Wayne S. Smith es el último diplomático estadounidense en ejercer en
Cuba con el rango de embajador. Sin relaciones diplomáticas desde su
ruptura unilateral con La Habana el 3 de enero de 1961, Washington
siempre se ha negado a normalizar sus relaciones con Cuba, a pesar del
fin de la Guerra Fría y la opinión unánime de la comunidad
internacional.
Este diplomático de profesión, Doctor de la Universidad
de George Washington y profesor asociado de la Universidad Johns
Hopkins, es también director del “Programa Cuba” del Centro para la
Política Internacional. Se le considera el mejor especialista
estadounidense de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Smith integró el Departamento de Estado en 1957 y ejerció
en la Unión Soviética, Argentina y Cuba. Presente en la embajada
estadounidense de La Habana durante el movimiento insurreccional cubano
que dirigió el Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro, Smith asistió a
la caída del dictador Fulgencio Batista. Tras la ruptura de las
relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el Presidente John F. Kennedy lo
nombró secretario ejecutivo de su Grupo de Trabajo sobre América
Latina.
De 1979 a 1982, Smith estuvo a la cabeza de la Sección de
Intereses Norteamericanos en Cuba y se distinguió por su política de
diálogo y de acercamiento con La Habana bajo el gobierno de James
Carter. En 1982, debido a un profundo desacuerdo con la nueva política
de la Casa Blanca que elaboró el Presidente Ronald Reagan hacia Cuba,
abandonó definitivamente el Departamento de Estado.
Partidario de una normalización de las relaciones con
Cuba, Smith aborda en estas conversaciones su experiencia de diplomático
en La Habana y la política de Estados Unidos durante los primeros años
de la Revolución. Evoca también el acercamiento que inició James Carter
con Fidel Castro. Este diálogo termina con una reflexión sobre la actual
política de Estados Unidos bajo la administración Obama.
Salim Lamrani: Señor Embajador, ¿a cuándo se remonta su primera experiencia de diplomático en Cuba?
Wayne S. Smith: Mi primera experiencia de diplomático se
remonta a agosto de 1958, en plena guerra revolucionaria de los
insurrectos de Fidel Castro contra el régimen dictatorial de Fulgencio
Batista. En realidad, mi nombramiento a la embajada de Estados Unidos en
La Habana se debía más la casualidad que a una elección pensada. Tras
dejar el ejército –era un marine–, deseaba integrar el mundo de la
diplomacia, ¡con una especialidad en… chino! Luego me fui a estudiar en
México y redacté una memoria de Máster que comparaba dos instrumentos de
política exterior destinados a proteger zonas de influencias: la
Doctrina Monroe en el continente americano y la de la Cortina de Hierro
en Europa.
Regresé a Washington en noviembre de 1956, unos días
antes del desembarco en Cuba de Fidel Castro con sus 81 guerrilleros
procedentes de México, el 2 de diciembre de 1956. Integré la Oficina de
Inteligencia y me pidieron que trabajara sobre Cuba. Mi papel consistía
en averiguar si había alguna relación entre el Movimiento 26 de Julio (M
26-7) de Castro y los comunistas. No había encontrado absolutamente
nada. No había ninguna conexión. Al contrario, el partido comunista
cubano no apreciaba mucho a Castro. Había mucha desconfianza hacia él y
prefería mantener sus distancias. El acercamiento entre el Partido
Socialista Popular –así se llamaba el partido comunista de la época– y
el M 26-7 ocurriría más tarde.
Luego integré el servicio de las Relaciones Exteriores. Me transfirieron inmediatamente a La Habana.
SL: ¿Cuál era su punto de vista en aquella época sobre el conflicto que oponía a Fidel Castro y Fulgencio Batista?
WSS: Tras pasar unas semanas en el servicio consular, integré el
servicio político de la embajada y estaba encargado de analizar la
situación interna. Desde aquella fecha hasta hoy sólo me he ocupado de
Cuba. En 1958 estaba convencido de que Castro y sus partidarios tenían
grandes posibilidades de conseguir la victoria y que su gobierno sería
mucho mejor que el de Batista.
