Corría entonces el mes de agosto de 1998 y yo, sin imaginarlo, hace hoy exactamente 15 años, mi destino como agente de la Seguridad Cubana se había decidido por la más alta dirección del país. Debía ¨quemarme¨, lo que significó, descubrir mi labor anónima frente a los grupos terroristas radicados en Miami.
El 13 de agosto de ese año me entrevisté con el periodista estrella de The Nueva York Times. Thimoty Golden, para darle a conocer parte de la que había sido, por más de dos décadas, mi condición de agente secreto de los órganos de la Seguridad del Estado de Cuba. Eran cerca de las 10 de la mañana y en un espacioso salón me encontré con el citado periodista, quien se llevaría la primicia ocultada durante tanto tiempo. Ni el FBI, al que se había brindado abundante información, ni la CIA, así como otros servicios de inteligencia, con los que ¨colaboré¨ un tiempo, imaginaban esta verdad.
Yo, entre aturdido y afectado por una mezcla de encontrados sentimientos, comencé a responder el sagaz interrogatorio. Le respondí solo lo que era necesario, otras cosas aún permanecen en secreto. Una parte de mí se dolía pues me consideraba aún de gran utilidad en este tipo de trabajo, criterio compartido por muchos de mis oficiales, pero respetamos la decisión política adoptada. Ese día era el cumpleaños de Fidel.
Ese día también marcó mi destino como persona para siempre. No imaginábamos que el The Nueva York Times nunca publicaría la grave acusación contra los terroristas de origen cubano radicados en Miami. Tampoco imaginamos que Thimoty Golden, días después, traicionara su ética profesional y descubriera al FBI el origen e identidad de su fuente y se desencadenarían varios acontecimientos que, como respuesta, conllevarían a la captura de nuestros Cinco Héroes. Esa fue la jugada política por la que optó la Casa Blanca. No soportó tal humillación y dio su respuesta 30 días después, el 12 de setiembre de 1998.
Un artículo escrito por mí hace varios años narra estos hechos. Su nombre es elocuente: ¨La “mea culpa” que aún le falta reconocer al New York Times¨, fechado el 2 de abril de 2004.
Mentir o no mentir: ¡He ahí el dilema!
Algunos tropiezos conocidos del New York Times.
Todo el mundo se sintió conmocionado cuando el
poderoso New York Times reconoció, hace apenas unos días, haber
mantenido una cobertura distanciada de la realidad con respecto a la
existencia de armas biológicas y de destrucción masiva en Irak, pretexto
esgrimido por la administración de George W. Bush para invadir esa
nación. La amplia cobertura con la que este importante medio abordó el
tema iraquí en los meses antes de la invasión, contribuyó en gran medida
a que el pueblo norteamericano tuviera una percepción errónea sobre las
causas que provocaron el conflicto, a la par que favoreció a la
impunidad de la Casa Blanca en su campaña bélica internacional. De
hecho, el New York Times fue un cómplice más de esta maquinación.
Muchas son las causas que provocaron esta
cobertura equivocada y llena de falsedades y que, sin lugar a dudas, no
excluyen el comprometimiento de los medios de la gran prensa
norteamericana al gobierno y su subordinación a los “intereses de
seguridad nacional”, en un ambiente complejo provocado después del
fatídico 11 de septiembre, que supo aprovechar el gobierno de extrema
derecha de George W. Bush para anular prácticamente las libertades
democráticas y exacerbar un forzado e inducido patriotismo.
El propio Daniel Okrent, defensor del Lector de dicho rotativo, señaló algunas de estas causas:
Divulgar y dar crédito a informaciones sin
confirmar sobre supuesta existencia de armas químicas, biológicas y
nucleares en Iraq, sobre todo cuando las mismas provenían de dudosas
fuentes (funcionarios del Pentágono que solicitaban el anonimato y
exiliados iraquíes) que hicieron al rotativo ser manipulado por el
gobierno.
Dejarse llevar, por tanto, por el ansia de primicias, sin corroborar las informaciones recibidas y automáticamente divulgarlas.
