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Pasó
desapercibo el más que importante pronunciamiento del presidente de
Estados Unidos sobre varios aspectos del consumo de narcóticos en el
país que posee el mayor el número de adictos a las drogas ilícitas en la
aldea global, en términos relativos y absolutos.
Acaso
la brevedad de los juicios de Barack Obama a la revista The New Yorker
influyó para el desentendimiento de los medios mexicanos, amén de su
propensión a ser más oficialistas que el presidente, pero la concisión
es una virtud y más si ésta no está inscrita en la línea del
prohibicionismo y persecución guerrerista impuesta el 17 de junio de
1971 por Richard M. Nixon no sólo al país que presidió sino a la
Organización de las Naciones Unidas hace mas de cuatro décadas, bajo la
perspectiva geopolítica y geoestratégica de mantener como hegemónico al
imperio de las barras y las estrellas, hegemonía que ingresó a un ciclo
de crisis.
Uno de los juicios que no tiene desperdicio es el relativo a su experiencia personal: “Como ya se ha documentado bien, yo fumé mariguana cuando
era menor de edad y lo considero un mal hábito y un vicio, pero no es
muy diferente de los cigarros que fumé desde que fui un joven hasta gran
parte de mi vida adulta. No creo que sea más peligrosa que el alcohol”.
Hábito,
vicio o placer, eso depende de cada consumidor, Obama es el segundo de
un total de 44 presidentes de la Unión Americana que reconoce
abiertamente que fumó la cada vez más cotizada yerba, legal para efectos
recreativos en Colorado y Washington, muy pronto también lo será en el
decisivo estado de California, y por motivos curativos está
despenalizada en 25 estados más.
Barack
Hussein es el primer titular del Ejecutivo que reconoce, sin el
ejercicio de la dominante hipocresía estadunidense, que la mariguana no
es más dañina que el tabaco y el alcohol, diagnóstico ampliamente
respaldado por especialistas y estudiosos de las adicciones a los
narcóticos lícitos e ilícitos. Consumo de tabaco que Hussein, el gringo,
aún realiza pero “a escondidas”, dice Jorge Castañeda, porque Michelle,
la esposa, se molesta.
Más
aún, el presidente estadunidense que según la agencia AP “ha permitido”
a gobiernos estatales que “experimenten con la regulación” de la
mariguana, declaró que “para evitar una situación en la que sólo algunos
fueran castigados” porque le preocupa lo que es del dominio público en
Estados Unidos y México, “el número desproporcionadamente alto” de
detenciones y encarcelamientos de “minorías (raciales) por consumo de
mariguana”.
Sin
embargo, Obama instó a que “la sociedad tenga un enfoque cauteloso”
hacia la evolución de las leyes sobre la mariguana, al afirmar que la
gente que cree que la legalización resolverá problemas sociales
“probablemente exagera el caso”.
Llamado
a la cautela que es comprensible para el gobernante de un país saturado
como ninguno de drogas legales e ilegales, así como de sus
correspondientes consumidores, en una sociedad sellada por la doble
moral y un imperio que hace décadas integró a su arsenal geopolítico a
los narcóticos, como lo evidenció muy temprano Ronald Reagan con el caso
Irán-Contra (nicaragüense).
Pero
lo principal es la sólida tendencia del gobierno de Estados Unidos de
poner en juego políticas más flexibles y de mayor tolerancia hacia los
narcóticos ilícitos, destacadamente la mariguana, mientras los
gobernantes de México sellan la frontera norte para hacerle el trabajo
sucio, criminal, a la Casa Blanca y el Pentágono, a costa de un
imperdonable baño de sangre y muerte que lleva más de siete años
continuos, mientras su arquitecto Felipe Calderón amenaza a los
agraviados con volver al país.
Eduardo Ibarra Aguirre
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