lunes, 6 de octubre de 2014

Brasil: confrontación diferida

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El primer dato a destacar de los comicios realizados ayer en Brasil es el triunfo de la presidenta Dilma Rousseff en su aspiración a relegirse en el cargo: con poco más de 41 por ciento de los votos, la actual mandataria, que pertenece al Partido de los Trabajadores (PT), quedó en el primer lugar en la preferencia de los electores. El opositor Aecio Neves, por su parte, del derechista Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), quedó en segundo sitio, con 34.2 por ciento de los sufragios, luego de recuperarse de una caída en las preferencias que llegaron a colocarlo en un remoto tercer lugar, con sólo 14 por ciento. En correspondencia, la aspirante emergente del Partido Socialista Brasileño (PSB), Marina Silva, quien logró levantar una efímera burbuja de popularidad, quedó relegada a 21 por ciento.
 
En rigor, las propuestas políticas en juego en estos comicios eran dos: la de Rousseff, que representa la continuidad del proyecto iniciado por Luis Inazio Lula Da Silva en 2002, y la de Neves-Silva, partidarios de una vuelta de timón en el manejo de los asuntos públicos en el gigante sudamericano. El socialdemócrata alineó tras de sí a las derechas tradicionales, en tanto que Silva, escindida hace unos años del proyecto de Lula, enarbolaba un neoliberalismo atenuado con toques ambientalistas.

Rousseff, por su parte, ha continuado la fórmula de gobierno de su mentor y antecesor en el cargo, consistente en el apego a las políticas de libre mercado, pero con un fuerte énfasis social y una clara orientación hacia la soberanía nacional, la integración regional y la construcción de un orden mundial multipolar.

Aunque algunos han descrito la orientación de Lula-Rousseff como la más moderada de las propuestas transformadoras que hoy ejercen el poder en Sudamérica, el hecho indudable es que el ejercicio gubernamental de ambos ha permitido un crecimiento sin precedente de la clase media, una envidiable disminución de la pobreza y la proyección de Brasil como potencia económica capaz de desempeñar un papel de primera línea en la política global.

Toda vez que la actual mandataria no logró la mayoría absoluta, la disputa entre estos dos modelos de país y de economía volverá a dirimirse en las urnas dentro de tres semanas, en una segunda vuelta entre Rousseff y Neves. El resultado dependerá de la capacidad de cada uno de ellos para atraer a sus respectivas causas los sufragios que ayer fueron para Silva, más los de 19 por ciento de los electores que se abstuvieron de ir a votar.

Lo que está en juego no es únicamente el modelo económico-social de Brasil, sino también la correlación de fuerzas regional y mundial. Sin duda, una derrota de la actual presidenta sería catastrófica para el proceso de integración regional en curso en la porción sur del continente, en la medida en que volvería a colocar a ese país en una condición de supeditación ante Estados Unidos; en cambio, su victoria daría un impulso claro a la recuperación de la soberanía brasileña y, por extensión, a la convergencia política, económica y social que en Sudamérica ha venido superando el neoliberalismo y que ha colocado a la región en un plano de dignidad, desarrollo e independencia.

La Jornada

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