lunes, 13 de abril de 2015

Terrorismo: la historia silenciada

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En Kingston, en una escala hacia Panamá, sede de la séptima Cumbre de las Américas, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, señaló que el documento del Departamento de Estado para retirar a Cuba de la lista de naciones patrocinadoras de grupos terroristas se encontraba todavía en su fase de revisión. El hecho, en sí, fue otra manifestación de impudicia del inquilino de la Casa Blanca. Terrorismo, según su más breve definición, es una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. Y ese es uno de los ejes fundamentales de la historia no contada o silenciada por los medios de difusión masiva bajo control monopólico privado acerca de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.



El 4 de marzo de 1960, a las 3:15 de la madrugada, el vapor La Coubre, con una carga de granadas para fusiles FAL de fabricación belga, estalló en la bahía del puerto de La Habana ocasionando un número indeterminado de desaparecidos; se encontraron los restos de 101 personas y hubo más de 200 heridos. Estados Unidos había presionado al gobierno belga para evitar embarques de armas hacia la isla, y desde enero de ese año una fuerza de tarea de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) había desatado una guerra clandestina contra la revolución cubana. Según el informe del inspector general de la CIA, Lyman Kirkpatrick, desclasificado y reproducido por El Nuevo Herald en 1998, el proyecto de derrocar a (Fidel) Castro se había convertido en una importante actividad de la agencia con la más alta aprobación política. Un día después del sabotaje a La Coubre, Fidel Castro dijo: Ahora libertad quiere decir algo más todavía. Libertad quiere decir patria, y la disyuntiva nuestra será: ¡patria o muerte!

En marzo de 2001, Robert Reynolds, jefe de la estación de la CIA en Miami entre 1960 y 1961, reconoció: “Nosotros habíamos comenzado a hacer algunos sabotajes en aquellos momentos…” En efecto, durante los primeros años del proceso revolucionario, un país con una población 25 veces menor y decenas de veces más pequeño en territorio que Estados Unidos, vio correr la sangre de sus ciudadanos por actos terroristas organizados y ejecutados desde el país norteamericano, en una proporción mayor que todos los estadunidenses caídos en la guerra de Vietnam.

En abril de 1961, explosivos altamente inflamables, producidos en los laboratorios de la CIA y enmascarados en cajetillas de cigarrillos Edén, destruyeron la tienda El Encanto, la mayor del país. Igual suerte corrieron La Época, Flogar y el cine Cándido. Para entonces, como reconoció en su informe Kirkpatrick, ya había comenzado la fase inicial de las operaciones paramilitares en la isla, que contemplaban el desarrollo, apoyo y orientación de grupos disidentes en Pinar del Río, El Escambray y la sierra Maestra. Estos grupos serán organizados para una acción guerrillera concertada contra el régimen.

Luego de la derrota de la invasión mercenaria de la Brigada 2506 en las arenas de playa Girón (bahía de Cochinos), organizada por John F. Kennedy, en el marco de la operación Mangosta, Washington creó la más grande estación de la CIA (JM-Wave) en el estado de Florida, donde trabajaban más de 3 mil agentes de origen cubano. En los cayos y la zona pantanosa de los Everglades se encontraban los centros de instrucción para los grupos-comandos encargados de ejecutar las operaciones especiales.

La estación disponía de aviones piratas para atacar objetivos económicos y sociales en la isla (fábricas de abonos, ingenios azucareros, refinerías, depósitos de petróleo, etcétera), así como medios navales que incluían buques madres, lanchas intermedias y rápidas, fuertemente artilladas, operadas por el grupo terrorista Alpha 66, radicado en Miami, que atacaron buques mercantes de países que comerciaban con Cuba, embarcaciones pesqueras, centros portuarios y caseríos costeros, además de ser utilizados para infiltraciones y exfiltraciones de agentes e introducir armas y explosivos a la isla.
 
El 6 de octubre de 1976 un DC-8 de la aerolínea Cubana de Aviación despegó de Barbados con destino a Jamaica, y una hora después explotó en el aire con saldo de 73 muertos; no hubo sobrevivientes. “La CIA nos lo enseñó todo. Cómo usar explosivos, cómo matar, hacer bombas… nos entrenaron en actos de sabotaje”, declararía a The New York Times, el 12 de julio de 1998, el terrorista Luis Posada Carriles, autor intelectual del hecho. La guerra biológica, verbigracia, la epidemia de dengue hemorrágico que afectó a más de 344 mil cubanos en 1981, fue otra acción encubierta de la CIA mediante la introducción de virus infecciosos en la isla.

En septiembre de 1997 se produjeron atentados con explosivos contra el restaurante La Bodeguita del Medio y los hoteles Tritón, Chateau-Miramar, Copacabana, Capri y Nacional. El mercenario de origen salvadoreño detenido declaró que actuó bajo la dirección de Posada Carriles, quien a su vez dijo contar con el apoyo económico de Jorge Mas Canosa, jefe de la Fundación Nacional Cubano-Americana.

En 1999, en La Habana, el relator especial sobre Mercenarismo de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU señaló que ningún Estado puede legítimamente consentir o autorizar que se utilice su territorio o que en él se constituyan y enmascaren organizaciones con la perspectiva de diseñar o llevar a cabo actividades que materialicen su hostilidad a otro país o su gobierno. Y sin mencionar su nombre, aludió al autor intelectual de esos atentados terroristas: Luis Posadas Carriles, quien vivía en Miami bajo la protección de la CIA y sucesivos gobiernos en la Casa Blanca, incluido el del premio Nobel de la Paz Barack Obama.

A Obama le disgusta la historia, pero, como le dijo Raúl Castro en Panamá, debe saber que el terrorismo armado y patrocinado por Washington costó la vida de 3 mil 428 civiles cubanos, y que jamás un estadunidense ha sido muerto o herido, y ni una sola instalación ha sufrido el menor daño material por alguna acción procedente de Cuba.

Carlos Fazio
 
La Jornada en Línea

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