Aquellos
días Stephen Hadley estaba muy ocupado. Estados Unidos se planteaba si
bombardear o no al régimen sirio por haber utilizado armas químicas.
Hadley, exconsejero de Seguridad de George W. Bush, aparecía en CNN, Fox News y Bloomberg TV como experto independiente.
Él creía que había que atacar. Lo que la audiencia no sabía, porque
nadie se lo había contado, es que Hadley era director de Raytheon, uno de los fabricantes del misil Tomahawk que eventualmente sería utilizado en los ataques.
Las acciones de Raytheon subieron a su máximo histórico. El trozo del pastel de Hadley en la empresa ascendió hasta casi 900.000 dólares, todo según un estudio de la Iniciativa para la Responsabilidad Pública (Public Accountability Initiative). Al menos otros 22 de los contertulios que proponían en los medios atacar a Siria tenían relación con la industria militar,
según la misma entidad sin ánimo de lucro. Sólo en 13 de las 111
apariciones los medios expusieron estos conflictos de intereses.
En
Washington, la capital que más poder concentra del mundo (el gobierno
de la primera potencia, e instituciones como el FMI o el Banco Mundial),
los centros de estudios se cuentan por centenares, y subiendoLa
propaganda ha evolucionado de forma radical en las últimas décadas,
sobre todo con la llegada de las cadenas de televisión de información
continua y el maremágnum de internet. Los grupos de presión ya no enarbolan pancartas ni lanzan boletines con una agenda explícita. Se disfrazan de sabios independientes
y se confunden entre la masa de contertulios y expertos citados por los
periodistas. Y en esta forma de contaminación mediática, Estados Unidos
es un auténtico maestro.
“El boom energético traerá un
dinero caído del cielo para las familias americanas - IHS”. Este titular
de la agencia de noticias Reuters (del 4 de septiembre de 2012)
era una auténtica golosina para los periodistas económicos. Según el
último informe de la consultora IHS-CER, contaba la agencia, en plena
salida de la recesión cada familia estadounidense ganará 2.500 dólares más al año
gracias al aumento de la producción de petróleo en el país, en medio de
una de las peores crisis de empleo que recuerda Estados Unidos. Además,
según la nota, se habrían añadido 2,1 millones de trabajos a la
economía en 2012, directos e indirectos, y la cifra subiría a los 3,3
millones en 2020. Un escenario idílico, imposible resistirse al canto de
sirena. El teletipo fue replicado por decenas de medios.
Pero algo no olía bien en esa nota: el informe ensalzaba el controvertido fracking
y el petróleo de arenas bituminosas de forma muy descarada, haciendo
casi un chantaje emocional: ese maná podría reducirse por la caída de un
67% en la producción si las “preocupaciones medioambientales terminan
restringiendo la producción”. Este corresponsal contactó con la
consultora.
Estudios pagados por los 'lobbies' del petróleo
“IHS
mantiene una independencia editorial completa”, nos asegura la empresa,
de 8.000 empleados y especializada en la venta de información
estratégica. Pero al mismo tiempo reconoce que el estudio fue pagado por la Alianza Estadounidense de Gas Natural
(America’s Natural Gas Alliance), el Instituto de Petróleo
Estadounidense (American Petroleum Institute), el Consejo Químico de
Estados Unidos (American Chemistry Council), y el Instituto para la
Energía del Siglo XXI de la Cámara de Comercio Estadounidense (U.S.
Chamber of Commerce - Institute for 21st Century Energy), entre otros.
Casi no faltaba ningún grupo de presión del sector.
Nada de esto implica que el informe sea falso
o que su estimación de datos a futuro no vaya a cumplirse. Pero hay un
obvio conflicto de intereses que debería haber ocupado un lugar
destacado en la información de Reuters. Un "full disclosure", como le
llaman en este país, habría sido lo correcto. Otras organizaciones, como
la Asociación para el Estudio del Máximo de Petróleo y Gas en Estados
Unidos (ASPO-USA), aseguran que el informe del IHS-CERA tiene “un
problema de credibilidad” y que “altera los mercados”. Además, la estimación de los puestos de trabajo mezcla empleos indirectos, difíciles de probar, con los directos.
De hecho, los trabajadores de la industria de la exploración y
perforación petrolera en Estados Unidos se cuentan más bien por decenas
de miles, según la Oficina de Estadística.
A la hora de informarse e informar en Estados Unidos, ojo con los centros de estudios o think tanks.
Su nombre evoca grupos de expertos independientes que se devanan los
sesos para generar informes, y en muchos casos lo son. Pero las grandes corporaciones y los políticos se han dado cuenta de su poder y tratan de usarlos cuando pueden.
Los think tanks
son cada vez más citados por los medios (más de 4.000 menciones en 2012
sólo para la Brookings Institution y la Heritage Foundation). Eso
significa capacidad de influencia en la opinión pública. Por eso, en Washington,
la capital que más poder concentra del mundo (el Gobierno de la primera
potencia, e instituciones internacionales como el FMI o el Banco
Mundial), los centros de estudios se cuentan por centenares, y subiendo. Suelen
producir miles de informes complejos, con centenares de páginas, que
pocos periodistas leen al completo. Por eso mandan una sinopsis con
titulares normalmente atractivos que luego se reproducen en los medios
de comunicación de masas.
