Quizás el imperio creyó que nuestro
pueblo no haría honor a su palabra cuando, en días inciertos del pasado siglo,
afirmamos que si incluso la URSS
desaparecía Cuba seguiría luchando.
La Segunda Guerra Mundial estalló cuando, el 1ro
de septiembre de 1939, el nazi-fascismo invadió Polonia y cayó como un rayo sobre el pueblo heroico de la URSS, que aportó 27 millones
de vidas para preservar a la humanidad de aquella brutal matanza que puso fin a
la vida de más de 50 millones de personas.
La guerra es, por otro lado, la
única actividad a lo largo de la historia que el género humano nunca ha sido
capaz de evitar; lo que llevó a Einstein a responder que no sabía cómo sería la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta sería con palos y
piedras.
Sumados los medios disponibles
por las dos más poderosas potencias, Estados Unidos y Rusia, disponen de más de
20 000 —veinte mil— ojivas nucleares. La humanidad debiera conocer bien que,
tres días después de la asunción de John F. Kennedy a la presidencia de su
país, el 20 de enero de 1961, un bombardero B-52 de Estados Unidos, en vuelo de
rutina, que transportaba dos bombas
atómicas con una capacidad destructiva 260 veces superior a la utilizada en
Hiroshima, sufrió un accidente que precipitó el aparato hacia tierra. En tales
casos, equipos automáticos sofisticados aplican medidas que impiden el
estallido de las bombas. La primera cayó a tierra sin riesgo alguno; la segunda,
de los 4 mecanismos, tres fallaron, y el cuarto, en estado crítico, apenas
funcionó; la bomba por puro azar no estalló.
Ningún acontecimiento presente o
pasado que yo recuerde o haya oído mencionar, como la muerte de Mandela, impactó
tanto a la opinión pública mundial; y no por sus riquezas, sino por la calidad
humana y la nobleza de sus sentimientos e ideas.
A lo largo de la historia, hasta
hace apenas un siglo y medio, y antes de que las máquinas y robots, a un costo
mínimo de energías, se ocuparan de nuestras modestas tareas, no existían
ninguno de los fenómenos que hoy conmueven a la humanidad y rigen
inexorablemente a cada una de las personas: hombres o mujeres, niños y
ancianos, jóvenes y adultos, agricultores y obreros fabriles, manuales o
intelectuales. La tendencia dominante es la de instalarse en las ciudades,
donde la creación de empleos, transporte y condiciones elementales de vida,
demandan enormes inversiones en detrimento de la producción alimentaria y otras
formas de vida más razonables.
Tres potencias han hecho
descender artefactos en la Luna
de nuestro planeta. El mismo día en que Nelson Mandela, envuelto en la bandera
de su patria, fue inhumado en el patio de la humilde casa donde nació hace 95
años, un módulo sofisticado de la República
Popular China descendía en un espacio iluminado de nuestra
Luna. La coincidencia de ambos hechos fue absolutamente casual.
Millones de científicos
investigan materias y radiaciones en la Tierra y el espacio; por ellos se conoce que Titán,
una de las lunas de Saturno, acumuló 40 —cuarenta— veces más petróleo que el
existente en nuestro planeta cuando comenzó la explotación de este hace apenas
125 años, y al ritmo actual de consumo durará apenas un siglo más.
Los fraternales sentimientos de
hermandad profunda entre el pueblo cubano y la patria de Nelson Mandela nacieron
de un hecho que ni siquiera ha sido mencionado, y de lo cual no habíamos dicho
una palabra a lo largo de muchos años; Mandela, porque era un apóstol de la paz
y no deseaba lastimar a nadie. Cuba, porque jamás realizó acción alguna en
busca de gloria o prestigio.
Cuando la Revolución triunfó en
Cuba fuimos solidarios con las colonias portuguesas en África, desde los
primeros años; los Movimientos de Liberación en ese continente ponían en jaque
al colonialismo y el imperialismo, luego de la Segunda Guerra Mundial y la
liberación de la República Popular
China —el país más poblado del mundo—, tras el triunfo glorioso de la Revolución Socialista
Rusa.
Las revoluciones sociales
conmovían los cimientos del viejo orden. Los pobladores del planeta, en 1960,
alcanzaban ya los 3 mil millones de habitantes. Parejamente creció el poder de
las grandes empresas transnacionales, casi todas en manos de Estados Unidos,
cuya moneda, apoyada en el monopolio del oro y la industria intacta por la
lejanía de los frentes de batalla, se hizo dueña de la economía mundial.
Richard Nixon derogó unilateralmente el respaldo de su moneda en oro, y las
empresas de su país se apoderaron de los principales recursos y materias primas
del planeta, que adquirieron con papeles.
Hasta aquí no hay nada que no se
conozca.
