Esta noche de viernes, más allá de las ideologías, quiero regalar a mis lectores un poema de amor, incluido en un nuevo libro en preparación.
En él hallarán una dolorosa recapitulación de las pérdidas, los desencuentros y las cosas importantes que uno, por terquedad o abandono, deja detrás de si en su marcha por la vida. Es entonces, cuando llega el ocaso, el momento de reflexionar sobre nuestras acciones.
Envejecí de pronto, y dejé tras de mí cientos de asuntos sin resolver.
Rehuí aquellos lugares donde hice promesas de retornar alguna vez,
besos que pretendí repetir en aquellas mujeres
cuyos nombres he olvidado;
promesas que el tiempo hizo imposibles de realizar
y abandonos inexplicables,
de los que, a veces, dejan más heridas en uno que en los otros.
Abandoné a amigos en velorios y cementerios
con la terca idea de seguir viéndolos vivos,
de poder imaginarlos presentes cuando los necesitara para charlar
o compartir las expiaciones y
fracasos.
Vivo de su presencia falsa a diario
convidándolos a fiestas que no hago, a encuentros fortuitos,
a charlas improvisadas y a abrazos inexistentes.
Envejecí de pronto y guardé al amor en un armario.
Me deshice de él sin pedirle permiso.
No me importó que el polvo y el olvido
lo sumergieran en un cruel ostracismo,
negándole el derecho a la luna y la llovizna,
al canto de las aves trinándome en el pecho.
Envejecí de pronto y ya olvidé canciones y poemas
que alguna vez me empujaron a una piel desnuda,
a tanta cama tibia,
a cada caricia conquistada por mérito propio.
Envejecí de pronto y quedaron atrás los sueños.
Dejé vencidos anhelos, noches de figuraciones y entregas totales.
Rompí mis mástiles en miles de tormentas.
Marchité a los recuerdos como a pétalos viejos.
Quebré mi espada ante la soledad.
Envejecí de pronto y perdí tantas cosas.
Ya no encuentro tu sombra en mi pasado.
Percy Francisco alvarado Godoy
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