Apoyamos a Batista durante años, incluso durante la guerra
insurreccional pues éramos conscientes de que Castro haría una verdadera
revolución no sólo en Cuba, sino también en el resto del continente.
Había declarado que transformaría los Andes en la Sierra Maestra –macizo
montañoso donde se desarrolló la guerrilla del M 26-7– de América
Latina. Por supuesto, ello significaba que se opondría a la política de
Estados Unidos y reduciría nuestra influencia en el continente,
favoreciendo la llegada al poder de gobiernos que se emanciparían de
nuestra influencia. Por consiguiente, desde el inicio, nuestra actitud
hacia Castro fue hostil.
SL: ¿En qué momento tomó Estados Unidos la decisión de derrocar al gobierno de Fidel Castro?
WSS: En marzo de 1960, durante la explosión del barco francés Le
Coubre, cargado de armas belgas, en el puerto de La Habana, Castro nos
acusó afirmando que fue obra de la CIA. Probablemente era cierto. A
decir verdad no lo sé. Todo el mundo piensa que fuimos nosotros.
Podríamos negarlo mil veces y no cambiaría nada, pues nadie nos creería.
Después de ello, durante una reunión en la Casa Blanca con la CIA y
el Departamento de Estado, llegamos a la conclusión de que no era
posible llegar a un acuerdo con Cuba, particularmente por el discurso
sumamente hostil de Castro y el apoyo popular del cual disponía. El
Presidente Eisenhower tomó entonces la decisión de derrocar a Castro. A
partir de ahí empezaron las acciones destinadas a acabar con él.
SL: Pero ya había actos terroristas contra Cuba desde finales de 1959. Aviones procedentes de la Florida ya bombardeaban Cuba.
WSS: Sí, pero no se trataba de nuestros aviones. Los exilados
organizaban esas operaciones. ¿Los apoyaba la CIA? Probablemente. Pero
no se trataba de una acción oficial del gobierno de Estados Unidos. En
cambio, a partir de marzo de 1960, las acciones que se llevaron contra
Cuba formaban parte de un programa oficial destinado a derrocar el poder
en La Habana.
SL: No obstante, al triunfo de la Revolución en enero de 1959, todavía no había relaciones con la Unión Soviética.
WSS: Hasta la ruptura de las relaciones en enero de 1961, no había
vínculos sólidos entre Castro y la Unión Soviética. Por cierto hubo la
visita del diplomático Anastasio Mikoyan a Cuba en 1969, pero no había
entonces una relación especial entre Moscú y La Habana.
Diría incluso que el acercamiento se hizo definitivamente la víspera
de la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961. Castro estaba al
tanto de todos los preparativos y sabía a ciencia cierta que sólo era
una cuestión de tiempo. No obstante, no pensaba que sólo mandaríamos a
unos miles de exilados. Estaba convencido de que varias divisiones de
marines seguirían al primer desembarco, lo que no fue el caso.
Del lado de Miami, algunos agentes de la CIA de segunda categoría
estaban convencidos de que la invasión sería un paseo y que se
derrocaría fácilmente a Castro, como fue el caso en Guatemala en 1954
contra Arbenz. En América Central, el desembarco se hizo por tierra, y
en Cuba se haría por mar, pero el resultado sería el mismo, pensaban. La
CIA estaba convencida de que los cubanos depondrían las armas y no
lucharían. La Agencia incluso pensaba que la población nos recibiría con
los brazos abiertos.
SL: Usted estaba en función en Cuba en aquella época. ¿Lo solicitaron para que expresara su opinión sobre la operación?
WSS: Ni siquiera estábamos al tanto de los preparativos. Yo trabajaba
en la sección política de la embajada y éramos los más preparados para
evaluar la situación interna. Pero nunca nos informaron del menor
proyecto. Nadie sabía nada en la embajada.
SL: ¿Qué habría respondido si le hubieran preguntado su punto de vista sobre la operación?
WSS: Habría explicado claramente que sería un fracaso. Un desembarco
de unos miles de hombres en Bahía de Cochinos no tenía absolutamente la
menor posibilidad de éxito, sobre todo en aquella zona.