Pero, ¿por qué se pretende
ocultar que el régimen del Apartheid, que tanto hizo sufrir al África e indignó
a la inmensa mayoría de las naciones del mundo, era fruto de la Europa colonial y fue convertido
en potencia nuclear por Estados Unidos e Israel, lo cual Cuba, un país que
apoyaba las colonias portuguesas en África que luchaban por su independencia,
condenó abiertamente?
Nuestro pueblo, que había sido cedido
por España a Estados Unidos tras la heroica lucha durante más de 30 años, nunca
se resignó al régimen esclavista que le impusieron durante casi 500 años.
De Namibia, ocupada por
Sudáfrica, partieron en 1975 las tropas racistas apoyadas por tanques ligeros con
cañones de 90 milímetros que penetraron más de mil kilómetros hasta las
proximidades de Luanda, donde un Batallón de Tropas Especiales cubanas—enviadas
por aire— y varias tripulaciones también cubanas de tanques soviéticos que
estaban allí sin personal, las pudo contener. Eso ocurrió en noviembre de 1975,
13 años antes de la Batalla
de Cuito Cuanavale.
Ya dije que nada hacíamos en
busca de prestigio o beneficio alguno. Pero constituye un hecho muy real que
Mandela fue un hombre íntegro, revolucionario profundo y radicalmente
socialista, que con gran estoicismo soportó 27 años de encarcelamiento
solitario. Yo no dejaba de admirar su honradez, su modestia y su enorme mérito.
Cuba cumplía sus deberes
internacionalistas rigurosamente. Defendía puntos claves y entrenaba cada año a
miles de combatientes angolanos en el manejo de las armas. La URSS suministraba el
armamento. Sin embargo, en aquella época la idea del asesor principal por parte
de los suministradores del equipo militar no la compartíamos. Miles de
angolanos jóvenes y saludables ingresaban constantemente en las unidades de su
incipiente ejército. El asesor principal no era, sin embargo, un Zhúkov, Rokossovski,
Malinovsky u otros muchos que llenaron de gloria la estrategia militar
soviética. Su idea obsesiva era enviar brigadas angolanas con las mejores armas
al territorio donde supuestamente residía el gobierno tribal de Savimbi, un
mercenario al servicio de Estados Unidos y Sudáfrica, que era como enviar las
fuerzas que combatían en Stalingrado a la frontera de la España falangista que había
enviado mas de cien mil soldados a luchar contra la URSS. Ese año se estaba
produciendo una operación de ese tipo.
El enemigo avanzaba tras las
fuerzas de varias brigadas angolanas, golpeadas en las proximidades del
objetivo adonde eran enviadas, a 1 500 kilómetros aproximadamente
de Luanda. De allí venían perseguidas por las fuerzas sudafricanas en dirección
a Cuito Cuanavale, antigua base militar de la OTAN, a unos 100 kilómetros de la
primera Brigada de Tanques cubana.
En ese instante crítico el Presidente
de Angola solicitó el apoyo de las tropas cubanas. El Jefe de nuestras fuerzas
en el Sur, General Leopoldo Cintra Frías,
nos comunicó la solicitud, algo que solía ser habitual. Nuestra
respuesta firme fue que prestaríamos ese apoyo si todas las fuerzas y equipos
angolanos de ese frente se subordinaban al mando cubano en el Sur de Angola. Todo
el mundo comprendía que nuestra solicitud era un requisito para convertir la
antigua base en el campo ideal para golpear a las fuerzas racistas de
Sudáfrica.
En menos de 24 horas llegó de
Angola la respuesta positiva.
Se decidió el envío inmediato de
una Brigada de Tanques cubana hacia ese punto. Varias más estaban en la misma
línea hacia el Oeste. El obstáculo principal era el fango y la humedad de la tierra
en época de lluvia, que había que revisar metro a metro contra minas
antipersonales. A Cuito, fue enviado igualmente el personal para operar los
tanques sin tripulación y los cañones que carecían de ellas.
La base estaba separada del
territorio que se ubica al Este por el caudaloso y rápido río Cuito, sobre el
que se sostenía un sólido puente. El ejército racista lo atacaba
desesperadamente; un avión teleguiado repleto de explosivos lograron impactarlo
sobre el puente e inutilizarlo. A los
tanques angolanos en retirada que podían moverse se les cruzó por un punto más
al Norte. Los que no estaban en condiciones adecuadas fueron enterrados, con
sus armas apuntando hacia el Este; una densa faja de minas antipersonales y
antitanques convirtieron la línea en una mortal trampa al otro lado del río. Cuando
las fuerzas racistas reiniciaron el avance y chocaron contra aquella muralla,
todas las piezas de artillería y los tanques de las brigadas revolucionarias disparaban
desde sus puntos de ubicación en la zona de Cuito.
Un papel especial se reservó
para los cazas Mig-23 que, a velocidad cercana a mil kilómetros por hora y a
100 —cien— metros de altura, eran capaces
de distinguir si el personal artillero era negro o blanco, y disparaban incesantemente
contra ellos.
