Las líneas rojas en Siria parecen haberse acabado. Mientras los
inspectores de Naciones Unidas sobre el terreno intentan determinar el
uso de gas sarín en el ataque de la semana pasada en Ghouta, Damasco,
Occidente ha puesto en marcha la maquinaria de una posible intervención.
El límite se ha cruzado, esta vez sin remilgos. El pistoletazo de
salida ha sido un episodio que ha dejado (según la oposición al régimen
baazista) hasta 1.300 muertos y que, de confirmarse, solo sería
comparable al exterminio de kurdos perpetrado en 1985 por Sadam Hussein
en Irak.
Una intervención, sea a través de bombardeos selectivos desde el Mediterráneo o en forma de exclusión aérea, con ánimo de “castigo”, tal como ha enunciado el presidente francés François Hollande, o como “acción para disuadir”,
según el secretario de Defensa estadounidense, Chuck Hagel, se dibuja
como una alternativa más que probable después de más de dos años y medio
de conflicto y ante el mensaje de Occidente: “Estamos listos”.
El cómo y el cuándo (la misma oposición asegura que han sido advertidos de que puede ser inminente, “en cuestión de días, no de semanas”)
depende en gran parte de los retos a los que se enfrenta la comunidad
internacional en un territorio y un timing que se antoja hostil y
volátil. Y entre ellos, el mayor es la aparición de un
relativamente nuevo y potentísimo actor: los grupos islamistas radicales
que se han hecho con el control en la práctica totalidad de la zona
norte liberada.
Efectivamente, son estos grupos más o menos radicales
quienes han tomado el relevo de una Coalición Nacional de Fuerzas de la
Oposición y la Revolución Siria (CNFORS), que no ha sido capaz de
vertebrar un proyecto de gobierno coherente.
El ejemplo de dos ciudades paradigmáticas, Alepo (la segunda urbe más importante de Siria tras Damasco y primera en población) y Raqqa (primera capital de provincia totalmente gestionada por los rebeldes) no deja lugar a dudas.
En ambas, el resultado es una creciente frustración en
buena parte de la población, que se ha tornado en activista de doble
cuño, y el sabotaje a las instituciones civiles dependientes de la
Coalición Nacional Siria, el grupo más importante bajo el paraguas de la
CNFORS.
Es esta situación la que ha mantenido paralizado a Occidente hasta
que su propio nivel de compromiso le ha golpeado más duramente que
nunca.
El presidente estadounidense, Barack Obama, ya se vio
obligado a recular en su intención de armar a los rebeldes tras la
promesa hecha en mayo ante el temor de fortalecer a los radicales que
ganaban terreno en las áreas rebeldes.
Una intervención encuentra ahora los mismos riesgos que hace meses
la desaconsejaban: el peligro a destruir las estructuras del régimen y
generar un vacío de poder sin haber construido estructuras
alternativas.
En ese sentido, el único germen de gobierno efectivo que
puede apreciarse en las zonas rebeldes es el que han impuesto las
diferentes fuerzas islamistas, entre las que existen enormes diferencias
que derivan en el grado de aceptación por parte de la población.
Entre los moderados de Liwa al Tawhid -el mayor grupo militar en Alepo y abanderado del Frente Islamista de Liberación Sirio (FILS)- y los yihadistas de Estado Islámico de Irak y el Levante (ISI-L, en sus siglas en inglés), la marca de Al Qaeda que se ha colado en la guerra, media un mundo ideológico y programático.
Mientras los primeros son considerados un relevo aceptable
dentro del futuro (o temporal) Gobierno de Alepo, los segundos enfrentan
manifestaciones casi diarias de ciudadanos hastiados por imposiciones
arbitrarias como las críticas a la vestimenta de las mujeres o el temor a
ser acusados de mal musulmán.
Dentro del espectro se suceden, en orden creciente de radicalización, grupos con una fuerte presencia en ambas provincias como
> las Brigadas al Farouq, integradas en el mismo FILS y protagonistas de una llamativa escisión tras la difusión del video en el que su líder comía lo que parecía el corazón de un soldado del régimen ajusticiado;
> los salafistas de Ahrar as Sham, la mayor fuerza en el país y líder del Frente Islámico de Siria (FIS), que gobierna de facto en Raqqa, y
> los yihadistas de Jabhat al Nusra, el brazo de ISI en Siria hasta que se produjo el pronunciamiento de lealtad de su líder, Abu Mohamed al-Joulani, al jefe de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, y la separación en abril de ambas marcas.