SL: ¿Por qué?
WSS: El gobierno de Castro gozaba de un apoyo popular enorme en Cuba,
y aún más en aquella región. Aquella zona había sufrido bastante del
subdesarrollo y Castro había viajado allí con varios proyectos para
permitir que esa población se beneficiara de más prosperidad. Para ella,
el nuevo poder era lo mejor que le había sucedido a Cuba, pues estaba
saliendo poco a poco de su miseria. Castro era muy popular en la región
de Bahía de Cochinos, así como en el resto del país. No había
absolutamente ninguna posibilidad de desatar una sublevación popular
contra el poder en aquella zona. Pensar lo contrario era totalmente
absurdo. Acababan de librarse de Batista que era el símbolo de la
explotación. No iban acoger con los brazos abiertos a quienes pretendían
restaurar el antiguo régimen.
Entonces, fue la víspera del desembarco, el 16 de abril de 1961, tras
los bombardeos de los distintos aeropuertos cubanos en previsión de la
invasión, cuando Castro anunció que Cuba era una nación socialista y dio
así un paso hacia la Unión Soviética. Su cálculo era el siguiente: dado
que la invasión era inminente, iba a necesitar el apoyo de otra
superpotencia, la única capaz de hacernos frente.
SL: Entonces la alianza con la Unión Soviética fue una
consecuencia directa de la política agresiva de Estados Unidos, ya que
durante los primeros dos años de la Revolución Cuba mantuvo una posición
de neutralidad en el conflicto que oponía a las dos grandes potencias.
WSS: Fue exactamente eso. Cuba se acercó a la Unión Soviética en gran
parte a causa de nosotros, a causa de la política de Estados Unidos.
Castro estaba convencido –con razón– de que utilizaríamos todos los
recursos necesarios para derrocarlo.
SL: ¿Acaso no habría sido más juicioso por parte de Estados
dar prueba de más diplomacia y enfocar más las relaciones con el nuevo
gobierno revolucionario en el diálogo?
WSS: En efecto, podríamos haber intentado establecer una
relación positiva con el nuevo poder, pero las fuerzas que había en el
Departamento de Estado y en el Pentágono no estaban de acuerdo. Desde el
inicio, Washington expresó su escepticismo, si puedo decirlo así, hacia
Castro. Pienso que subestimamos a Fidel Castro, quien tenía un apoyo
extraordinario de toda la población.
Decidimos entonces romper las relaciones con Cuba y fui
el último diplomático de Estados Unidos en abandonar el país. Sólo
regresé allí dieciséis años después, en 1977.
SL: Tras la elección de James Carter, en 1977, hubo un acercamiento entre Cuba y Estados Unidos. ¿Podría contarnos este proceso?
WSS: Cuando llegó al poder, Jimmy Carter expresó su voluntad de tener
relaciones con Cuba. ¡Era extraordinario! ¡Acababa de tomar posesión en
enero de 1977 y ya estaba hablando de establecer un diálogo con Cuba!
Recuerdo haberle dicho a mi esposa Roxy que me iba a perder el tren de
la historia pues me encontraba en aquella época en Buenos Aires, como
responsable de la sección política de la embajada de Estados Unidos.
Pero, afortunadamente, recibí inmediatamente un cable que me invitaba a
regresar urgentemente a Washington para participar en los primeros
intercambios con los cubanos, que tuvieron lugar en Nueva York. Los
primeros encuentros se celebraron en el modesto hotel Roosevelt, y
prosiguieron en el lujoso hotel Plaza. Nuestras relaciones iban
mejorando día a día [risas].
SL: ¿Cuáles eran los temas debatidos?
WSS: Al inicio, hablamos de algunos temas secundarios. Luego
decidimos ir más lejos y establecer secciones de intereses en La Habana y
en Washington que nos permitirían tener una representación diplomática
en el país. Teníamos muchos desacuerdos, pero cómo podíamos
solucionarlos si no teníamos la posibilidad de hablar de ello, de ahí la
importancia de tener diplomáticos en ambas capitales. Nos representaba
Suiza en Cuba, Checoslovaquia a Cuba en Washington, pero había temas que
no deseábamos abordar a través de otro gobierno.
