sábado, 12 de julio de 2014

La guerra a control remoto de Obama


Todos los martes por la mañana, en la Situation Room de la Casa Blanca se celebra una reunión. Un equipo compuesto por los máximos respon­sables de la Inte­ligencia estadounidense presenta al presidente su 'kill list', sus propuestas de candidatos a ser ejecutados extrajudicialmente en alguna parte del mundo. Barack Obama tiene la última palabra. Los drones son su arma estrella para llevar a cabo los asesinatos.

Era el 23 de enero de 2009, habían pasado sólo tres días desde la toma de poder del primer presidente afroamericano de la historia de Estados Unidos. Los periódicos y televisiones de todo el mundo dedicaban todavía gran espacio a destacar semejante evento. El ‘Yes, We Can’ resonaba por doquier. Eran muchos los que querían creer en las ambiciosas promesas del flamante presidente, creer en que un cambio profundo era posible. El gran seductor, Superman Obama, parecía capaz de enterrar la siniestra tradición imperialista de su país después de más de dos siglos y dar inicio a un nuevo orden mundial.

Juegos de guerra

Los primeros en comprobar que eso era sólo un espejismo, que todo amenazaba con ir incluso a peor, no fueron agudísimos analistas internacionales sino los pobladores de la remota aldea de Zeraki, en la zona de Mir Ali, en Waziristán Norte, Pakis­tán. Sobre las cinco de la tarde de aquel 23 de enero los aldeanos escucharon un ruido “como de un abejorro” sobrevolando sus cabezas, dirían luego, pero no vieron nada al alzar la vista. Poco después cayó el primer misil Hellfire lanzado por el abejorro, un drone, contra una vivienda de esa aldea. La edificación quedó destruida, varias personas muertas o mutiladas. Los sobrevivientes y algunos vecinos se acercaron para ayudar a las víctimas. Y cayó el segundo misil, acabando con la vida de más personas. Entre 11 y 15 personas murieron en el ataque. Obama se había estrenado.

No fue el único ataque con drones de ese día. No muy lejos de allí, en Waziristán Sur, en la aldea Ganki Khei, en la zona de Wana, se registraba el segundo. La metodología, siempre la misma, el piloto, que puede estar a 10.000 kilómetros de distancia, cómodamente sentado en un sillón en una base militar en Estados Unidos, recibe la orden de disparar contra el objetivo que los ojos del drone le muestran en varios monitores. Sólo le hace falta pulsar su joystick para que el drone lance de inmediato un primer misil. Una vez que comprueba los efectos del impacto, completa la faena, dispara otro misil para rematar a los heridos o para matar a quienes se acercan a prestar auxilio.

El segundo ataque de ese día contra otra vivienda provocó entre seis y diez muertos. Mientras en el primero, fuentes oficiosas de la CIA aseguraron que habían muerto “cinco militantes de Al Qaeda” –sin mencionar que murieron también entre seis y nueve personas más, algunas niños–, en el segundo caso se trató directamente de un error, una mala información. Tiempo después se sabría que quien había proporcionado los detalles de los objetivos de gran valor al presidente había sido el propio director de la CIA, el general Hayden, a quien Obama habría criticado por su falta de precisión.

Si desde la primera incursión letal con drones, en 2002, hasta 2009, sólo se habían producido 48 ataques –con decenas de muertos–, en la era Obama, iniciada ese año, la cifra habría de dispararse a un ritmo enloquecedor: en cinco años se produjeron 390 ataques, con un saldo de entre 4.000 y 5.000 víctimas mortales. Al menos el 20% de ellas, una de cada cinco víctimas, eran civiles. El grueso, talibán o activistas de Al Qaeda u otros grupos de escaso valor, muchas veces campesinos reclutados a la fuerza o atraídos por la posibilidad de contar con una paga miserable y comida.

Sólo entre el 1,5% y el 2% de las víctimas eran dirigentes. Los ataques con aviones no tripulados, que comenzaron en 2002 en Yemen y Afganistán, se extenderían a Pakis­tán, Irak, Somalia, Libia y otros países. La mayoría de las ejecuciones extrajudiciales cometidas por medio de drones fueron realizadas por la CIA o por el Pentágono, pero el Reino Unido, ese gran aliado de EE UU para todas sus aventuras militares, ha tenido también participación en operaciones conjuntas o en solitario, persiguiendo sus propios objetivos.

Obama creyó encontrar en los drones la fórmula ideal para dar continuidad a la guerra contra el terror de Bush y, a su vez, evitar el rechazo nacional cada vez mayor que ya provocaba en EE UU la muerte de los miles de jóvenes soldados caídos en las guerras de Iraq y Afga­nistán. El mediático presidente vio también que la guerra protagonizada por drones, dirigidos por control remoto desde miles de kilómetros de distancia, le permitía a EE UU eliminar las tibias críticas de la llamada comunidad internacional ante el cúmulo de atropellos a la población civil que siempre van vinculados con las intervenciones de sus tropas en conflictos en el extranjero.