“Las fuerzas islamistas continúan creciendo hasta un punto en
el que deben tomar decisiones estratégicas sobre si dejan que otros
grupos controlen ciertas áreas o si deberían consolidarse y expandirse”, apunta el experto en Siria del Carnegie Endowment for Peace, Yezid Sayigh. Ese momento ha llegado, y cualquier acción militar contundente de Occidente en Siria debería contemplar el status quo actual, derivado de la configuración de esa oposición islamista
(frente a la oposición secular de la CNFORS y el Consejo Militar
Supremo que guía el Ejército Libre Sirio, a quien pretende apoyar una
presunta intervención estadounidense).
Pero, ¿cómo han llegado los islamistas a hacerse con el control de
las áreas rebeldes?, ¿Cómo han desplazado a los aliados de Occidente?
Su posicionamiento en el poder tiene, paradójicamente, mucho que
ver con la inacción de la comunidad internacional hasta ahora, que ha
permitido que se diesen dos factores fundamentales:
> el poderío militar de los islamistas, y
> la falta de recursos económicos de las autoridades civiles.
El primero factor se aprecia tanto en la liberación de
Raqqa en marzo de este año, gracias al esfuerzo conjunto de Jabhat al
Nusra (entonces aún parte de ISI) y Ahrar as-Sham, como en el
florecimiento de tribunales basados en la ley islámica apoyados por unas
fuerzas de seguridad milicianas más contundentes.
En el segundo punto encaja la situación de Alepo, donde el Consejo Civil achaca su ineficiencia a la escasez de financiación.
El resultado es el reparto en áreas de influencia, que ha derivado en convenios surrealistas,
como el mantenimiento del tendido eléctrico en barrios como Al Ansari
(donde se suceden las sedes de Liwa al Tawhid, Jabhat al Nusra e
ISI-L). El Consejo Civil envía a los trabajadores, que cobran de los
islamistas.
En este contexto, los grupos islamistas han conseguido poner en
marcha servicios públicos como las líneas de autobuses, significativo
logro de Ahrar as-Sham en Raqqa. A ello se suma el control sobre las
rutas de abastecimiento y el campo, que permiten hacer llegar a la
ciudad víveres para la población, la gestión en algunas zonas de las
panaderías y los silos, así como la toma de los pozos de petróleo en
Deir Ezzor, cuyo control se disputan las milicias kurdas y Al Nusra.
Todo, amén de la acción caritativa. Una muestra es la organización Qahatein,
en Alepo, una ONG local que reparte alimentos en Ramadán, además de
aliviar las necesidades de refugio, salud o educación de las familias de
mártires en los 12 sectores en los que se divide la zona rebelde. “Lo más importante es cuidar de las niñas y viudas hasta que se vuelvan a casar”, puntualiza Mustafa, el joven jefe de 26 años, que admite estar financiado por “todos los grupos” islamistas.
A estas alturas, la raigambre islamista en Siria es tanto o más “innegable” (como ha definido Hagel el uso de armas químicas en Ghouta) que los ataques con gas sarín. Por
esta razón, cualquier potencia inclinada (o, en última instancia,
decidida) a intervenir en Siria de forma directa debería desvelar cuáles
son los objetivos (provocar o no un derrocamiento inminente de Assad) y
contemplar qué escenario dibuja una supuesta caída del régimen.
En este sentido, el acento se coloca sobre los radicales. “Jabhat al Nusra es uno de los muchos grupos de Al Qaeda”, explica desde el frente en Alepo, Abu Aldelrrahman, uno de los comandantes de Liwa al Tawhid, “vinieron aquí para apoyar a la gente y cuando expulsemos al Ejército de Al Assad, se irán. No tienen programa político”.
Por su parte, Sayigh tacha la creencia de “naïve”: “Han luchado y querrán participar en el futuro Gobierno y en la Constitución”.
“(Occidente) comete un error intentando excluir a los islamistas”, concluye el experto de Carnegie. “Grupos
como Ahrar as-Sham o Liwa al Tawhid, incluso siendo salafistas, aportan
una cierta riqueza política basada en el islam, pero sin una agenda
profundamente ideologizada o religiosa, y aportan una solución siria (a diferencia de al-Nusra e ISI-L), tanto
si se organizan de manera política y pacífica a través de partidos como
en Egipto o se mantienen como movimientos armados, como en Irak”.
por LAURA JIMÉNEZ
Fuente: EsGlobal
Tomado de http://www.urgente24.com
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