Cuando el enemigo desgastado e
inmovilizado inició la retirada, las fuerzas revolucionarias se prepararon para
los combates finales.
Numerosas brigadas angolanas y
cubanas se movieron a ritmo rápido y a distancia adecuada hacia el Oeste, donde
estaban las únicas vías amplias por donde siempre los sudafricanos iniciaban
sus acciones contra Angola. El aeropuerto sin embargo estaba aproximadamente a
300 —trescientos— kilómetros de la frontera con Namibia, ocupada totalmente por
el ejército del Apartheid.
Mientras las tropas se
reorganizaban y reequipaban se decidió con toda urgencia construir una pista de
aterrizaje para los Mig-23. Nuestros pilotos estaban utilizando los equipos
aéreos entregados por la URSS
a Angola, cuyos pilotos no habían dispuesto del tiempo necesario para su
adecuada instrucción. Varios equipos aéreos estaban descontados por bajas que a
veces eran ocasionadas por nuestros propios artilleros u operadores de medios
antiaéreos. Los sudafricanos ocupaban todavía una parte de la carretera
principal que conduce desde el borde de la meseta angolana a Namibia. En los
puentes sobre el caudaloso río Cunene, entre el Sur de Angola y el Norte de
Namibia, comenzaron en ese lapso con el jueguito de sus disparos con cañones de
140 milímetros que le daba a sus
proyectiles un alcance cercano a los 40 kilómetros. El problema principal
radicaba en el hecho de que los racistas sudafricanos poseían, según nuestros
cálculos, entre 10 y 12 armas nucleares. Habían realizado pruebas incluso en
los mares o en las áreas congeladas del Sur. El presidente Ronald Reagan lo
había autorizado, y entre los equipos entregados por Israel estaba el
dispositivo necesario para hacer estallar la carga nuclear. Nuestra respuesta
fue organizar el personal en grupos de combate de no más de 1 000 —mil—
hombres, que debían marchar de noche en una amplia extensión de terreno y dotados
de carros de combate antiaéreos.
Las armas nucleares de
Sudáfrica, según informes fidedignos, no podían ser cargadas por aviones Mirage,
necesitaban bombarderos pesados tipo Canberra. Pero en cualquier caso la
defensa antiaérea de nuestras fuerzas disponía de numerosos tipos de cohetes
que podían golpear y destruir objetivos aéreos hasta decenas de kilómetros de
nuestras tropas. Adicionalmente, una presa de 80 millones de metros cúbicos de
agua situada en territorio angolano había sido ocupada y minada por
combatientes cubanos y angolanos. El estallido de aquella presa hubiese sido
equivalente a varias armas nucleares.
No obstante, una hidroeléctrica
que usaba las fuertes corrientes del río Cunene, antes de llegar a la frontera
con Namibia, estaba siendo utilizada por un destacamento del ejército
sudafricano.
Cuando en el nuevo teatro de
operaciones los racistas comenzaron a disparar los cañones de 140 milímetros, los
Mig-23 golpearon fuertemente aquel destacamento de soldados blancos, y los
sobrevivientes abandonaron el lugar dejando incluso algunos carteles críticos
contra su propio mando. Tal era la situación cuando las fuerzas cubanas y
angolanas avanzaban hacia las líneas enemigas.
Supe que Katiuska Blanco, autora
de varios relatos históricos, junto a otros periodistas y reporteros gráficos,
estaban allí. La situación era tensa pero nadie perdió la calma.
Fue entonces que llegaron
noticias de que el enemigo estaba dispuesto a negociar. Se había logrado poner
fin a la aventura imperialista y racista; en un continente que en 30 años
tendrá una población superior a la de China e India juntas.
El papel de la delegación de
Cuba, con motivo del fallecimiento de nuestro hermano y amigo Nelson Mandela,
será inolvidable.
Felicito al compañero Raúl por
su brillante desempeño y, en especial, por la firmeza y dignidad cuando con
gesto amable pero firme saludó al jefe del gobierno de Estados Unidos y le dijo
en inglés: “Señor presidente, yo soy Castro”.
Cuando mi propia salud puso
límite a mi capacidad física, no vacilé un minuto en expresar mi criterio sobre
quien a mi juicio podía asumir la responsabilidad. Una vida es un minuto en la
historia de los pueblos, y pienso que quien asuma hoy tal responsabilidad
requiere la experiencia y autoridad necesaria para optar ante un número
creciente, casi infinito, de variantes.
El imperialismo siempre reservará
varias cartas para doblegar a nuestra isla aunque tenga que despoblarla,
privándola de hombres y mujeres jóvenes, ofreciéndole migajas de los bienes y
recursos naturales que saquea al mundo.
Que hablen ahora los voceros del
imperio sobre cómo y por qué surgió el Apartheid.
Fidel Castro Ruz
Diciembre 18 de 2013
8 y35 p.m.
No hay comentarios:
Publicar un comentario