Lo
confirmaba la televisión. Fue una bomba, o más exactamente dos, lo que
escuchamos en el Pabellón Cuba el 12 de julio de 1997. Las explosiones
habían ocurrido con apenas diez minutos de diferencia en los hoteles
Nacional y Capri, dejando varios heridos, y el efecto de haber estado a
escasos metros, en compañía de numerosos niños -entre ellos el mío- que
esa mañana de sábado asistían junto a sus padres a la céntrica instalación habanera, era sobrecogedor.
Aparté la mirada del televisor y
contemplé a Rubén que jugaba en el piso con sus tres años, ajeno a todo
peligro, respiré hondo pero con mucha incertidumbre. Luego se supo todo.
Eran mercenarios centroamericanos contratados por Luis Posada Carriles
con dinero de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), la misma
organización que proclamaría alegremente en una publicación: “En Cuba
también explotan aguacates”, atribuyendo la autoría a cubanos de la
Isla.
El gobierno cubano no hizo como EE.UU.
con los terroristas de Boston. Sin disparar un tiro fue capturando a los
autores directos en un esfuerzo combinado de información de
inteligencia y trabajo en el terreno y propuso al presidente
estadounidense Bill Clinton, a través del escritor Gabriel García
Márquez, poner en conocimiento de las autoridades norteamericanas los
planes terroristas y sus organizadores. Aunque aparentemente aceptaron,
la verdadera respuesta no se hizo esperar, y el 12 de septiembre de 1998
el FBI en Miami capturó a los cubanos que buscaban información para
evitar los actos terroristas y los medios de comunicación allí desataron
una campaña -que hoy se sabe fue pagada con dinero federal- para
asegurar la condena a quienes evitaban se incrementara la lista de más
de tres mil cubanos muertos por el terrorismo practicado contra Cuba
desde EE.UU. Cuatro de esos hombres aún están en prisión cumpliendo
penas de hasta dos cadenas perpetuas y un quinto pudo regresar a su país
tras permanecer casi tres lustros separado de su familia, incluyendo
sus dos hijas.
Todos amamos a nuestros hijos o hijas. En
1998 Barack Obama, siendo sólo un senador del Estado de Illinois, tuvo
su primera hija Malia Ann, y en 2001 la segunda, Natasha. A ellas les
escribió al ser electo presidente por primera vez:
…quiero que cada
niño tenga las mismas oportunidades de aprender y soñar y crecer que
ustedes, niñas, han tenido. Por eso he decidido emprender esta aventura
con mi familia.
“Estoy tan
orgulloso de ustedes. Las quiero más de lo que pueden imaginar. Y doy
gracias cada día por su paciencia, porte, gentileza y humor mientras nos
preparamos para iniciar esta vida juntos en la Casa Blanca.
“Las quiere,
“Papá”
Allí, frente a la Casa Blanca, este 12
septiembre, se ha convocado una vigilia por los quince años de aquella
madrugada en que el FBI asaltó las casas de quienes en Miami velaban por
las oportunidades de aprender y soñar de los niños cubanos, a salvo de
bombas y explosiones. El padre de Malia y Natasha es el único que puede
colocar a esos hombres -considerados héroes en Cuba y gran parte del
mundo- junto a sus familias y constantemente recibe mensajes que no lee y
reclamos que no escucha para que lo haga.
Hace algún tiempo, creyendo que ayudaría
en algo a la libertad de los Cinco -como se les conoce en Cuba-, firmé
en el sitio web de la Casa Blanca una petición a favor de la libertad de
esos cubanos. No cambió nada pero ahora, gracias a que obtuvieron mi
correo electrónico, me llegan mensajes spam de Obama, como uno de ayer
en que me pide lo apoye para que los jóvenes estadounidenses puedan
cursar estudios universitarios sin tener que endeudarse de por vida.
Por supuesto que lo apoyo y le digo
además que los padres cubanos no necesitamos del presidente de Estados
Unidos para que sea el talento y no el dinero el que les permita a
nuestros hijos acceder a la Universidad pero que nos haría muy felices
si escuchara a quienes este 12 de septiembre se manifestarán frente a su
casa.
Iroel Sánchez
(Publicado en CubAhora)
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