Después, los cubanos nos invitaron a La Habana y finalizamos el acuerdo sobre la apertura de secciones en la capital cubana.
SL: El Presidente Carter lo nombró a la cabeza de la Sección
de Intereses Norteamericanos en La Habana (SINA) en 1979, con el rango
de embajador.
WSS: Me nombró al cargo en junio de 1979 y debo decir que la
experiencia fue muy fructífera. Hubo varios avances. Delimitamos las
fronteras marítimas. Aliviamos el embargo pues permitimos que las
filiales estadounidenses ubicadas en el exterior comerciaran con Cuba.
Los diplomáticos cubanos y estadounidenses pudieron viajar por todo el
país, lo que no era el caso antes. Autorizamos de nuevo los vuelos
directos y los exilados pudieron regresar a la isla por primera vez
desde el triunfo de la Revolución.
En una palabra, nos encontrábamos en un proceso de normalización completa de nuestras relaciones.
SL: Lamentablemente, James Carter perdió la elección frente a Ronald Reagan en 1981.
WSS: Reagan nombró secretario de Estado a Hall Haig. Éste había
declarado que quería hacer de Cuba un “aparcamiento”, lo que indicaba
claramente que la política de acercamiento y de diálogo que inició
Carter se acabaría enseguida.
El gobierno mexicano había organizado un encuentro secreto entre Haig
y el vicepresidente cubano de la época Carlos Rafael Rodríguez. El
vicepresidente indicó a Haig que Cuba estaba dispuesta a poner término
al envío de armas a las guerrillas de América Central. Cuba esperaba así
proseguir el diálogo con Estados Unidos.
SL: ¿Cuál fue la respuesta de Haig?
WSS: Haig rechazó la oferta declarando que Washington no estaba
interesado en el diálogo sino en la acción. En realidad Estados Unidos
no deseaba de ninguna manera normalizar las relaciones con Cuba.
Dos meses más tarde, el gobierno de La Habana me informó de que Cuba
había parado todo suministro de armas con destino a América Central. Los
cubanos esperaban así que pudiéramos retomar el diálogo. Transmití la
información al Departamento de Estado y pregunté si disponíamos de
pruebas que contradijeran la declaración de las autoridades cubanas
sobre las armas. Si no era el caso, sugerí que sería bueno retomar el
diálogo pues había muchos temas que resolver. Tuve que mandar varios
cables y tuve que esperar varios meses antes de recibir una respuesta de
Washington.
SL: ¿Cuál fue esa respuesta?
WSS: El Departamento de Estado me informó de que no disponía de
ninguna prueba que contradijera la declaración de los cubanos respecto
al suministro de armas a América Latina. Pero en el mismo correo, se me
informaba de que la Casa Blanca no tenía ningún interés en proseguir el
diálogo con Cuba.
Entonces insistí en la necesidad de mantener un contacto con las
autoridades cubanas explicando que era nuestro interés proseguir las
conversaciones, sin éxito.
Poco tiempo después, el Departamento de Estado publicó una
declaración acusando a Cuba de mantener los suministros de armas con
destino a América Central y que Castro había rechazado nuestras
propuestas de negociación. ¡Era una mentira total y estaba bien
informado para saberlo! Los cubanos estaban dispuestos a debatir
nuestros numerosos desacuerdos y era nuestro interés hacerlo.
A partir de ahí, decidí poner término a mi misión diplomática en La
Habana, pues no podía seguir trabajando en esas condiciones. Y sobre
todo no podía seguir representando al gobierno de Reagan. Pedí entonces
que me relevaran de mi cargo en 1982 y puse término a mi carrera de
diplomático.
SL: Estaba en desacuerdo con la política hostil de la administración Reagan.
WSS: No sólo estaba en desacuerdo sino que sobre todo no
podía soportar las mentiras que emitía el Departamento de Estado. Era
simplemente inaceptable. Los cubanos estaban dispuestos a normalizar las
relaciones con Estados Unidos pero siempre hemos rechazado el diálogo.
