Pero aunque la bioética
se desarrollase y adquiriese importancia especialmente gracias a
Nuremberg, con los años se destaparían algunos hechos históricos
descorazonadores. Es el caso de la Unidad 731, un complejo de investigación japonés que se dedicó, desde 1932 hasta 1945, a desarrollar armas biológicas cerca de la ciudad de Pingfan, en Manchuria. Después de probar los efectos de estas creaciones sobre miles de prisioneros, consiguieron propagar varias epidemias de peste en China, incumpliendo los acuerdos internacionales de Génova.
Pero aunque la bioética
se desarrollase y adquiriese importancia especialmente gracias a
Nuremberg, con los años se destaparían algunos hechos históricos
descorazonadores. Es el caso de la Unidad 731, un complejo de investigación japonés que se dedicó, desde 1932 hasta 1945, a desarrollar armas biológicas cerca de la ciudad de Pingfan, en Manchuria. Después de probar los efectos de estas creaciones sobre miles de prisioneros, consiguieron propagar varias epidemias de peste en China, incumpliendo los acuerdos internacionales de Génova.
«Aquellos investigadores usaron a
hombres, mujeres y niños chinos para probar la eficacia de sus armas.
Hubo cerca de 200.000 víctimas de esta investigación en Manchuria, pero
nadie lo sabe», escribió Sheldon H. Harris, historiador de la Universidad del Estado de California, en «La guerra biológica de Japón (1932-45) y la cobertura americana». En las páginas de este libro, publicado en 1994, denuncia algunos de los peores crímenes cometidos contra la humanidad y probablemente de los más desconocidos.
Según explica en esta obra, los doctores de la Unidad 731 infectaban a sus víctimas con los microbios
causantes de la peste, el carbunco, el botulismo, la disentería, la
gangrena gaseosa, el cólera, etc, y no era raro que les abrieran, cuando
estaban vivos y sin usar anestesia, para examinar los efectos de las
enfermedades sobre los órganos.
Las estimaciones más prudentes, publicadas por el «US Army Medical Department», hablan de al menos 1.000 prisioneros muertos durante la realización de tales pruebas. En otro trabajo, realizado por Edward Eitzen y Ernest Takafuji,
se considera que «al menos 3.000 prisioneros de guerra (incluyendo a
chinos, coreanos, mongoles, soviéticos, americanos, británicos y
canadienses fueron usados como cobayas en la Unidad 731». Otras
estimaciones, hablan de 200.000 afectados y 10.000 muertes en la Unidad 731,
a lo largo de los 13 años en los que estuvo funcionando un complejo
compuesto por «150 edificios, 5 campamentos y un equipo de más de 3.000
personas», según se refleja en un artículo publicado en «Baylor University Medical Center Proceedings».
Sea como sea, uno de los directores
de aquel complejo, el General Kawashima, declaró ante las autoriedades
soviéticas que le interrogaron que no morían menos de 600 prisioneros al año en la Unidad 731, y el complejo estuvo abierto 13 años.
Plagas de peste
Las investigaciones culminaron cuando los japoneses provocaron, supuestamente, varios brotes de peste en China.
Aunque se recogieron documentos y testimonios, nunca se pudo establecer
una relación directa entre las epidemias y ellos, quizás a causa de las
dificultades de realizar las investigaciones necesarias en aquellos
momentos. Con todo, se acusó a
los japoneses de usar armas biológicas contra la Unión Soviética y
Mongolia en 1939, contra la población civil china entre 1940 y 1944, y
contra las tropas chinas en 1942.
Al parecer, hubo vuelos de aviones japoneses sobre 11 ciudades chinas para lanzar arroz y pulgas contaminadas con el microbio causante de la peste (Yersinia pestis).
De hecho, según algunas fuentes, un ataque sobre la ciudad de Changteh
provocó, en el año 1941, 10.000 muertes entre la población civil y 1.700
entre las tropas japonesas.
Sin castigo
En 1949, dos años después de que se celebrara el famoso proceso de Nuremberg,
un tribunal militar soviético juzgaba a 12 prisioneros de guerra
japoneses en la ciudad de Khabarovsk, a penas de entre dos y 25 años de
cárcel, por preparar y usar armas biológicas, aunque lo cierto es que
el régimen de Stalin también había empleado a miles de científicos para
usar el tifus y la peste como armas. Pero, ¿qué fue del resto de las al
menos 3.000 personas que participaron en las actividades de la Unidad
731?
«Muchos de los hombres que sirvieron en Manchuria y China se hicieron más tarde decanos de colegios médicos, investigadores
de alto nivel, rectores de universidades y técnicos clave de las
industrias que hicieron posible el milagro económico de Japón en la
posguerra», escribe Sheldon H. Harris en su libro.
Este historiador, sostiene que varios científicos estadounidenses convencieron a las autoridades de que los datos obtenidos en los experimentos realizados en la Unidad 731 eran vitales para la seguridad nacional de los Estados Unidos, de que debían estar lejos del alcance de los rusos y de que podían ser usados contra ellos. Después de citar algunos testimonios,
este autor concluye que estos criminales de guerra no fueron castigados
a cambio de su ciencia. Oficialmente, durante los juicios de Guerra de
Tokio, las acusaciones sobre las actividades de la Unidad 731 fueron
rechazadas por falta de pruebas.
¿Es muy inverosímil pensar que algo
así pudiera ocurrir en Estados Unidos? Quizás no, porque en aquella
fecha ya había ocurrido algo similar cuando los estadounidenses llevaron
a cabo la operación «Paperclip», para sacar de Alemania a los científicos nazis y continuar la carrera tecnológica contra la Unión Soviética. La Segunda Guerra Mundial daba paso a la Guerra Fría.
Tomado de http://www.abc.es
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