De acuerdo con
un estudio elaborado por el Congreso de Estados Unidos, hasta el año en
curso el gobierno de ese país ha gastado 1.6 billones (millones de
millones) de dólares en las guerras que emprendió tras los ataques
terroristas del 11 de septiembre de 2001. De esa suma, 51 por ciento
–unos 815 mil millones– fueron usados en la invasión, destrucción y
ocupación de Irak, en tanto 43 por ciento se emplearon en la agresión
contra Afganistán, iniciada dos años antes y que prosigue a la fecha. El
resto se destinó a mejorar la seguridad de las bases militares en
diversas partes del mundo, y a acciones relacionadas con el “terrorismo”
en otros países.
Por otra parte, y a juzgar por resultados, la
inversión en las invasiones de Afganistán e Irak, en el contexto de la
“guerra contra el terrorismo” lanzada por Bush y continuada por su
sucesor en la presidencia, son un completo dispendio si se considera
que, a más de 13 años de los atentados de Al Qaeda contra las Torres
Gemelas y el Pentágono, las amenazas contra la seguridad estadunidense
no sólo no han disminuido, sino que se han fortalecido. Si bien la
organización que comandaba Osama Bin Laden parece haberse debilitado
severamente, hoy en día se desarrolla un integrismo islámico armado
mucho más poderoso y violento que ha sentado sus reales en extensos
territorios de Irak y Siria, y los atentados terroristas son una
constante en Afganistán e Irak y otras naciones de Medio Oriente, Asia
central y diversos países de África. Para colmo, la obsesión de la Casa
Blanca contra el terrorismo ha dado lugar a un severo recorte de
libertades individuales y a un grave deterioro de los derechos humanos
en casi todos los continentes, así como a una manifiesta paranoia
policial y a una sobrevigilancia masiva de los ciudadanos por parte de
entidades gubernamentales.
Por último, buena parte del astronómico gasto
mencionado ha alimentado el endeudamiento y la corrupción oficial en los
dos países invadidos y también, desde luego, en Estados Unidos. La
deuda pública de la superpotencia pasó de 6 a 16 billones de dólares en
10 años y, según una nota del Financial Times del 18 de marzo del
año pasado, contratistas privados estadunidenses habían recibido unos
138 mil millones de dólares por servicios diversos en Irak. La mayor
parte de tales contratistas, cabe recordar, formaban parte del círculo
de Dick Cheney, vicepresidente en las administraciones de Bush hijo, y
mucho de ese dinero fue gastado en forma fraudulenta, según se ha
señalado en numerosos reportes.
Por desgracia, a la luz de los presupuestos militares
posteriores a 2008, y a pesar de sus promesas de campaña de ese año, el
gobierno de Obama no ha podido o no ha querido variar el belicismo
tradicional de Washington ni derivar las sumas astronómicas gastadas en
medios y aventuras de destrucción y muerte a causas pacíficas y
constructivas, y su responsabilidad política e histórica por ello es
ineludible.
Editorial La Jornada
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