Desde el
triunfo de la insurrección revolucionaria que derrocó la dictadura de Fulgencio
Batista, Estados Unidos de Norteamérica inicio una labor conspirativa orientada
a descarrilar el sentir social que impregnaba al país.
Nunca tuvo
la intención de identificarse con la oposición natural que existe en todo
proceso político y que fue conculcado en Cuba por el liderazgo del proceso, a
los pocos años de iniciarse, con el pretexto de evitar desviaciones que
afectaran la defensa del territorio ante los ataques estadounidenses. El objetivo
principal de los planes de Washington fue evitar que se produjera un ambiente
político donde las reformas sociales y la defensa de los intereses económicos
nacionales primaran sobre las inversiones extranjeras. O sea, la meta en
aquellos tiempos era impedir que se produjeran cambios en la estructuración
política del estado, no solamente por el temor de perder los controles
absolutos que poseía sobre Cuba, sino evitar que aquello se convirtiera en un
modelo a seguir en Latinoamérica, teniendo en cuenta que en las décadas de los
años cuarenta y cincuenta, habían brotado movimientos en la región clamando por
un sistema de justicia, de corte civilista y socialmente orientado.
Para
encaminar aquellos esfuerzos conspirativos recurrió a la vieja táctica de fabricar
personajes, líderes de bolsillo y supuestos salvadores de la Patria.
Ya hemos
mencionado en artículos anteriores, que esta táctica había sido utilizada en
múltiples ocasiones para descarrilar procesos políticos que, en Centro y Sur
América, procuraban revindicar la justicia conculcada por las oligarquías
nacionales.
Dicha
táctica trajo como consecuencia, en la Cuba inmediata al triunfo insurreccional
contra la dictadura, que una parte de quienes hubiesen conformado una oposición
genuina, dentro del proceso nacional alimentado al calor del triunfo de aquella
insurrección, pasaran a formar parte de un ambiente de paramilitarismo,
sabotaje y actos terroristas que no daban cabida a la diversidad de criterios.
La dirección del proceso aprovechó con mucha habilidad esta situación y
erradicó la fluidez del debate natural que correspondía a un desarrollo
político que multitudinariamente procuraba apartarse de un pasado de
politiquería malsana, creando a su vez condiciones para los más empobrecidos.
La intervención
estadounidense secuestró las posibilidades para el debate, limitando por
consiguiente el surgimiento espontáneo de las dirigencias políticas necesarias
a las sociedades modernas posteriores a la Revolución Industrial.
Sin la
intervención agresiva y militarista estadounidense, el proceso revolucionario
hubiese sido otro, la dirección histórica hubiese sido diferente y el resultado
final no hubiese requerido de tantos desaciertos, ni tantos descalabros, ni el
país hubiese sufrido la ineficiencia de la economía agrícola y el enfriamiento
del desarrollo agroindustrial que comenzaba a manifestarse.
En estos
momentos, esa táctica de fabricar personajes perdura y nuevamente los pensantes
de Washington se niegan a aceptar la realidad cubana que comenzó a surgir a
partir de los descalabros prácticos del experimento social soviético.
Estados
Unidos nunca ha podido ver con claridad los procesos que se suceden más allá de
sus fronteras. Su tendencia a homogenizarlo todo con los criterios ideológicos
imperantes en Washington, los lleva a interferir en el camino de las soluciones
que la nación cubana busca con afán y que por vez primera persigue con denuedo
y mucha ponderación.
La aparición
en el horizonte Washingtoniano de nuevo personajes cubanos, útiles para ser
mostrados en las primeras páginas de la noticia, y su persistencia en buscarlos
y convertirlos en “escogidos”, nos recuerda al Golden Boy Manuel Artimes de los
primeros años del proceso revolucionario y a Jorge Más Canosa, fabricado en los
ochenta durante el gobierno de Ronald Reagan.
El primero
fue un producto de los militaristas imperiales de la época y el segundo de los
militares transformados en políticos. La diferencia entre uno y otro fue la
vestimenta, pero ambos fomentaban la insurrección
Señalé
anteriormente a Yoani Sánchez como la Golden Girl del Siglo XXI, la cual
evidentemente ha sido “escogida” por Washington, por ese persistente afán de
creer que puede hallarle soluciones políticas al Estado cubano creando
problemas.
La política
estadounidense entorpece permanentemente cualquier balance político interno en
Cuba, tanto aquel que hubiera podido conformarse a raíz de 1959 o el que parece
estar a punto de producirse.
Cincuenta y
cuatro años después de iniciarse el proceso revolucionario en Cuba y fundándose
en los aciertos y errores de los experimentos sociales del siglo XX, la
sociedad cubana es otra, el Poder político tiene como base un collage de
protagonistas no existentes en el resto de la región y la dirección del
procesos se mueve por los mismos criterios generales que le dieron origen, pero
con diferentes ideas y procedimientos en lo particular. Por consiguiente, a la
luz de estos factores, la configuración del Estado y los mecanismos políticos
para sostener la alternancia en su dirección administrativa, requieren de una
nueva visión. Los opositores y los sostenedores de la política gubernamental se
mueven por primera vez dentro de un marco de mayor libertad y espontaneidad,
formando parte del mismo Poder que el tiempo y la experiencia han creado.
Fuera de ese
contexto no existe oposición sino insurgencia. Lo mismo sucede en Estados
Unidos de Norteamérica y con el resto de los Estados en el mundo. En todos las
naciones donde el Estado está organizado en principios políticos capitalistas,
el Poder se alterna pero, las izquierdas radicales decimonónicas, los
nacionalistas del federalismo y los nuevos movimientos teocráticos que se
mueven en su entorno, no son más que factores marginales que crean más problemas
que soluciones.
En el caso
cubano el problema principal radica, que mientras esa marginalidad política es
irrelevante, de la misma manera que sucede con las minorías desfasadas de los
Estados capitalistas, poseen en Cuba un poder virtual magnificado por la media
gracias al apoyo que reciben de Washington.
Esta
contradicción existe desde el principio mismo del proceso de cambios iniciados
en Cuba en el año 1959.
Esto es, en
resumen, cómo lo pienso yo y cómo lo veo.
Lo escribo
para deleite de quienes entienden, para los que no quieren entender y para
aquellos que nunca entenderán.
Por Lorenzo
Gonzalo*
*Lorenzo
Gonzalo periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.
Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación
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