Se desoyeron las opiniones de periodistas
responsables, los cuales solicitaron verificar dichas informaciones, en
etapas previas a su publicación.
Con independencia del reconocimiento de los
errores por parte de la dirección del New York Times y de su defensor
del Lector, la mea culpa no elimina las dudas sobre un posible
comprometimiento del periódico a los dictados de la administración Bush
e, incluso, su subordinación a los intereses gubernamentales, cosa que
no es totalmente nueva en los últimos tiempos. Muchos no olvidan el
sometimiento de las principales cadenas de televisión con respecto a las
noticias a divulgar bajo los requerimientos goebelianos de la Ley USA
Patriot impuestos por la Casa Blanca a los medios de información
norteamericanos.
La mea culpa, por tanto, deja serias dudas sobre
la honestidad de la dirección del rotativo, más si se tiene en cuenta
que, salvo excepciones, su cobertura sobre distintos aspectos de la
situación internacional ha dejado mucho que desear por su parcialidad y
su comprometimiento a la extrema derecha norteamericana. Aún se recuerda
cómo el New York Times fue vocero de los guerreristas de la Casa Blanca
durante el conflicto en Viet Nam y su postura incondicional hacia el
aumento de la escalada militar en Indochina. También, y no puede
ocultarse, este rotativo santificó las criminales agresiones a Panamá y
Granada, de la misma manera que justificó los genocidas bombardeos a
Yugoeslavia.
Uno de esos momentos, sin lugar a dudas, fue el
reciente conflicto entablado entre el New York Times y el gobierno
brasileño, luego de que su corresponsal en Brasil, William Larry Rother
Jr, publicó un artículo en el que se tildaba al presidente Luis Ignacio
Lula da Silva de ser un alcohólico. En dicho artículo, titulado “Hábito
de beber del presidente se convierte en preocupación nacional”, se trata
de desvirtuar la figura de Lula de manera irrespetuosa.
Ante la repulsa levantada entre los brasileños y
la solidaridad inicial manifestada por la dirección del periódico con su
corresponsal, se le retiro la visa a Rother. Días después el periodista
del Times se disculpó y se le dejó permanecer en Brasil. El suceso, sin
embargo, dejó luego de su solución final serias dudas sobre el papel
desestabilizador del rotativo norteamericano en Brasil y cómo en su
trasfondo respondía a intereses del Departamento de Estado yanqui y a
sus campañas desinformativas.
Otro hecho reprobable que vincula al New York
Times a sórdidos manejos de la realidad y a hacer gala del veneno
mediático, lo fue la publicación el 5 de enero de 2003 de un artículo
sobre Cuba. Bajo la firma de Timothy Golden, el New York Times lanzó
serias acusaciones contra la Isla que no difieren en nada de los mismos
perversos argumentos que siempre han empleado los personeros del
gobierno norteamericano.
Si infames fueron la excrecencias vertidas en el
artículo de Golden al escribir sobre Cuba, todavía más deleznables
fueron sus calumnias al referirse a los Cinco Héroes cubanos que guardan
injusta prisión en Estados Unidos. Con argumentos retorcidos trató de
presentar a estos luchadores antiterroristas como vulgares criminales y
espías, desvirtuando las verdaderas motivaciones que los llevaron a
enfrentar el más cruel terrorismo ejercido contra su Patria. En aquella
ocasión, el New York Times cometía uno de sus más atroces errores al
comprometerse con la mentira y dejar a un lado a la justicia y la razón.
Timothy Golden, como veremos, pasó a convertirse de un genuflexo
periodista a un servil instrumento de la infamia.
El New York Times, Posada Carriles y la FNCA.
Uno de los pocos momentos en que el Times de New
York abordó con seriedad el tema Cuba, lo fue la publicación de dos
reportajes en julio de 1998, en los cuales sus autores, Ann Louise
Bardach y Larry Rother, dan a conocer declaraciones del conocido
terrorista Luis Posada Carriles, en los que el mismo implicó a la
Fundación Nacional Cubano Americana de financiar los atentados cometidos
contra hoteles en Cuba.
