Samuel Beckett, el
poeta y novelista irlandés (1906-1989), nunca llegó a conocer a Donald Trump
cuando expresó: “Todos nacemos locos. Algunos continúan así siempre.” De haberlo hecho hubiera confirmado que esta
frase le viene al mandatario como anillo al dedo.
La incapacidad
innegable de Trump para dirigir su país se ha puesto de manifiesto desde el
primer día en que asumió su mandato, al que
llegó como resultado de un sistema electoral controvertido, maniobras en las
redes sociales que hoy le cuestionan con vehemencia y un cansancio e indiferencia
en los ciudadanos que poco confían en sus gobernantes, que abre las puertas a
cualquiera que tenga dinero y engañoso
carisma suficiente para embaucar a los demás.
Sin embargo, luego de
llevar a cabo una política de falsas promesas, explotando odios endémicos
dentro de la sociedad, apalancando un dudoso ultranacionalismo, un caprichoso
desempeño, inflamando las divisiones en cuanto a salud pública, una irracional
toma de decisiones en todo lo que le compete al extremo de poner al mundo al
borde de la guerra en más de una ocasión a partir de sus impensadas
bravuconerías con respecto a Corea del Norte, Rusia, China, Irán, Nicaragua, Venezuela, Cuba
y otras naciones, hoy se encuentra en un callejón sin salida: la cifra oficial
de muertes por la pandemia de la Covid19 pasó la cresta de las 100 mil personas
–aunque muchos piensan que estas cifra es inferior a la realidad–, las
solicitudes de asistencia por desempleo por la actual crisis supera los 40
millones y varias ciudades protestan por el reverdecimiento del racismo,
anquilosado en la sociedad y al que no ha podido vencerse. El asesinato de George
Floyd, un afro estadounidense de Minnesota, a manos de varios policías ha sido
el detonante de protestas en más de 30 ciudades como Minneapolis, Los Ángeles, New
York, Washington, Boston, Dallas, Denver, Des Moines, Las Vegas, Memphis, Portland, Baltimore, Miami, Houston, Atlanta y Louisville, entre otras.
Trump, con una
individualista e insana reacción, se aleja de la opinión pública que busca
consuelo y mesura en su liderazgo, al proclamar amenazas a los que protestan llamándoles
matones y amenazándolos con disparar contra ellos. Su retórica de odio y
bravuconería ha despertado el repudio de la nación. La propia red social
Twitter, por segunda vez, le advirtió que estaba “enalteciendo la violencia”.
Hoy por hoy, son
muchos los que ven en peligro sus opciones
de reelección en noviembre, por más que trate de victimizarse ante el mundo y
culpe a los demás de sus problemas. Sus tradicionales aliados, principalmente
republicanos han guardado silencio en los últimos tiempos, desmarcándose de sus
torpezas.
Las redes, los
movimientos sociales y muchos medios están acorralando a Trump porque el
simplemente se lo buscó, en contrapelo a la postura de su potencial rival
demócrata, Joe Biden, quien condenó la muerte de Floyd y llamó a la cordura.
Mientras la gente
protesta en las calles contra Trump y el racismo, muchas personalidades de la
política, el deporte y el arte han usado
las redes sociales para recriminar el statu quo existente. Unos de los más
críticos han sido varios jugadores de la NBA, como Jamal Crawford, LeBron
James, Carmelo Anthony, Dwayne Wade o Jayleen Brown, a los que se han sumado entrenadores
blancos como Steve Kerr y Ryan Saunders, así como Colin Kaepernick de la NFL.
Casi todos ellos han retomado la frase condenatoria del crimen contra Eric
Garner, similar a la de Floyd, cuando eran asesinados por la policía: 'I
can't breathe' ("No puedo respirar").
Ha sido tal el impacto mediático de su repulsa que cientos de deportistas
y ex figuras del deporte se han sumado a la condena: entre ellos Michael Jordan y Magic
Johnson. A sus voces se han sumado artistas como Rihanna, Billie Eilish, Justin
Bieber, Lady Gaga, Madonna, Kim Kardashian, la presentadora Oprah Winfrey, Beyoncé,
Anne Hathaway, Penélope Cruz, Lebron
James, Kylie
Jenner, Viola Davis, Catherine Zeta-Jones, Luis Fonsi, David Bisbal y la cantante Taylor Swift, entre
tantos. A su reclamo se han unido la
Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP, por sus
siglas en inglés), el Centro de Investigaciones y Políticas Antirracistas de la
Universidad Americana, así como otros actores y organizaciones que se irán
sumando.
Lo más interesante
del caso es que figuras de la política norteamericana, salvo algunas
excepciones, sobre todo aquellas que juzgan –prestos e histéricos– los DDHH en
otras naciones, han permanecido en un silencio sospechoso, lo que demuestra el
divorcio entre los ciudadanos y su élite gobernante, cuando el viejo asunto del
racismo todavía sobrevive con toda su injusticia en Estados Unidos. Trump podrá
no ser electo, pero para quien lo suceda la injusticia social será una
asignatura pendiente. Los centenares de detenidos, la represión policial, la
amenaza presidencial a implementar más violencia y la ira de toda una nación
están sobre la mesa como un desafío a una sociedad herida y desalentada con
respecto a su futuro, sedienta de un verdadero cambio.