domingo, 28 de abril de 2013

Secuestro de la política cubana




Desde el triunfo de la insurrección revolucionaria que derrocó la dictadura de Fulgencio Batista, Estados Unidos de Norteamérica inicio una labor conspirativa orientada a descarrilar el sentir social que impregnaba al país. 

Nunca tuvo la intención de identificarse con la oposición natural que existe en todo proceso político y que fue conculcado en Cuba por el liderazgo del proceso, a los pocos años de iniciarse, con el pretexto de evitar desviaciones que afectaran la defensa del territorio ante los ataques estadounidenses. El objetivo principal de los planes de Washington fue evitar que se produjera un ambiente político donde las reformas sociales y la defensa de los intereses económicos nacionales primaran sobre las inversiones extranjeras. O sea, la meta en aquellos tiempos era impedir que se produjeran cambios en la estructuración política del estado, no solamente por el temor de perder los controles absolutos que poseía sobre Cuba, sino evitar que aquello se convirtiera en un modelo a seguir en Latinoamérica, teniendo en cuenta que en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, habían brotado movimientos en la región clamando por un sistema de justicia, de corte civilista y socialmente orientado. 

Para encaminar aquellos esfuerzos conspirativos recurrió a la vieja táctica de fabricar personajes, líderes de bolsillo y supuestos salvadores de la Patria. 

Ya hemos mencionado en artículos anteriores, que esta táctica había sido utilizada en múltiples ocasiones para descarrilar procesos políticos que, en Centro y Sur América, procuraban revindicar la justicia conculcada por las oligarquías nacionales. 

Dicha táctica trajo como consecuencia, en la Cuba inmediata al triunfo insurreccional contra la dictadura, que una parte de quienes hubiesen conformado una oposición genuina, dentro del proceso nacional alimentado al calor del triunfo de aquella insurrección, pasaran a formar parte de un ambiente de paramilitarismo, sabotaje y actos terroristas que no daban cabida a la diversidad de criterios. La dirección del proceso aprovechó con mucha habilidad esta situación y erradicó la fluidez del debate natural que correspondía a un desarrollo político que multitudinariamente procuraba apartarse de un pasado de politiquería malsana, creando a su vez condiciones para los más empobrecidos. 

La intervención estadounidense secuestró las posibilidades para el debate, limitando por consiguiente el surgimiento espontáneo de las dirigencias políticas necesarias a las sociedades modernas posteriores a la Revolución Industrial. 

Sin la intervención agresiva y militarista estadounidense, el proceso revolucionario hubiese sido otro, la dirección histórica hubiese sido diferente y el resultado final no hubiese requerido de tantos desaciertos, ni tantos descalabros, ni el país hubiese sufrido la ineficiencia de la economía agrícola y el enfriamiento del desarrollo agroindustrial que comenzaba a manifestarse. 

En estos momentos, esa táctica de fabricar personajes perdura y nuevamente los pensantes de Washington se niegan a aceptar la realidad cubana que comenzó a surgir a partir de los descalabros prácticos del experimento social soviético. 

Estados Unidos nunca ha podido ver con claridad los procesos que se suceden más allá de sus fronteras. Su tendencia a homogenizarlo todo con los criterios ideológicos imperantes en Washington, los lleva a interferir en el camino de las soluciones que la nación cubana busca con afán y que por vez primera persigue con denuedo y mucha ponderación. 

La aparición en el horizonte Washingtoniano de nuevo personajes cubanos, útiles para ser mostrados en las primeras páginas de la noticia, y su persistencia en buscarlos y convertirlos en “escogidos”, nos recuerda al Golden Boy Manuel Artimes de los primeros años del proceso revolucionario y a Jorge Más Canosa, fabricado en los ochenta durante el gobierno de Ronald Reagan. 

El primero fue un producto de los militaristas imperiales de la época y el segundo de los militares transformados en políticos. La diferencia entre uno y otro fue la vestimenta, pero ambos fomentaban la insurrección 

Señalé anteriormente a Yoani Sánchez como la Golden Girl del Siglo XXI, la cual evidentemente ha sido “escogida” por Washington, por ese persistente afán de creer que puede hallarle soluciones políticas al Estado cubano creando problemas. 

La política estadounidense entorpece permanentemente cualquier balance político interno en Cuba, tanto aquel que hubiera podido conformarse a raíz de 1959 o el que parece estar a punto de producirse. 

Cincuenta y cuatro años después de iniciarse el proceso revolucionario en Cuba y fundándose en los aciertos y errores de los experimentos sociales del siglo XX, la sociedad cubana es otra, el Poder político tiene como base un collage de protagonistas no existentes en el resto de la región y la dirección del procesos se mueve por los mismos criterios generales que le dieron origen, pero con diferentes ideas y procedimientos en lo particular. Por consiguiente, a la luz de estos factores, la configuración del Estado y los mecanismos políticos para sostener la alternancia en su dirección administrativa, requieren de una nueva visión. Los opositores y los sostenedores de la política gubernamental se mueven por primera vez dentro de un marco de mayor libertad y espontaneidad, formando parte del mismo Poder que el tiempo y la experiencia han creado. 

Fuera de ese contexto no existe oposición sino insurgencia. Lo mismo sucede en Estados Unidos de Norteamérica y con el resto de los Estados en el mundo. En todos las naciones donde el Estado está organizado en principios políticos capitalistas, el Poder se alterna pero, las izquierdas radicales decimonónicas, los nacionalistas del federalismo y los nuevos movimientos teocráticos que se mueven en su entorno, no son más que factores marginales que crean más problemas que soluciones. 

En el caso cubano el problema principal radica, que mientras esa marginalidad política es irrelevante, de la misma manera que sucede con las minorías desfasadas de los Estados capitalistas, poseen en Cuba un poder virtual magnificado por la media gracias al apoyo que reciben de Washington. 

Esta contradicción existe desde el principio mismo del proceso de cambios iniciados en Cuba en el año 1959. 

Esto es, en resumen, cómo lo pienso yo y cómo lo veo. 

Lo escribo para deleite de quienes entienden, para los que no quieren entender y para aquellos que nunca entenderán.

Por Lorenzo Gonzalo*
  
*Lorenzo Gonzalo periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.
Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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