Trump ha nominado al
cubanoamericano nacido en Miami, John Barsa, para el cargo de Administrador
Asistente de la Agencia Internacional de Estados Unidos para el Desarrollo
(USAID), un personaje de amplia experiencia en asuntos públicos y políticos
ligado a varios congresistas y ex congresistas de la mafia cubano americana,
particularmente a Lincoln Díaz- Balart, recalcitrante dirigente del grupo de
antecedentes terroristas denominado “La Rosa Blanca” y uno de los acérrimos
enemigos de Cuba. Barsa trabajó con Lincoln Díaz-Balart en asuntos de política
exterior y de seguridad nacional.
Al ser nominado, Barsa
ocupa el cargo de Subsecretario Adjunto Principal de la oficina de Alianza y
compromiso (DHS OPE) del Departamento de Seguridad Nacional, contando además
con experiencia militar como ex miembro del grupo de fuerzas especiales 11 y el
batallón de asuntos civiles 450, adscrita a la 82 División Aerotransportada. A
la vez, trabajó anteriormente desde la administración Bush en las esferas de la
aeronáutica, el sector espacial y el Homeland Security Department (DHS).
John Barsa ha sido un
experto en servicios de consultoría y cabildeo dentro de los entornos de
seguridad nacional y nacional mediante una firma creada por él y denominada Barsa
Strategies. Cumpliendo encargos para este fin por parte del Congreso y la Casa
Blanca. Ha sido un difusor de las políticas de seguridad nacional gringa a
través de la Oficina de Oradores del DHS y mantiene vínculos con las agencias
de inteligencia del país a muchas de las cuales asesora. A la vez, es miembro
principal del Instituto de Políticas de Seguridad Nacional de la Universidad
George Washington. En 2011 fue el candidato republicano a la Cámara de
Representantes por el distrito 44 del estado de Virginia.
Sus vínculos con
Trump no son nuevos, ya que en 2016, siendo el magnate presidente electo, le
nombró como parte de su equipo de transición, asignándolo al Departamento de
Seguridad Interna (DHS).
Todo hace esperar que
el nombramiento de Barsa en la USAID y sus viejos vínculos con el ala de
ultraderecha dentro del Congreso norteamericano lo hacen una ficha peligrosa
para las políticas de guerra sucia contra Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
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