Sin lugar a duda
alguna, el proceso de acercamiento en las relaciones entre Cuba y los Estados
Unidos se ha tornado impreciso y presupone una esperada complejidad a partir
del anuncio del mandatario norteamericano sobre cambios unilaterales por la
parte estadounidense con respecto a su par cubano. Todo este show, producto de
la influencia ejercida por los actuales promotores de la guerra sucia contra Cuba
en el Congreso USA, el senador Marco Rubio y el congresista Mario Díaz-Balart,
quienes lidian con sus retrógradas
acciones un vendaval de críticas en distintos sectores de la política yanqui,
la opinión pública nacional y muchos de sus propios socios congresistas y partidistas.
A decir verdad, la
dudosa gloria de estos dos rufianes se ha visto empañada por una inminente
confrontación con otros históricos mafiosos anticubanos en el Congreso, lo que
anuncia una ruptura de enfoque entre la vieja camada de políticos y sus
aparentes sucesores. Lo mismo ocurre entre ambos. Una muestra de ello, no
ocultada por medios periodísticos miamenses, es la incomodidad de Mario Díaz
Balart con Marco Rubio pues este último rehusó incluir en la nueva directiva de
Trump hacia Cuba algunos acápites más drásticos en el diseño de este plan
anticubano. Rubio, con algo de experiencia política se rehusó a ello mostrando
cautela, sabedor de que su frágil vínculo con Trump obedece solo al apoyo
prestado por éste al mandatario en la disputa con el ex director del FBI, James
Comey, y el caprichoso gobernante visitador de Miami para complacer en algún
grado a la extrema derecha anticubana puede cambiar su rumbo y desfavorecerlo
inesperadamente.
Mario se ha visto
vencido por Rubio en cuanto a influencia política y protagonismo mediático
entre la extrema derecha conservadora USA, aunque él representa un mayor
compromiso con los principales y tradicionales enemigos contrarrevolucionarios,
lo que produjo intercambios verbales poco amigables entre ambos con
posterioridad a la firma de la directiva de Trump.
Otro involucrado como
Mario y Marco, el representante Carlos Curbelo, también ha sacrificado su base
electoral apoyando a las antipopulares medidas de Trump, a cambio de su ayuda
para recrudecer la política norteamericana contra Cuba. Recuérdese que Mario
dio el voto de desempate como miembro del Comité de Presupuesto para que se
aprobara el proyecto de ley del American Health Care Act (AHCA), el cual deja
sin seguro médico a 23 millones de norteamericanos, lo que al decir despectivo de
Marco Rubio es solo un 7% de la población de ese país.
Indicio de los
cambios en los sectores mafiosos anticubanos en el Congreso es la caída
mediática de Ileana Ros-Lehtinen y su ostracismo obligado en los medios
anticubanos, dejando de ser noticia “interesante” su cacareo anticubano por
casi tres décadas y su enfebrecida fobia anti bolivariana. Su rutilante
estrella parece oscurecer, al igual que la del depravado y corrupto Bob
Menéndez. Estos gastados recursos del Imperio parecen haber perdido su vida
útil, pesando sobre ellas las nuevas figuras mafiosas que se han dado por
arroparse junto al torpe Trump. Mario y Marco son los delfines de un nuevo tipo
de enfebrecido odio hacia Cuba y se han erigido como protagonistas preferidos
de los eternos enemigos de la Revolución.
Otro rumor del
desplazamiento de Ileana fue un posible encontronazo de la misma con las
posturas de Rubio contra la Comunidad LGTBIQ y de tipo antifeminista. Se sabe
que Ileana, sobre todo desde que su hijo Rodrigo declaró su transexualidad, se
ha enmarcado en el apoyo a estos movimientos. Lo cierto es, que rumores aparte,
la triada actual de Mario-Marco-Curbelo parece haber dado una patada en el
trasero a los viejos cavernarios anticubanos, usando un descarado y
despreciable oportunismo político.
Estos nuevos
mafiosos, no tan nuevos por cierto, harán lo imposible por ganarse el
beneplácito de quienes con fatal utopía pretenden vernos derrotados. Cuba los
seguirá derrotando.
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