No sólo nos negamos a dialogar sino que además mentimos al respecto,
acusándolos de oponerse a un acercamiento bilateral entre ambas
naciones.
SL: ¿Qué hizo después?
WSS: Justo después de abandonar el servicio de relaciones
exteriores, hice el juramento –que quizás nunca debí hacer– de que
dedicaría el resto de mi tiempo a hacer que nuestros dos países puedan
tener finalmente relaciones normales.
Sigue:
“Nuestra política hacia Cuba, vestigio de la Guerra Fría, es a la vez obsoleta y contraproducente” (2/2)
SL: Actualmente usted es director de Cuba Project del Center
for International Policy basado en Washington. ¿Cuál es el objetivo de
esta institución?
WSS: El objetivo de nuestro proyecto es poner término a
la política que consiste en aislar a Cuba desde hace más de cincuenta
años y acercar a nuestros pueblos unidos por la historia y la geografía.
Deseamos tener relaciones normales con Cuba. Nuestra política hacia la
isla, vestigio de la Guerra Fría, es a la vez obsoleta y
contraproducente. La cooperación en todos los campos sería beneficiosa
para ambos países.
SL: ¿Por qué Estados Unidos se niega a normalizar las relaciones con Cuba?
WSS: Han pasado los años y todavía estamos en la misma
situación absurda. Siempre me pregunto cuáles son las razones que nos
impiden sentarnos a la mesa de negociaciones y hablar de nuestros
diferendos para encontrar una solución a este conflicto que dura
demasiado. Conversamos con los chinos y tenemos relaciones diplomáticas y
comerciales perfectamente normales con ese país. Incluso hemos
normalizado nuestras relaciones con Vietnam, contra quien libramos una
guerra sangrienta, ¡donde perdimos más de 50.000 soldados!
Hoy el mundo es diferente. La Unión Soviética desapareció
y se acabó la Guerra Fría. Castro declaró hace mucho tiempo que Cuba ya
no apoyaría a los movimientos revolucionarios en América Latina. Cuba
también expresó varias veces su disposición a sentarse a la mesa de las
negociaciones. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Cuba
ofreció inmediatamente su espacio aéreo y sus aeropuertos para los
aviones estadounidenses y expresó su apoyo a Estados Unidos. Cuba había
denunciado el terrorismo e hizo partícipe de su voluntad de colaborar
plenamente con nosotros en este tema. Cuba firmó las doce resoluciones
antiterroristas de las Naciones Unidas.
SL: ¿Cuál fue la respuesta del Presidente George W. Bush?
WSS: En vez de aceptar la mano tendida, Bush puso término
a todas las conversaciones con Cuba que se habían establecido bajo la
administración Clinton, declarando públicamente que en adelante el
objetivo de la política exterior de Estados Unidos sería derrocar al
régimen cubano. Durante los ocho años siguientes, la política de
Washington tuvo como objetivo derrocar al gobierno cubano. Una política
absurda e ineficaz.
SL: ¿Acaso han cambiado las cosas bajo la administración Obama?
WSS: Se levantaron algunas restricciones relativas a los
viajes y a las remesas. Ahora los cubanos pueden viajar a su país de
origen cuantas veces quieran, mientras que bajo la administración Bush
se limitaba a 14 días cada tres años. También es más fácil ahora
organizar intercambios académicos y culturales entre los dos país.
En los años 60, Cuba fue excluida de la Organización de
Estados Americanos y todos los países de América Latina –menos México–
rompieron las relaciones con La Habana. Ahora es exactamente lo
contrario. Somos el único país de América que no tiene relaciones
diplomáticas y comerciales con Cuba. Ahora los aislados somos nosotros y
no Cuba. Como señaló el Presidente Lula de Brasil al Presidente Obama
en una cumbre, si no cambiamos esta política obsoleta hacia Cuba, ello
dañará nuestra credibilidad internacional.
Esta política de hostilidad hacia Cuba va contra los
intereses de Estados Unidos. Esto no tiene ningún sentido y
desgraciadamente no veo a la administración Obama cambiar la situación.
