Cuando el derrumbe del Muro de Berlín y la consiguiente disolución del
Campo Socialista, precipitado por la autodisolución de la Unión
Soviética, parecía confirmar la victoria definitiva del Capitalismo
sobre el Socialismo y con ello, la eliminación de las contradicciones
entre las dos potencias económicas y militares más importantes de la
segunda mitad del siglo XX; surgieron diversos acontecimientos que
evidenciaron que las contradicciones entre los Estados Unidos de América
y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no eran solo expresión
de la confrontación histórica entre el Capitalismo y el Socialismo,
sino también, del conflicto de intereses de la burguesía imperialista
dominante en Estados Unidos de América y la nueva burocracia y la
naciente burguesía surgida de las cenizas de la vieja potencia
socialista.
Independientemente de la orientación ideológica de la clase o sector
social llamado a suplantar la vieja burocracia del PCUS en la dirección
del nuevo Estado ruso, siempre estuvo claro para las elites gobernantes
en los Estados Unidos de América y, especialmente para Las corporaciones
del complejo militar-industrial que determina la política exterior de
los Estados Unidos de América, que con la derrota del socialismo en la
URSS no se resolvía el problema de la hegemonía usamericana en el
planeta, sino que esta confrontación pasaba a otro escenario y con otros
actores en el campo contrario porque, el Estado Ruso fue y continuo
siendo un Estado rival de su hegemonía mundial , con un inmenso
territorio y dotado de una gran riqueza energética y de minerales
estratégicos, cuyo control resultaba esencial para alcanzar la victoria
definitiva sobre todo el planeta.
Así las cosas, los apoyos iniciales a Gorchabov y a Yelsin, para que
decretaran la extinción definitiva de la URSS, con el fin de disolver
las poderosas relaciones políticas, económicas y militares construidas
con Estados bajo su control estratégico a lo largo de 70 años de poder
socialista, presionando para impedir la creación de la Comunidad de
Estados Independientes, CEI, que reemplazaba al viejo bloque soviético y
lanzando una ofensiva política, económica y de inteligencia dirigida a
cooptar los nuevos liderazgos de las antiguas repúblicas socialistas,
con el fin de evitar el renacimiento de una nueva alianza que siguiera
teniendo a Moscú como el centro gravitador de su funcionamiento;
objetivos que fueron alcanzados con las posiciones identificadas con la
OTAN y la Unión Europea de las repúblicas del este de Europa y el
Báltico, las cuales, en procesión, dirigieron sus pasos hacia Bruselas y
la OTAN, solicitando firmas de acuerdos de defensa mutua, colaboración
de sus industrias militares y cooperación en materia de inteligencia,
llegando a casi cercar con ello el territorio de la Federación Rusa, no
con repúblicas independientes, sino con verdaderos Estados colonizados y
subordinados a los dictados de los Estados Unidos y sus aliados
subalternos de la Comunidad Económica Europea/Unión Europea.
En Moscú, la nueva burocracia representada por Vladimir Putin y Dmitri
Medvédev, lograron unificar las nacientes burguesías de la Federación
Rusa y sus repúblicas autónoma que integraban la URSS, en el propósito
de no disolver sino, por el contrario, reconstruir y fortalecer un
Estado política, militar y económicamente fuerte, que pudiera seguir
jugando un papel de actor fundamental en la política internacional y
hacerle frente a todos los desafíos derivados de las pretensiones
hegemonistas de los Estados Unidos, para lo cual preservaron su
potencial atómico, la estructura militar soviética y su gran industria
militar y espacial, mantuvieron sus acuerdos de defensa mutua con sus
aliados de la CEI y abrieron sus vínculos económicos y militares con la
República Popular China, ya para ese entonces, el gigante emergente de
la economía mundial.
En ese nuevo escenario geopolítico y geoestratégico han sido múltiples
los desacuerdos y enfrentamientos entre las dos potencias, siempre en
respuesta a las estrategias norteamericanas de querer imponer,
unilateralmente y en contra de los intereses rusos, cambios la escena
política y económica mundial, como la incorporación de Lituania, Letonia
y Estonia a la Unión Europea y sus acuerdos militares con la OTAN, la
agresión y partición de la antigua Yugoslavia y la creación del
satélite kosovar, la adhesión de Giorgia a la OTAN, la intervención rusa
en apoyo a la independencia de las Repúblicas de Abjazia y Osetia del
Sur, la invasión unilateral de los Estados Unidos a Afganistán y su
propósito de mantener tropas permanentes en su territorio, la invasión a
Irak para controlar su petróleo y cambiar la situación estratégica en
la región, la instalación de un sistema de antimisiles en países
vecinos o próximos a las fronteras rusas, el uso del apoyo ruso a una
resolución contra Al Gadaffi para intervenir directamente en el
conflicto interno de ese país y la intentona de ataque directo contra la
República Arabe Siria; país donde existe una base logística esencial de
la flota rusa en el Mediterráneo; hechos políticos y militares
dirigidos a reducir la influencia global de la Federación Rusa y
modificar el actual estado de las fuerzas convencionales y estratégicas
de ambas potencias y con ello, ganar una superioridad militar que anule
la fuerza disuasiva y combativa de la Federación Rusa.
La descarada intromisión de los Estados Unidos de América y sus aliados
subalternos de la Unión Europea en el Golpe de Estado fascista contra
el presidente de Ucrania, Viktor Yanukóvich, dirigida a modificar por
medio ilegales las relaciones económicas y políticas con la Federación
Rusa, forzando su incorporación a la Unión Europea y a la OTAN, es el
último capítulo la confrontación estratégica entre ambas potencias, la
cual escala, a niveles preocupantes para la Paz y la seguridad
internacionales porque Ucrania, además de sus lazos históricos con Rusia
y ser un puente fundamental para sus relaciones económicas y
energéticas con Europa, es asiento, en la provincia de Crimea, de su
poderosa flota del Mar Negro, escudo estratégico de La potencia
marítima de profundidad y superficie de la Armada rusa; la cual es
imprescindible para el poder disuasivo militar ruso en Europa.
La decisión de intervenir con sus tropas especiales del Ministerio del
Interior en la provincia de Crimea, antigua parte del territorio ruso
cedido por la URSS a Ucrania en 1954 y cuya población es
mayoritariamente de origen ruso, abre un nuevo escenario de tensiones y
conflictos políticos, más no de confrontación armada, en la que se
demostrará la firme decisión del presidente de la Federación Rusa,
Vladimir Putin, de no permitir nuevas incursiones de sus rivales
estadounidenses y europeos en sus espacios estratégicos, las cuales
pudieran ser contestadas con contramedidas políticas (exclusión del G-8)
y medidas comerciales y financieras, que podrán ser, a su vez, serán
respondidas por los rusos con el cierre del grifo petrolero y de gas que
envía a Europa a trves de Ucrania, lo que supondrá un derrumbe
inmediato de varias economías de la región, con efectos tsunámicos en
la economía mundial; situación que no le conviene a la Europa ni a los
Estados Unidos en crisis, porque afectará su tímida recuperación y
favorecerá a su rival político y comercial: la poderosa República
Popular China, aliada de la Federación Rusa. Por ahora, la Guerra Fría,
aumentó la temperatura para hacerse Tibia pero no romperá el termómetro
porque los contendientes no tienen voluntad suicida.
Yoel Pérez Marcano
Tomado de Aporrea
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