“Aunque el Golpe acechaba como un fantasma”, recuerda
el economista, periodista y productor audiovisual Fernando Villagrán,
“fue un impacto tremendo despertar el martes 11 de septiembre con un
bando militar y observar desde el departamento en que vivía, cerca de
una rotonda en Ñuñoa, el movimiento temprano de tropas. Pensé que
llegaba la hora de jugarse entero por defender el Gobierno de Allende y a
eso estábamos llamados los cientos de miles que una semana antes
habíamos llenado las calles celebrando su tercer año en La Moneda. El
último discurso de Allende y el bombardeo de La Moneda- que jamás
imaginé posible- fueron un golpe emocional desgarrador, donde se
mezclaron tristeza, indignación y desconcierto por lo que se avecinaba”.
Fernando había cumplido 24 años, estaba en último año de
Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile, dedicaba la mayor
parte de su tiempo a la actividad política, como dirigente del Mapu
Obrero Campesino, partido integrante de la Unidad Popular. Estaba casado
desde hace dos años y esperaba a su primer hijo.
Hoy, a los 64 años, Villagrán es un periodista conocido y
polémico. Después de la prisión, la tortura y el exilio, desde 1982
dirigió durante años la revista APSI, opositora al régimen militar; se
asoció con Rodrigo Goncalves, y desde su conocido café Off The Record
gestaron un reconocido programa de entrevistas a escritores e
intelectuales; junto al cineasta Ignacio Agüero fue guionista del
polémico documental “El diario de Agustín”, donde se denuncia el rol
desestabilizador de El Mercurio durante el gobierno de la UP; en 2002
publicó en ensayo “Disparen a la bandada”, texto que mereció el Premio
Altazor y que en el último tiempo ha servido para contextualizar lo
sucedido entre camaradas en la Fuerza Aérea con ocasión del Golpe del
73, en particular lo acontecido con el general Alberto Bachelet, padre
de la actual candidata a la presidencia, quien fue detenido y torturado
por sus compañeros de armas.
Aquí recuerda su propia indefensión el 11 de septiembre de 1973:
“Me moví casi mecánicamente cumpliendo lo que habíamos
previsto en el Partido si se concretaba la amenaza de Golpe. Tuve claro
que todo sería muy diferente de lo que había ocurrido en el “Tanquetazo”
del 29 de junio del 73 y que venía un brutal cambio para nuestra
existencia. Así funcioné en contacto y encuentros con compañeros,
preparando un posible apoyo a fuerzas militares leales que se opusieran
al Golpe. En eso estaba cuando fui detenido el 15 de septiembre en las
proximidades de la Población La Legua. Allí vino una experiencia
durísima de seis meses como prisionero de la flamante dictadura que
marcó en muchos sentidos mi vida futura, la que existió gracias a un
oficial de la FACH que me salvó de la ejecución sumaria resuelta por mis
torturadores. En todo caso, cuando supe, estando preso en el Estadio
Nacional, que había nacido mi hija, sentí que tenía un tremendo y
hermoso desafío para sobrevivir a los negros momentos que estaba
pasando".
El oficial en cuestión fue el capitán Jorge Silva, que
estaba a cargo de la logística de la Escuela de Especialidades de la
FACh, en la base El Bosque. Fernando Villagrán y Felipe Agüero fueron
detenidos con “documentación subversiva” y torturados brutalmente.
“Nos pasó de todo: simulacros de fusilamiento, golpizas,
interrogatorios durísimos. Estábamos en el llamado ‘galpón rojo’, junto
a decenas de pobladores de La Legua, en muy mal estado. Silva, quien
había sido parte de un complot para asesinar a Allende en 1970, se las
arregló para contarle al Presidente cómo se había visto involucrado en
eso, y sus compañeros le pasaron la cuenta. Por eso, y por ayudarnos a
Felipe y a mí, sacándonos en un convoy que partió al Estadio Nacional y
que fue lo que nos salvó del ajusticiamiento que ya habían decidido
nuestros interrogadores. Él se enteró, se desesperó e hizo eso por
nosotros y por dos dirigentes sindicales. A los 15 días, era un detenido
más. Y nos lo encontramos en la Cárcel Pública en octubre. Estaba junto
al general Bachelet y a otras decenas de oficiales de la FACh que
fueron detenidos. Eso fue lo que inspiró mi libro ‘Disparen a la
bandada’. Un correo que nos mandó él desde Londres, donde vive hasta el
día de hoy, y que fue el hilo que seguí para contar esa verdad”.