Todos pensábamos que su elección permitiría normalizar las relaciones
con Cuba, pero no ha sido el caso. Por cierto, suprimió algunas
restricciones pero no tomó ninguna medida fundamental que permita la
normalización de las relaciones con Cuba. Es muy difícil de comprender.
SL: Estados Unidos explica que no puede
normalizar las relaciones con Cuba por la situación de los derechos
humanos. Washington no puede levantar las sanciones contra un país que
viola los derechos fundamentales.
WSS: La cuestión de los derechos humanos es un argumento
que no resiste el análisis. Estados Unidos tiene relaciones con China,
Vietnam, Colombia y toda una serie de países que presentan una situación
de los derechos humanos mucho peor que la de Cuba.
Por otra parte, si deseáramos mejorar la situación de los
derechos humanos, seríamos mucho más eficaces estableciendo relaciones
con Cuba.
SL: Cuba dispone de un partido único que va en contra de los principios democráticos, según Washington.
WSS: China y Vietnam disponen también de un partido único
y eso no constituye ningún problema para nosotros. ¿Por qué sería
diferente con Cuba?
SL: Según Estados Unidos, la represión de la oposición en Cuba impide toda normalización de las relaciones.
WSS: Soy bastante escéptico. Tomemos el caso de las Damas
de Blanco. Se manifiestan libremente en Cuba y publican declaraciones.
Yoani Sánchez se comunica con el mundo entero. Las autoridades cubanas
no la han encarcelado. Recibo regularmente correos electrónicos del
opositor Elizardo Sánchez.
Por supuesto me gustaría que hubiera más libertad
política en Cuba, pero la mayoría de los disidentes actúan libremente en
la isla, mientras que no es el caso en numerosos países con los cuales
tenemos relaciones diplomáticas y comerciales plenas y completas. Ya no
hay ningún preso político en Cuba según Amnistía Internacional.
SL: Washington también acusa a Cuba de tráfico de seres humanos.
WSS: En efecto, el Departamento de Estado acusa a Cuba de
tráfico de seres humanos y, obviamente, La Habana rechaza
categóricamente la acusación afirmando que dispone de los estándares y
mecanismos más avanzados de la región para luchar contra esta plaga.
¿De qué prueba dispone Washington para sustentar su
acusación? La respuesta es sencilla: ninguna. Nos limitamos a acusar a
Cuba de no publicar las medidas que toma para luchar contra este
fenómeno. El hecho de que Cuba no comunique al respecto no significa que
el país se haya convertido en el centro del tráfico de seres humanos.
El informe que publica el Departamento de Estado no proporciona ni un
solo ejemplo de implicación cubana en este tipo de crimen. Afirma
incluso que el código penal cubano sanciona severamente el tráfico de
seres humanos. El informe argumenta que la prostitución no es un delito
en Cuba. Pero se tolera también en muchos países del mundo, incluso en
Estados Unidos.
En una palabra, los informes anuales del Departamento de
Estado al respecto no aportan ni una sola prueba que sustente esas
acusaciones. Lo que resulta más grave es que esos falsos informes
deliberadamente engañosos arrojan una sombra sobre la credibilidad de
todo el programa de lucha contra el tráfico de seres humanos.
SL: Desde 1982, Estados Unidos mantiene a Cuba en
la lista de los países que patrocinan el terrorismo internacional, lo
que constituye un obstáculo a la normalización de las relaciones entre
ambos países. ¿Qué criterios motivaron la decisión de incluir la isla?
WSS: En marzo de 1982, decidimos incluir a Cuba en la
lista de los países que patrocinaban el terrorismo por su apoyo a la
guerrilla en El Salvador. El problema es que nosotros hacíamos
exactamente lo mismo ya que apoyábamos a los contras en Nicaragua, con
el fin de derrocar al gobierno sandinista. Por otra parte, en diciembre
de 1981, el gobierno cubano me había informado personalmente de que
había cesado todo envío de armas con destino a América Central. Mientras
Cuba buscaba mejorar las relaciones con Estados Unidos, nuestra
respuesta fue ubicarla en la lista de los países que patrocinaban el
terrorismo.
