Dentro de unos días,
inevitablemente, los diferentes periódicos y cadenas televisivas del mundo
recordarán los tristes y oscuros sucesos del 11 de septiembre neoyorkino,
trayendo a la opinión pública imágenes aterradoras de aviones estrellándose
contra el World Trade Center y el Pentágono, recuentos de las víctimas
calcinadas y desaparecidas entre amasijos de concreto y acero, y las todavía
vivas especulaciones sobre quiénes fueron los verdaderos responsables de tan
brutal hecho. A las preguntas sin respuestas y al dolor de los familiares de
los inmolados salvajemente, se sumarán las críticas dirigidas a la Casa Blanca
y a su orquestado andamiaje antiterrorista por su incapacidad mil veces
cuestionada de encontrar a los organizadores del crimen. Hoy por hoy, deambulando
el odio y la irracionalidad yanqui por Afganistán e Irak, amenazado el mundo
por la prepotencia, descubiertas patrañas y falsos argumentos para hacer
guerras injustas, las heridas no han sanado.
Mucho sufrió aquel
día el pueblo norteamericano, es cierto, y con él el mundo entero. Sólo
entonces se tomó plena conciencia del dañino y tenebroso flagelo del
terrorismo. Tenía que ocurrir ese ingrato holocausto para que la humanidad toda
comprendiera la necesidad de acabar con él, aunque no haya tomado todavía plena
conciencia de sus verdaderas causas. Sin embargo, el terrorismo no sólo ha
dañado al norteamericano, ni los hogares de Washington y Nueva York son los
únicamente lastimados. Cuba lo ha sufrido y son pocos los que han levantado un
dedo para condenarlo. Es por ello que da mucha pena que sólo se lamente el
mundo por unas víctimas y discrimine a las otras, que reclame venganza y
justicia para unos muertos y soslaye la pena de tantas familias cubanas que lo
han sufrido de forma cotidiana permanente. Tal parece que la exclusividad del
dolor le pertenece a unos pocos y el de los otros, los marginados por estrechos
raseros ideológicos del poder mediático, sea ignorado.
Para los cubanos no sólo ha habido un 11 de septiembre. Los miles de muertos y heridos ocasionados por el terrorismo en la Isla, paradójicamente financiado o permitido por los Estados Unidos, han sido víctimas en cada año, en cada mes, en cada día. Por eso es difícil para mí encasillarme en un período de tiempo para hablar de víctimas cubanas del terrorismo, aunque me lo imponga el propósito de establecer analogías necesarias para entender que no sólo en Estados Unidos se ha padecido ese flagelo, que no sólo allí se ha llorado a un muerto inocente asesinado por el terror desenfrenado de gentes sin escrúpulos.
Para los cubanos no sólo ha habido un 11 de septiembre. Los miles de muertos y heridos ocasionados por el terrorismo en la Isla, paradójicamente financiado o permitido por los Estados Unidos, han sido víctimas en cada año, en cada mes, en cada día. Por eso es difícil para mí encasillarme en un período de tiempo para hablar de víctimas cubanas del terrorismo, aunque me lo imponga el propósito de establecer analogías necesarias para entender que no sólo en Estados Unidos se ha padecido ese flagelo, que no sólo allí se ha llorado a un muerto inocente asesinado por el terror desenfrenado de gentes sin escrúpulos.
Me limitaré,
entonces, a citar algunos casos dolorosos, tomados al azar, pero capaces de
hacernos entender la crueldad de la guerra sucia declarada contra Cuba durante
más de cuatro décadas por Estados Unidos, haciendo uso de la mafia terrorista
de Miami. Esos criminales se pasean hoy por las calles de ciudades
norteamericanas y nadie los molesta. Estos casos explican por sí solos porqué
en Cuba también ha habido septiembres tristes.
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