Los grandes focos de luz cegaban al prisionero durante el
interrogatorio. Pasó horas sin poder casi ver y, cuando le cubrieron el
rostro con un trozo de tela, agradeció ese poco de oscuridad. Sin
embargo, desconocía lo que se aproximaba. Aún sin visión, fue atado en
todas sus extremidades y acostado en el suelo, mientras una mano le
apretaba la mandíbula con fuerza y, desde encima, caían litros de agua
en su boca, lo que le generó una sensación de ahogo. Los minutos pasaron
lentos y, cuando finalmente pudo respirar, sólo escuchó una voz: la de
un médico que verificaba su estado de salud y daba luz verde para otra
sección de waterboarding, una técnica de tortura que simula una
sensación de ahogamiento y ocasiona dolor crónico, daño pulmonar y
cerebral, así como parálisis muscular y hasta la muerte.
Así era el rol que cumplían los médicos que participaron en el programa
de torturas que se realizaron tras los atentados terroristas del 11-S,
según explica un reporte del Comité de Inteligencia del Senado de
Estados Unidos. En el informe se precisa que, tras el ataque al World Trade Center, el gobierno norteamericano habilitó una docena de prisiones secretas o black sites para proceder a la tortura de aquellos prisiones que tuvieran vinculación con organizaciones terroristas.
El personal médico de los black sites tenía que cumplir cuatro principales funciones: preparación del sospechoso para la tortura, monitorización de los procesos de tortura para prevenir la muerte del individuo o tratar lesiones, desarrollar nuevos métodos de tortura y participar activamente en algunas de las torturas a prisioneros. Una difícil labor que, para ser cumplida, contó con la promesa de inmunidad legal por parte del Departamento de Justicia de los Estados Unidos y el Central Intelligence Agency (CIA). Incluso, un grupo de abogados aseguró estar de acuerdo en promover la inmunidad si un equipo psicológico indicaba que las técnicas utilizadas no generaban daños mentales permanentes a quienes padecían las torturas.
Para cumplir con esta condición, los black sites, donde se
internaron al menos a 117 prisioneros y 39 de ellos fueron torturados
con una o más técnicas, contaban con una presencia constante de
psicólogos. Durante las torturas, por ejemplo, solían estar presentes
dos especialistas, quienes eran exsupervisores del curso de
Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escape (SERE) de las Fuerzas
Armadas Estadounidenses. Por tanto, expertos en técnicas de
interrogatorios.El personal médico de los black sites tenía que cumplir cuatro principales funciones: preparación del sospechoso para la tortura, monitorización de los procesos de tortura para prevenir la muerte del individuo o tratar lesiones, desarrollar nuevos métodos de tortura y participar activamente en algunas de las torturas a prisioneros. Una difícil labor que, para ser cumplida, contó con la promesa de inmunidad legal por parte del Departamento de Justicia de los Estados Unidos y el Central Intelligence Agency (CIA). Incluso, un grupo de abogados aseguró estar de acuerdo en promover la inmunidad si un equipo psicológico indicaba que las técnicas utilizadas no generaban daños mentales permanentes a quienes padecían las torturas.
El lado sombrío de las batas blancas
El equipo psicológico, lejos de preservar la salud mental de los prisioneros, ayudó en el diseño de nuevas técnicas que desmoronen la resistencia de los detenidos. Entre una de las innovaciones implementadas se encuentra, por ejemplo, el learned helplessness, una técnica que utiliza perros agresivos para intimidar al sujeto hasta el punto que se sienta desesperado y confiese sobre aquellos temas sobre los que está siendo interrogado.
La técnica fue validada por el Departamento de Justicia mientras no
generara impacto permanente en la mente del detenido. Sin embargo, el learned helplessness
no es el único. Otras de las prácticas implementadas para la obtención
de información terrorista fue el desnudar a los detenidos, privación del
sueño hasta en 180 horas, estrangulamientos no letales, bofetadas,
golpes faciales y abdominales, permanecer de rodillas por horas (kneeling stress position) y golpear contra una pared de forma firme y rápida.
Otros de los métodos más polémicos han sido el water dousing, una nueva variación del waterboarding que fue diseñada bajo el lineamiento del Centro Antiterrorista y la Oficina de Servicio Médico de la CIA, y que consiste en un ahogamiento simulado en una especie de bañera improvisada y llena de agua fría. Asimismo, se ha implementado en las prisiones la “alimentación e hidratación rectal”, una técnica que es considerada de dominación sobre el prisionero, ya que la mucosa rectal no está en capacidad de nutrir al individuo.
La Oficina de Servicio Médico de la CIA considera que la rehidratación rectal es una fórmula para controlar el comportamiento del prisionero. Una práctica que realizaron, por ejemplo, con Majid Khan tras declararse en huelga de hambre. En este caso, el prisionero recibió, por vía rectal, una nutrición basada en dos botellas de Ensure (suplemento alimenticio), agua e, incluso, una infusión de humus, pasta con salsa, nueces y pasas.
El exvicepresidente norteamericano, Dick Cheney, aseguró que, si bien la alimentación rectal no estaba aprobada, “se implementó por razones médicas”. No obstante, expertos en medicina apuntan que esta técnica no tiene ningún valor en la preservación de la salud, por lo que condenan su práctica por el sólo hecho de no generar perturbaciones mentales permanentes en los prisioneros. En este sentido, los expertos sanitarios fueron uno de los principales cómplices en la implementación de técnicas de tortura que, lejos de desaparecer, fueron adoptando nuevas formas más evolucionadas gracias a los conocimientos médicos y psicológicos.
Otros de los métodos más polémicos han sido el water dousing, una nueva variación del waterboarding que fue diseñada bajo el lineamiento del Centro Antiterrorista y la Oficina de Servicio Médico de la CIA, y que consiste en un ahogamiento simulado en una especie de bañera improvisada y llena de agua fría. Asimismo, se ha implementado en las prisiones la “alimentación e hidratación rectal”, una técnica que es considerada de dominación sobre el prisionero, ya que la mucosa rectal no está en capacidad de nutrir al individuo.
La Oficina de Servicio Médico de la CIA considera que la rehidratación rectal es una fórmula para controlar el comportamiento del prisionero. Una práctica que realizaron, por ejemplo, con Majid Khan tras declararse en huelga de hambre. En este caso, el prisionero recibió, por vía rectal, una nutrición basada en dos botellas de Ensure (suplemento alimenticio), agua e, incluso, una infusión de humus, pasta con salsa, nueces y pasas.
El exvicepresidente norteamericano, Dick Cheney, aseguró que, si bien la alimentación rectal no estaba aprobada, “se implementó por razones médicas”. No obstante, expertos en medicina apuntan que esta técnica no tiene ningún valor en la preservación de la salud, por lo que condenan su práctica por el sólo hecho de no generar perturbaciones mentales permanentes en los prisioneros. En este sentido, los expertos sanitarios fueron uno de los principales cómplices en la implementación de técnicas de tortura que, lejos de desaparecer, fueron adoptando nuevas formas más evolucionadas gracias a los conocimientos médicos y psicológicos.
José A. Puglisi. Madrid/http://www.redaccionmedica.com
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