Cuba no debería formar parte de esta lista y le voy a
explicar las razones. Hace más de 30 años que colocamos a Cuba en esta
lista bajo pretextos falaces que no resisten un solo instante el
análisis. Cuba siempre condenó el terrorismo y firmó –repito– las doce
resoluciones antiterroristas de las Naciones Unidas. Cuba incluso
propuso firmar un acuerdo con Estados Unidos al respecto, oferta que
siempre hemos rechazado.
SL: Washington reprocha a Cuba albergar a miembros de las FARC y de otras guerrillas colombianas.
WSS: El Departamento de Estado acusa a Cuba de albergar a
miembros de la organización separatista vasca ETA y de las FARC
colombianas. Conviene subrayar que estos miembros se encuentran en Cuba
con el total acuerdo del gobierno español. Por su parte el gobierno
colombiano, lejos de acusar a Cuba de albergar a guerrilleros, saludó
varias veces la contribución de La Habana en el proceso de paz.
SL: Estados Unidos denuncia el hecho de que Cuba albergue a fugitivos estadounidenses.
WSS: Es verdad que ciudadanos estadounidenses condenados
por nuestra justicia se han refugiado en Cuba. Pero ello no basta para
ubicar a un país en la lista de Estados que patrocinan el terrorismo,
incluso según nuestra propia legislación. Cuba se niega a extraditarlos,
pero también nos hemos negado a extraditar a Cuba a reconocidos
terroristas, responsables de numerosos asesinatos, que se encuentran en
nuestro territorio. Desde 1959 no hemos extraditado a ninguno de ellos.
El Departamento de Estado ha buscado todos los pretextos
para mantener a Cuba en esta lista. Por ejemplo, en 2002, Washington
acusó a La Habana albergar a terroristas chilenos, lo que el propio
gobierno de Chile desmintió. Luego acusamos a Cuba de estar en contra de
la guerra en Irak, olvidándonos de que nuestros aliados más cercanos
también habían expresado su desacuerdo.
También acusamos a Cuba de desarrollar armas biológicas.
El propio presidente Jimmy Carter, durante su visita a Cuba en 2002,
quien tuvo un acceso total a los centros de investigación apuntados por
el Departamento de Estado, desmintió esas informaciones.
SL: Tras el 11 de septiembre de 2001, Bush declaró que a
todo país que albergara a un terrorista se le consideraría terrorista.
Al mismo tiempo Luis Posada Carriles, un exilado cubano y antiguo agente
de la CIA responsable de más de un centenar de asesinatos, se encuentra
en Miami y jamás ha sido juzgado por sus crímenes. Hizo estallar un
avión civil cubano en pleno vuelo en 1976, lo que costó la vida a 73
personas entre las cuales se encontraba todo el equipo juvenil de
esgrima. Es el autor intelectual de la ola de atentados sangrientos que
golpearon la industria turística cubana en 1997 y 1998. Reivindicó
abiertamente esos actos terroristas en una entrevista en el New York
Times el 12 de julio de 1998. ¿Cómo explica esta contradicción entre la
retórica gubernamental y la realidad de los hechos?
WSS: Si seguimos la lógica de Bush, entonces somos un
Estado terrorista. No se trata sólo de Luis Posada Carriles. Hay todo un
grupo de notorios terroristas de origen cubano que se encuentran en
libertad en Estados Unido.
Washington debería arrestar a Posada Carriles y juzgarlo
por sus actos terroristas. Deberían meterlo en prisión. Es del interés
del pueblo estadounidense.
SL: ¿Por qué se niega Estados Unidos a juzgarlo?
WSS: Nos negamos a juzgarlo a causa de la influencia de
la comunidad de exilados cubanos. Por otra parte, dado que fue agente de
la CIA, podría hacer declaraciones comprometedoras para todo el aparato
gubernamental. Conviene recordar que muchos terroristas cubanos
exilados empezaron trabajando en la CIA realizando atentados en Cuba.
Una vez que la CIA cerró su base en Miami y cambió de táctica,
personajes como Posada Carriles u Orlando Bosch actuaron por su propia
cuenta.
