domingo, 1 de abril de 2012

El origen de la dignidad


Duele Palestina al mundo. Duéleme su luto permanente, la vejación hecha hábito; la complicidad de los poderosos hacia el usurpador sionista, que nada siente en su actuar opresivo e inhumano.

Duéleme la madre adolorida, la cual puede ser la madre de cada uno de nosotros; el huérfano lastimado en la plenitud de su infancia, sin más remedio que convertir en odio la pureza del niño; duéleme como hijo mío, como parte mía. Duéleme la impotencia de estar aquí, muy lejos, aunque le lleve en el corazón como parte mía, de mis repudios diarios y de mi indignación legítima.

Duéleme Palestina en sus muertos, en sus sueños justos tronchados y en su terco empeño a servir de mártir,aún cuando muchos le dan la espalda a su sacrificio o le ignoran a sabiendas.

Más mi dolor es siembra, es porvenir, es esperanza. Cuando un pueblo pare niños capaces de defender su futuro con piedras, con miradas cargadas de soberbia y orgullo al enfrentar al invasor, uno se siente reconfortado y, perdónenme, también feliz.

Duéleme el hombre que da espalda a su pasado y no ve en el niño palestino la similitud necesaria con aquel niño judío, muerto en un ghetto de Varsovia, asesinado por los nazis de antaño. Duele que aquellas víctimas del pasado se conviertan hoy en victimarios del presente. ¿En dónde está la fe, me pregunto? ¿Es que solo le falta al militar judío la swastika para revivir al holocausto?

Palestina me duele y me cura las heridas ella misma como madre bondadosa. No quisiera, como hombre que soy, morirme un día de muerte natural, sin verla libre. Prefiero, una y mil veces, que mi muerte llegue, junto a ella, como un soldado presto a defenderla, aunque toda esta tristeza que llevo se me tiña de rojo.

Percy Francisco Alvarado Godoy.

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