UN DÉFICIT DE MEMORIA
Su experiencia a los 24 años es particularmente dura,
porque -como muchos- él era un joven idealista, educado, de clase
acomodada, que creía en la promesa de la UP:
“Yo estaba absolutamente comprometido con la idea de una
revolución socialista en Chile, que pasaba por el éxito del Gobierno de
Salvador Allende. Creía en que por esa vía sería posible terminar con
las grandes injusticias y carencias que afectaban la vida de millones de
chilenos, mientras una minoría acaparaba el poder y la riqueza. Sentía
que el Gobierno de Allende caminaba en ese sentido y encarnaba una
utopía alcanzable. La reacción odiosa de poderosos sectores económicos y
sociales en su contra reforzaba mi compromiso con la causa socialista y
la disposición a cualquier sacrificio personal. Pese al clima de
conflicto y caos que vivía el país yo era optimista en lo que estaba por
venir. Estaba casado hacía dos años, mi compañera tenía un embarazo de
siete meses. Me relacionaba con muchos jóvenes y mayores que compartían
ese compromiso social y político. Sentía que tenía muy buenos amigos,
con los que disfrutaba gratos momentos. Pese a que las diferencias
políticas que dividían a los chilenos también se manifestaban en mi
familia, mantenía una fuerte relación afectiva con mis padres y
hermanas”.
Disfrutaba además y era un apasionado del fútbol, de la “U”, el equipo de sus amores.
“Era un tiempo intenso, todo ocurría vertiginosamente.
Mandaba lo colectivo y asociativo por sobre lo individual. Disfrutaba
la música, el cine, la lectura y el teatro como expresiones artísticas,
donde también se trasuntaba una época de grandes cambios. Tengo la
sensación de multitudes en las calles. Muchos encuentros con los amigos
se daban en torno a comidas en ‘buenas picadas’, la noche era larga como
la conversación. Para mí el fútbol siempre fue una pasión. Siendo
hincha de la “U” y habiendo gozado antes, en compañía de mi viejo, la
época de oro del “ballet azul”, el año 73 disfrutaba viendo el juego de
Colo Colo, que tenía entonces un gran equipo”.
-¿Cuáles son tus conclusiones, tu balance a 40 años: qué aprendiste, cómo estás, qué te preocupa?
-Todavía estamos aprendiendo en un mundo que cambió
totalmente en estas cuatro décadas, en todas las dimensiones de la vida
humana. En lo que se refiere a la experiencia del Golpe de Estado y sus
secuelas, tenemos como sociedad un gran déficit de memoria histórica
para que las nuevas generaciones saquen sus propias conclusiones. Ha
existido un bloqueo de parte de los grupos que se beneficiaron
económicamente de la dictadura y sus crímenes. Ellos han blanqueado sus
responsabilidades en el drama de la ruptura democrática que vivió el
país. En el mundo se derrumbó un modelo de socialismo que fracasó y se
ha impuesto en Chile uno libremercadista que se asienta en la injusticia
y las desigualdades. No hay modelos a imitar y existe un vacío de
liderazgos a seguir. Pero reside en la ciudadanía, en el pueblo, la
capacidad para aprovechar en su beneficio los avances del conocimiento
para conquistar una mejor calidad de vida, en democracia y en paz. En
ese sentido la utopía democrática, libertaria y de justicia social sigue
existiendo y también, en otro contexto, requiere del compromiso
colectivo y solidario que sentimos hace 40 años los que fuimos
allendistas. Es un desafío abierto, donde la palabra principal la tienen
las nuevas generaciones.
-¿Qué piensas de la renuncia del ex Comandante en Jefe del Ejército Juan Emilio Cheyre a la presidencia del Servel?
-Que quedó pésimo. Que judicialmente tiene cómo
cubrirse. Que como Comandante en Jefe fue de lo más decente que hubo,
pero que lo sucedido en Chile en materia de derechos humanos fue tan
brutal, que todo lo construido, se deshace con un detalle.
Ximena Torres Cautivo
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