Como dioses

El presidente estadounidense parece copiar así la metodología practicada desde hace años por Israel, donde un equipo compuesto por representantes de las fuerzas armadas, del Mossad y asesores antiterroristas, ofrece al primer ministro periódicamente la carta con los distintos candidatos a morir, víctimas de un misil lanzado por un drone, por medio de los disparos de fuerzas especiales camufladas actuando en territorio palestino ocupado o por agentes llevando a cabo asesinatos selectivos en el exterior.

Cuando los martes sus asesores le presentan la 'kill list' de la semana, el demócrata Obama evalúa los pros y los contras de esa operación clandestina, valora la importancia del sujeto, valora las consecuencias políticas que pueda tener el asesinato, y decide matar o perdonar al candidato de turno. Tal como lo hacían los reyes absolutistas, o como el César, cuando, tras una contienda entre gladiadores en el circo romano, indicaba con un movimiento de su pulgar, hacia arriba o hacia abajo, si el gladiador vencido en la arena merecería vivir o morir.

A pesar de que en Europa, como en gran parte del mundo, la crisis económica ha llevado a sus gobiernos neoliberales a recortar en la mayoría de los casos drásticamente los presupuestos para I+D civil, no sucede lo mismo sin embargo con la I+D militar, que sigue en general dotada de importantes medios para investigar y desarrollar armas cada vez más ‘inteligentes’ y autónomas.

Al igual que ha sucedido en el terreno de la carrera nuclear, las grandes potencias se esfuerzan por competir en el campo de las armas inteligentes sabiendo que en ello se juega hoy día la superioridad militar. A pesar de su papel de vanguardia en ese sentido, EE UU teme que tecnologías como la de los drones puedan ser usadas un día por sus adversarios –potencias o poderosos grupos terroristas– para atacar sus ciudades. ¿Que sucedería si Washing­ton o Nueva York fueran atacadas por flotillas de cientos de drones con explosivos lanzados contra instalaciones de alto valor?

La guerra del futuro ya está aquí

Según el teniente general Dave Deptula, de la USAF, desde 2009 se han entrenado más pilotos de drones que pilotos de cazambombarderos convencionales. La demanda ha aumentado en un 300%, sostenía. El Pentágono prevé que en pocos años se fabricarán menos bombarderos convencionales y más drones cumplirán su función. En septiembre de 2013 tuvo lugar una experiencia inédita: la presentación en público de la modificación de un cazabombardero F16, uno de los modelos que más se utilizan en las guerras de Iraq y Afganistán, para convertirlo en un dron.

El “subidón” de los pilotos

Algunos pilotos hablan del “subidón” que les produce la experiencia. Otros quedaron traumatizados. El coronel Matt Martin amaba su trabajo. “A veces me sentía como Dios lanzando rayos desde lejos”, escribió en su libro Predator. Otros, sin embargo, quedaron traumatizados y abandonaron las fuerzas armadas. Brandon Bryant lo explicó así en una entrevista: “A través de los monitores he visto morir a hombres, mujeres y niños; en aquella época nuestros misiles no dejaban nada vivo donde impactaban”.

Lo que un dron puede conseguir

“Los cuerpos estaban tan deshechos que fue imposible diferenciar entre niños, jóvenes, adultos y ancianos, todos fueron enterrados como animales en una fosa común”, testificó ante un subcomité del Senado de EE UU en abril de 2013 Farea al Muslimi, conocido activista social yemení que fue testigo de la matanza provocada por los misiles disparados desde un dron ­estadounidense contra su aldea, en la remota localidad de Wessab. Y añadió: “Lo que antes los violentos no lograban, un ataque de drones lo consiguió en un instante: ahora hay un intenso odio contra América en Wessab”.

Estadounidenses entre las víctimas

En el año 2013 el fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, reconoció que cuatro de los asesinados con drones habían nacido en territorio estadounidense. “Basado en principios legales de viejas generaciones y en decisiones de la Corte Suprema desde la Segunda Guerra Mundial y ante los conflictos actuales, queda claro, y es lógico que así sea, que la simple ciudadanía estadounidense no haga a esos individuos inmunes de convertirse en objetivos”, dijo el fiscal general.

¿Una academia de drones en Galicia?

El Ministerio de Defensa español, el Pentágono y expertos de la OTAN analizan al menos desde 2007 la posibilidad de instalar en España una de las bases principales para adiestrar a pilotos de drones militares. Se pensó inicialmente en la localidad de Trasmiras, en Ourense, pero a partir de 2013 tomó cuerpo la idea de que se estableciera en Lugo, en el aeródromo de Rozas. Los vecinos de la zona crearon una plataforma para rechazar ese proyecto. El grupo parlamentario de Alternativa Galega de Esquerda (AGE) pidió en rueda de prensa en 2013 que se paralizaran las pruebas con drones. 

ROBERTO MONTOYA


Tomado de  www.diagonalperiodico.net

No hay comentarios:

Publicar un comentario