“Los hispanos no llegarán al CI de los blancos”
Un
ejemplo: “La reforma migratoria costará a Estados Unidos 6,3 billones
de dólares, según la Heritage Foundation”. Parecía el contrapunto
perfecto a la armonía que parecía salir del Senado en mayo de este año
sobre la nueva ley de inmigración. El informe de la Heritage aparentaba
ser legit (legítimo): con su titular serio ("The
Fiscal Cost of Unlawful Immigrants and Amnesty to the U.S. Taxpayer
Special Report"), su sumario ejecutivo, y su firma prestigiosa, la del
doctor Jason Richwine. Sin embargo, Richwine era, como se destaparía
después, un activista contra la inmigración responsable de disertaciones
como esta: “Nadie sabe si los hispanos llegarán alguna vez al coeficiente intelectual (CI) de los blancos,
pero la predicción de que los nuevos inmigrantes hispanos van a tener
hijos con CI bajo es difícil de discutir”. La presión hizo que Richwine
dimitiera de la Heritage. La fundación no ha respondido a las
peticiones por correo electrónico de El Confidencial para cerrar una entrevista.
Al
menos 23 de los contertulios que proponían en los medios atacar a Siria
tenían relación con la industria militar. Sólo en 13 de sus 111
apariciones se expusieron estos conflictos de interés. La Heritage es a la facción más conservadora del Partido Republicano lo que la Fundación Ideas era al PSOE o la FAES al PP de Aznar. Tiene dos ramas: el conocido think tank y la organización activista Heritage Action. Esta última fue un elemento clave en la revolución del Tea Party que llevó a Estados Unidos al cierre de gobierno de principios del mes de octubre. Amenazó con bajar la nota en una de sus prestigiosas listas a los congresistas que votaran a favor
de la propuesta para reabrir el gobierno que acababa de presentar el
portavoz republicano John Boehner. Tras conocerse la amenaza, muchos
congresistas se echaron atrás y la votación se canceló.
¿Significa
esto que nada de lo que publique la Heritage es cierto? No, pero hay
que interpretarlo sabiendo de qué pie cojea, como ocurre con tantas
otras instituciones. Está financiada, al igual que la CATO, por los activistas políticos y empresarios de las industrias Koch. “La Heritage Foundation sigue siendo un centro de estudios aunque tenga a la Heritage Action como lobby”, opina para El Confidencial de forma anónima un representante del grupo Think Tank Watch. “Otros think tanks tienen
el mismo esquema, como el Centro para el Progreso Americano (Center for
American Progress, CAP) ligado a la Administración de Obama”.
Los donantes secretos del ‘think tank’ de Obama
Recientemente la revista The Nation
publicó un reportaje titulado “Los donantes secretos del Centro para el
Progreso Americano”. En él sugería que el CAP había apoyado la política
energética de Barack Obama y a empresas como First Solar porque ésta
formaba parte de la Business Alliance, “un grupo secreto de donantes
empresariales”. El CAP negó que “diera forma a sus historias según los
intereses corporativos”. A preguntas de El Confidencial, el centro asegura que las acusaciones son “ridículas”, y nos remite a las cartas de respuesta ya publicadas de su director.
Así que hay intereses a ambos lados del espectro político. ¿En la misma escala? “Nosotros estudiamos la industria cada año, y hemos visto que los think tank conservadores, respaldados por grupos de interés, son citados muchas más veces”,
nos cuenta Peter Hart de la organización FAIR (Imparcialidad y
Precisión en el Periodismo, en sus siglas en inglés), una entidad que
audita los medios de comunicación. Así, mientras la centrista Brookings
Institution fue la más mencionada por los medios en 2012 (2632 veces),
las dos siguientes son conservadoras (la Heritage con 1548, el American
Enterprise Intitute con 1196). La primera de centro-izquierda en el ranking, el CAP, sólo llegó a las 756. La lista recoge sólo a las 25 más importantes de los centenares existentes.
Las contribuciones a los think tanks
son anónimas, pero quedan reflejadas en las declaraciones de la renta.
Basándose en esos datos, FAIR ha determinado que, de esas 25, dos tercios reciben dinero de al menos una empresa relacionada con el petróleo. Más de la mitad están financiadas en parte por ExxonMobil, y nueve por Chevron. Los hermanos Koch, de Industrias Koch, pagan siete. Shell, cinco, y Conoco-Phillips y BP,
tres. Además, estas empresas de la llamada “Big Energy” tienen a varios
de sus empresarios en los consejos de administración de centros de
estudios como la Brookings, el CSIS o Aspen Institute.
Conclusión: los
temas de energía son especialmente sensibles.
Lluvia de dinero de la industria militar
El otro gran asunto es el de la industria armamentística: 12 de los 25 think tanks más citados reciben dinero de la industria militar.
El tercer y cuarto sector que más contribuye es el de la salud (a 13 de
los 25 más citados) y el financiero (10 de las 25). El Instituto de
Economía Internacional, por ejemplo, tiene a tres de sus miembros
relacionados con Citigroup.
Ante este panorama, ¿qué hacer? ¿De quién fiarse? ¿Son
acaso las entidades sin ánimo de lucro citadas en este artículo (la
Public Accountability Initiative, la FAIR, y el Think Tank Watch)
imparciales? “Los ciudadanos y los medios pueden leerse los anuarios de
los think tanks y las biografías de la gente que allí trabaja
para saber hacia dónde escoran ideológicamente”, nos recomiendan desde
Think Tank Watch. Los periodistas, además, han de citar los conflictos
de intereses que conozcan de sus fuentes, sugiere Hart, de la FAIR. Al
final, es simplemente una vieja cuestión: reputación.
Mario Saavedra
Tomado de http://www.elconfidencial.com
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