lunes, 9 de junio de 2014

Violencia y estrategia de clase en Venezuela

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La República Bolivariana de Venezuela ha devenido un laboratorio de experimentación constante para las manifestaciones que usurpan los derechos de las masas a favor de la clase históricamente dominante.

Se trata de un derecho ganado a costa de mares de sangre, con arbitrariedades, abusos, torturas y muertes acumuladas a través de la historia de la humanidad. Los siglos de independencia han sido marco propicio para el encumbramiento de la burguesía como clase representativa de la civilización. De ahí que ese derecho legítimo alcance su autenticidad justo cuando el sistema de relaciones sociales toma las bases del sistema político burgués para transitar abiertamente al socialismo.

Este es un requisito importante para el desarrollo de la guerra mediática, o de cuarta generación, ya que, aunque su enfoque se centra en socavar la gestión del Estado de la propia nación, su área de incidencia geográfica se expande a través de las redes que forman las nuevas tecnologías de la información, hasta un ámbito global informacionalmente vulnerable. Y es también requisito para que la violencia implementada actúe como representación de la crisis de gobernabilidad. Son los pretextos naturales para el golpe de Estado.

En Caracas, y otros estados venezolanos, las marchas derechistas han adoptado por años un patrón que, al proyectarse como imagen mediática, busca usurpar la reivindicación histórica de las luchas obreras. Esta paradoja revela una inversión del papel de las clases sociales a través de un referente capaz de manipular el anhelo independentista del imaginario popular. La avalancha mediática, y los inevitables errores colaterales de precisión informativa, asumen como natural y legítimo el paquete de reclamaciones de los manifestantes en tanto se considera culpable al gobierno aunque demuestre lo contrario.

La última escalada de manifestaciones violentas, que sus promotores insisten en presentar como pacíficas ante el ámbito político, incluye la función subliminar de ese giro de inversión perceptiva. De ahí la importancia que le concedieron a boicotear el diálogo. En una mesa de conversaciones que cumpla con los requisitos elementales de la diplomacia moderna, y los preceptos del propio sistema democrático burgués de Partidos políticos, la contradictoria paradoja de su comportamiento se haría poco más que flagrante y desacreditaría su estrategia de desestabilización del orden constitucional. Porque de eso se trata, de desestabilizar un orden constitucional que es en esencia utópico para los intereses de la clase que ha dominado la historia de la independencia.

Se dirá, acaso, que si el objetivo que busca la derecha cuenta con un patrón de percepción complaciente con la tradición figurativa del entorno político, no es lógico que arriesguen su legitimación desarrollando actos de violencia extrema. ¿Por qué insistir, entonces, en guarimbas y agresiones selectivas?

No es solo porque saben que cuentan con la posibilidad concreta de transmitir globalmente una alarmante circunstancia de ingobernabilidad que cuestione a quienes ejercen el poder político, y hasta los culpe del acto mismo que tratan de evitar, sino también por la necesidad ineludible de reconstituir, para su beneficio, el auténtico saldo de los métodos revolucionarios. La clase dominante de la era moderna ha proletarizado su mayoritario sector medio y necesita, por ello, y toda vez que su control histórico del poder se debilita, recontextualizar las reivindicaciones del proletariado.

Hay, pues, un doble proceso de inversión: la violencia burguesa que ha sido por fin relegada a través del ejercicio del poder constitucional, se manifiesta como violencia ciudadana, proletaria, usando incluso la contratación a destajo, o el mercenarismo injerencista, al tiempo que se impone un llamado a la restauración del orden de dominación capitalista como si fuese la meta civilizatoria natural e inamovible. El carácter global de la recepción del flujo informativo facilita el proceso de bifurcación, y reconstituye el destino del legado clasista.

Escrito por  Jorge Ángel Hernández  

CubaSí

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