Con la elocuencia digna de un criminal sin
escrúpulos, Posada Carriles narró a sus entrevistadores sus inicios como
asalariado de la CIA en 1960, así como facetas de su largo historial
como terrorista. No omitió un solo detalle de su fuga en Venezuela
cuando purgaba una condena por su participación de un avión comercial
cubano en pleno vuelo, hecho criminal que provocó la muerte a 73
personas inocentes. Fue un escape garantizado por la propia FNCA y así
lo declaró sin ambages.
Los articulistas también destacaron el tácito
reconocimiento de Posada Carriles sobre su involucramiento en los
atentados terroristas contra hoteles, discotecas y restaurantes de
Ciudad de la Habana y Varadero, hechos que provocaron la muerte al
turista italiano Fabio Di Celmo, varios heridos y cuantiosos daños
materiales. El reclutamiento de mercenarios centroamericanos por parte
de Posada Carriles para ejecutar tales acciones, respondió, según él, a
un plan organizado y financiado desde Miami, por parte de la Fundación
Nacional Cubano Americana (FNCA).
El criminal de Barbados detalló los
abastecimientos en dinero, que alcanzaron los 200 000 dólares, recibidos
por él de parte de Jorge Mas Canosa, el extinto Chairman de la FNCA,
para realizar dichos atentados.
Por supuesto, ambos artículos crearon una
desacostumbrada conmoción entre la mafia terrorista de Miami. Incrédulos
y sorprendidos por la noticia, los altos directivos de la FNCA se
pusieron en guardia y reaccionaron de manera descompuesta.
“La idea de que algún miembro de la Fundación ha
estado, está o estará involucrado en actos de violencia contra el
régimen de Castro es una mentira, pura y llana”, declaró el presidente
de la FNCA, Alberto Hernández de forma airada. Y como para no dejar
lugar a las dudas, agregó en la conferencia de prensa convocada por él
el 15 de julio de 1998: “Esto nos es periodismo. Esto es una guerra
política”.
Por su parte, Jorge Mas Santos, hijo del fundador
de la FNCA, declaró con visible ira y turbación: “Estos artículos son
ofensivos y difamatorios”.
Luego de recibir la primera estocada y rebasar la
sorpresa, la FNCA intentó pasar a la contraofensiva, anunciando que
demandaría al New York Times por difamación. Para ellos, según su
apreciación, no había un solo cabo suelto que pudiera colocarlos en una
situación desventajosa frente al rotativo neoyorkino. Se olvidaban, por
supuesto que yo había sido testigo y participante de estos planes de
atentado contra instalaciones turísticas cubanas y había recibido de
parte de altos directivos de la FNCA el dinero y las orientaciones para
ejecutarlos. Se olvidaban también que “Pepe” Hernández, su presidente, y
dos de sus directores, Arnaldo Monzón Plasencia y Horacio Salvador
García Cordero, estaban involucrados directamente en la planificación,
financiamiento y organización de los mismos. Se olvidaban, por último,
que fueron ellos los que me pusieron en contacto con Luis Posada
Carriles para que éste me entrenara y abasteciera con los explosivos a
detonar en el famoso cabaret “Tropicana”.
A pesar del alboroto de la FNCA y de sus intentos
por desvincularse de las acusaciones realizadas contra ella, a pesar de
sus amenazas contra el New York Times, yo siempre supe que esta vez el
criminal de Barbados no mintió. Cuba también lo sabía y se dedicó a
estudiar la situación. En tal sentido, el portavoz de la cancillería
cubana, Alejandro González, declaró al respecto: “Lo consideramos
sumamente interesante. Estamos siguiendo el curso del debate”.
Una verdad ocultada por el New York Times y de la que nunca hubo una mea culpa.
