contentarse con “ofrecer, como mucho, críticas desganadas” y
“achantamientos sumisos” que solo conducen al “descalabro intelectual”.
El problema es que, muchas veces, los liderazgos de la
socialdemocracia europea son liderazgos meramente mediáticos, sometidos a
demasiadas hipotecas y “agradecimientos” previos y calculadamente
ambiguos; y ¡ay de aquellos que osen salirse de las líneas marcadas!
¿Qué influjos tan poderosos están desplegándose en la vieja Europa
para que la socialdemocracia se vea sometida, tan recurrentemente y en
tantos países, a continuos vaivenes de liderazgos y cambios de ruta?
Cambios que siempre suelen conducir al descrédito y al hundimiento
electoral. Lo cual evidencia que se trata de cambios en contra de la
verdadera opinión pública. Un amigo mío sostiene que es tan grande el
grado de penetración y la capacidad de presión y chantaje que han
desplegado los tejedores de la actual tela de araña -dentro y fuera de
los partidos socialdemócratas europeos- que no hay quién pueda
sustraerse a la claudicación y la obediencia sumisa, so pena de ser
víctima de un lidericidio inmediato. ¿Hay ejemplos concretos que
demuestren que esto está siendo así? ¿Cómo se podría salir del círculo
desastroso del austericidio, la involución social y la crisis del empleo
decente? Con determinados líderes blanditos y mediáticos es evidente
que no se va a salir. Y con el silencio resignado tampoco.
José Félix Tezanos
Tomado de http://www.nuevatribuna.es
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