Fidel, para mí, no es simplemente un hombre excepcional y perfecto de los que nacen cada 100 años. Quienes lo encasillen de esta manera, se equivocan, despojándolo, tal vez, de los más valioso y esencial en él: su humanismo y su empedernido apego a la justicia, su condición humana. Otros, por supuesto, pensarán diferente, porque Fidel ha sido uno de los hombres más difamados y alabados a la vez por millones de seres humanos. Controvertido, pero siempre ileso y puro; atacado, pero siempre digno.
Poco lograron los que quisieron asesinarle, muchos de ellos ahora están ya desaparecidos de la escena política, cuestionados por sus actos y sus planes magnicidas, así como malas prácticas políticas. Otros, simplemente, murieron cargados de rencor y de impotencia. Y los más, los que han tratado de ofenderle, de tildarlo de cruel asesino, de tirano y represor, tampoco acertaron en sus disparos mediáticos envenenados por la mala fe y las falacias. Mientras él pasará a la Historia, ellos serán ignorados.
Yo, que le he defendido de todos ellos, muchas veces a diario, desde el más complicado anonimato -junto al terrorista antes-, y ahora desde mi continua labor de deshacer planes enemigos o denunciarlos con premura; que he sido su soldado sencillo e incondicional, sin obtener privilegio alguno por ello que no fuera la íntima satisfacción, viviré orgulloso hasta el último aliento de mi vida por haberle servido.
Fidel es mi padre, mi amigo, mi hermano, mi familia e, incluso, mi propio vecino. Es Cuba toda. Siento profundo respeto por él y le venero. Se ha equivocado alguna vez, es cierto, y siempre tuvo la valentía de reconocerlo. Eso nos lo hace aún más cercano. ¿Qué hombre, en su pellejo, no correría esos riesgos?
Ciertamente, lo reconozco, he visto antes de tiempo algunos de sus errores, que han sido pocos. Tal vez le faltó ser ducho en el arte de delegar autoridad y siempre quiso estar allí, donde estaban las dificultades. Le pidió a su cuerpo, muchas veces, sobreesfuerzos enormes y le negó el sueño reparador y necesario. Simplemente no se cuidó lo suficiente. Pero la naturaleza lo dotó de una capacidad inigualable de resistencia. En ocasiones fue voluntarioso y, en las más, sabio y cauto.
Tuvo sobre sus hombros la enorme responsabilidad de mantener viva a la Revolución y lograr la unidad de todo el pueblo, y lo cumplió. Eso lo hizo ser ejemplo ante el mundo y hacerse universal, paradigma de antimperialismo, de solidaridad y de inigualable humanismo.
También Fidel fue premonitorio. Advirtió a tiempo muchos de los males a los que nos enfrentamos hoy, cuya raíz está en decisiones que hubo de tomarse en críticos momentos. Algunos le han traicionado la confianza y muchos se cuestionan si Fidel supo elegir acertadamente a sus cuadros. Creo que fueron unos pocos los que se corrompieron, sobre todo porque no vivieron los sacrificios del Moncada, de la guerra clandestina y en otras confrontaciones en las que la Revolución se forjó y luego se defendió. Pero la gran mayoría de los cuadros jóvenes, sin embargo, jamás traicionaron su confianza. Supo garantizar la continuidad de la Revolución.
Hoy Raúl, su hermano fiel, continúa la pelea contra esos males. Todavía queda mucho corrupto por descubrir, mucho oportunista por destapar y mucha doble moral por sacar a la luz. Cada día debemos, en las nuevas circunstancias, preservar el ideario de Fidel. Es la mejor manera de serle fiel y de hallar la valiosa enseñanza, la brújula precisa, la satisfacción de ser útil.
No tengo reparos en confesar que no deseo la muerte de nadie y no albergo ciegos odios en mi corazón. A Fidel hay que cuidarlo, cuidarse él mismo, para no darle el gusto a la repugnante sed necrófila de nuestros enemigos, para que nos dure mucho. Primero se irán, frustrados, sus peores enemigos, los que han querido muchas veces asesinarle, como Luis Posada Carriles y otros mafiosos y criminales sin escrúpulos.
Fidel puso a Cuba en la cima del mundo. Hizo de esta pequeña isla un lugar de referencia para quienes han albergado las más puras ansias de justicia social y la transformó en ejemplo.
Se nos podrá marchar un día por ley natural de la vida. Reencontrarse con su hermano Chávez, al que tanto admiró, en cualquier lugar impensable, y reír juntos, abrazarse y seguir conversando de retos y desafíos. Posiblemente se nos queden, ambos, en el lugar ideal: el corazón de cada uno de nosotros.
Por eso hoy, día de los grandes como lo es de René González Sehwerert, me siento feliz, enormemente feliz por tener todavía a Fidel junto a nosotros. Y feliz de mí mismo pues, desde que llegué niño a esta hermosa tierra, aún conservo en mi pecho, viva, ardiente como llama eterna, la convicción de haber sido, ser. y continuar siendo. fidelista.
Percy Francisco Alvarado Godoy
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