El New York Times, aparentemente interesado en
esos momentos por profundizar en el tema del terrorismo, sobre la base
de las confesiones hechas a Larry Rother y a Ann Louise Bardach por Luis
Posada Carriles, así como protegiéndose de la amenaza de la FNCA de
entablarle pleito por difamación, envió a Cuba a uno de sus más
sobresalientes reporteros, Timothy Golden. Durante dos semanas, con la
total cooperación de las autoridades cubanas, este periodista recibió
amplia información sobre la participación de la FNCA y otros grupos
terroristas en las agresiones contra la Isla. Pudo entrevistarse con
cinco centroamericanos detenidos en la Habana y con varios oficiales de
la Seguridad del Estado de Cuba, los que le impusieron de minuciosa
información al respecto.
El 12 de junio de 1998 fue recibido por el
presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Fidel Castro, con
quien mantuvo una larga conversación. De la misma manera, fue atendido
por Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del
Poder Popular. Como resultado de estos fructíferos contactos para
Golden, éste recibió un amplio dossier, similar al que Cuba había
entregado unos días antes al FBI, específicamente en junio de 1998. No
existían dudas, pues, que el New York Times contaba con pruebas
suficientes para enfrentarse a la FNCA en un posible litigio legal, a la
par que con información suficiente para realizar un serio y profundo
trabajo periodístico en relación con el tema en cuestión.
En mi caso particular, manteniéndome yo todavía
en mi condición de colaborador secreto de la seguridad cubana y
encontrándome en Miami, infiltrado aún dentro del ala terrorista de la
FNCA y de otro grupo de similar condición, Cuba Independiente y
Democrática (CID), fui convocado a la Habana el 5 de agosto de 1998. Ya
se había tomado la decisión de “quemarme” en aras de denunciar el
permanente terrorismo contra nuestra Patria.
Aún recuerdo con nostalgia mi arribo al
Aeropuerto Internacional “José Martí”. La presencia en el mismo de dos
mis oficiales de caso, me corroboró la certidumbre de que mi vida
anónima al servicio de Cuba estaba a punto de culminar. No sé realmente
cuántos sentimientos se agolparon en mi corazón en esos momentos,
tampoco conocía la razón de mi apurado retorno a la Isla, pero supe que
no volvería más a Miami.
El 13 de agosto de 1998 me entrevisté con Timothy
Golden en una casa del reparto Siboney. Había recibido instrucciones de
la jefatura de que fuera franco y abierto con mi interlocutor, y que
debía atenerme a relatarle lo que había sido mi vida como luchador
antiterrorista. En sus ojos y en el resto de su gestualidad, no lo
niego, percibí el profundo interés por conocer al detalle mis vínculos
con la FNCA y Luis Posada Carriles. Me pareció, a qué negarlo, un
periodista serio y diligente.
Reconozco, sin embargo, que fue difícil para mí
ser sincero y abierto ante un periodista norteamericano totalmente
desconocido y ser precisamente yo, quien había guardado celosamente,
durante años, mi participación en este anónimo batallar, el llamado a
retarle nombres y hechos que constituían un sagrado secreto para mí
hasta ese momento. Como me fue orientado, me apegué a la verdad y le
narré todo, sin ocultar detalles.
Fueron más de tres largas horas de entrevista en
las que Golden grabó y apuntó cada pormenor. Fumamos ambos, hasta
terminarnos una caja de mis cigarrillos. Él revisó todos mis documentos
de identificación con precisión y argucia. Luego nos despedimos con un
apretón de manos. Golden, mis compañeros y yo, lo sabíamos: Cuba había
dado a conocer al New York Times a uno de sus más antiguos colaboradores
en la lucha contra el terrorismo, lo que constituía un importante
sacrificio en nombre de la verdad.
En mi caso personal, a pesar de que acepté dar
este paso que cambiaría mi vida a favor de la Revolución, me sentí
inicialmente deprimido, más que orgulloso. Hubiera preferido mantenerme
combatiendo de manera anónima como lo había hecho hasta ese momento. Sin
embargo, acepté como un soldado y con la plena convicción del beneficio
resultante de esta decisión.
En un sospechoso silencio, los meses
transcurrieron y el New York Times no se dignaba a publicar noticia o
referencia alguna sobre las múltiples pruebas aportadas por Cuba. Para
sorpresa nuestra, treinta días después de mi entrevista con Golden
fueron apresados nuestros hermanos en Miami y recibieron el escarnio y
el odio del grupo intolerante de la extrema derecha miamense. La prensa y
otros medios de comunicación se pusieron al servicio de esos espurios
intereses.
En reiteradas ocasiones me pregunto: ¿Se hubiera
podido desarrollar ese amañado juicio contra nuestros Cinco Héroes en
Miami, si Timothy Golden y el New York Times hubieran publicado toda la
verdad sobre el terrorismo contra Cuba? ¿Hubiera sido la misma la suerte
corrida por ellos e igual la percepción del público norteamericano?
¿Hubieran triunfado, acaso, con la misma facilidad como sucedió, la
intolerancia y el odio contra Cuba? ¿No se hubieran evitado tal vez,
otros hechos terroristas ocurridos con posterioridad a estos sucesos,
como lo fue el intento de asesinato a Fidel en Panamá o la infiltración
de terroristas en abril del 2001 con la finalidad de explotar bombas en
Tropicana?
No cabe la menor duda que el New York Times tiene
una gran deuda con Cuba y conmigo en particular. Una gran deuda también
con la verdad a la que traicionó por descarada omisión o por
cuestionable compromiso con la ultraderecha de Miami y con la
administración norteamericana. Pero lo más objetable para un periódico
son las deudas que contrajo con sus propios lectores, a los que
traicionó también y les despojó de una importante verdad.
Si el New York Times se precia de ser capaz de
reparar errores, creo que ha llegado el momento de esgrimir una sincera
“mea culpa” por haber escondido la verdad en este capítulo del
terrorismo contra Cuba. Entonces, no lo niego, tendría razón Juan María
Alponte, profesor de la Facultad Ciencias Políticas y Sociales de la
UNAM cuando comentó en un artículo aparecido el lunes 31 de mayo de
2004, en el Universal de México, que “The New York Times, que rectifica y
esclarece, con gran valor ético, muchas de sus informaciones sobre Irak
seguramente, desde esa admirable autocrítica, el diario podrá observar
los problemas mundiales, cubanos y latinoamericanos, desde una
perspectiva histórica que no da la razón a George W. Bush.“
También, por supuesto, el señor Okrent podría
sentirse más orgulloso de su periódico y el lector tendría el
inigualable privilegio de leer cada página del mismo, a sabiendas de que
allí aparecerá la verdad ante sus ojos por dura que ésta sea.
Hay una realidad, entonces, la “mea culpa” que
falta al New York Times, más que todo, se ha convertido en una cuestión
de dignidad.
Percy Francisco Alvarado Godoy
Escritor guatemalteco
Como pueden apreciar mis lectores, el 13 de agosto me trae no solo alegrías por el cumpleaños de mi amado Fidel y el de mi hermano René González Sehwerert. Es también un día triste, pues siempre hubiera imaginado que podría continuar batallando contra nuestros enemigos, sin importarme las glorias y los reconocimientos que he recibido de mi pueblo y de otros hermanos del mundo.
Ese día Fraile dejó de existir y salió del anonimato como Percy Francisco Alvarado Godoy, internacionalista guatemalteco y luchador antiterrorista. Se sellaban más de dos décadas de callado trabajo que cumpli, pese a los riesgos asumidos, con la satisfacción de serle útil a Cuba.
Sabía que no podía dormirme en los laureles y asumí nuevas tareas. He dado gracias a la vida por ponerme en donde soy más útil y eso reconforta cualquier sinsabor, cualquier abandono injusto y hasta algunas incomprensiones. Llevo la gloria, guardada en mi alma y engrandecida por la modesta sensación de que he sido uno más de los tantos héroes que han vivido y viven en nuestro pueblo.
Hoy, pues se cumplen 15 años de aquel día, desde el que albergo la tristeza de haber sido sacado a la luz, cuando todavía me sentía en plenitud de mis facultades para seguir sirviéndole a Fidel, a esta bella tierra y con el orgullo de no haberlos traicionado nunca, ni ser capturado por el enemigo.
Percy Francisco Alvarado Godoy
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