Las pruebas contra Posada son abrumadoras. Documentos
desclasificados del FBI y de la CIA muestran que Posada y Bosch
estuvieron implicados en el atentado de 1976 que costó la vida a 73
personas, así como en el asesinato de Orlando Letelier, antiguo ministro
chileno del gobierno de Salvador Allende, ejecutado en pleno Washington
también en 1976, con su asistente Ronnie Moffitt, ciudadana
estadounidense. Disponemos también de las grabaciones en las cuales
Posada Carriles reconoce ser el autor de los atentados de La Habana de
1997, incluso el del hotel Copacabana que costó la vida al hombre de
negocios italiano Fabio di Celmo.
Nuestra justicia no sancionó ninguno de esos actos
terroristas, incluso los que cometió en Estados Unidos contra una
ciudadana estadounidense. Al contrario, toleramos eso. Orlando Bosch
incluso consiguió el indulto presidencial del presidente George H. W.
Bush.
Cuando Posada Carriles fue juzgado en El Paso, Texas, por
un problema migratorio –no por sus actos de terrorismo– pues había
entrado en el territorio nacional de modo ilegal, todo ello apareció en
el juicio. La jueza Kathleen Cardone, quien debía su puesto al
presidente Bush, decidió absolverlo de todos los cargos.
SL: El caso de los cinco presos políticos cubanos
encarcelados en Estados Unidos desde 1998, por infiltrarse en
grupúsculos violentos del exilio cubano implicados en actos terroristas
contra Cuba, constituye actualmente el principal obstáculo a la
normalización de las relaciones entre ambas naciones.
¿Cuál es su punto
de vista sobre este asunto?
WSS: En los años 90, tras el desmoronamiento de la Unión
Soviética y el fin de la Guerra Fría, un sector del exilio cubano,
deseoso de acabar con el gobierno de La Habana, volvió a recurrir a la
violencia terrorista. Cuba dependía entonces del turismo para
sobrevivir. Grupúsculos extremistas hicieron estallar decenas de bombas
en hoteles en Cuba, ocasionando una caída espectacular del flujo
turístico. Decenas de personas resultaron heridas y como dijimos un
italiano, Fabio di Celmo, murió tras la explosión de una bomba en el
hotel Copacabana.
Ante la falta de reacción del gobierno de Estados Unidos,
que dejaba una completa libertad a estos individuos, Cuba infiltró a
sus propios agentes en esos grupúsculos. Tras recolectar suficiente
información sobre su actuación, los agentes cubanos transmitieron a La
Habana un informe sobre cerca de cincuenta personas implicadas en
atentados terroristas contra Cuba.
SL: ¿Se transmitió esa información a las autoridades estadounidenses?
WSS: Mejor que eso. En julio de 1998, el gobierno cubano
invitó a varios altos responsables del FBI en La Habana y les transmitió
toda la información que recolectaron los agentes, que demostraba que
varias organizaciones del exilio cubano estaba planificando actividades
terroristas y en algunos casos eran responsables de atentados.
Los cubanos pensaban que con proporcionar esas pruebas al
FBI, el gobierno de Estados Unidos tomaría las medidas necesarias para
neutralizar a esos individuos.
SL: ¿Cómo reaccionó Estados Unidos?
WSS: En vez de eso, el FBI realizó una investigación para
descubrir cómo había conseguido Cuba esa información y procedió al
arresto de cinco agentes de la seguridad del Estado infiltrados en la
Florida. Es verdaderamente lamentable ya que ello arroja una sombra
sobre la credibilidad de nuestra política contra el terrorismo.
SL: ¿No violaron los cinco cubanos la ley estadounidense?
WSS: Sólo eran culpables de una cosa: eran agentes de una
potencia extranjera no declarados ante las autoridades estadounidenses.
También eran culpables de delitos menores, como posesión de documentos
falsos. En ningún caso estaban involucrados en actividades ilegales.
No obstante fueron juzgados y condenados a penas de
prisión muy severas, es decir, en total, a cuatro cadenas perpetuas
dobladas de 77 años, aunque se redujeran las penas en el proceso de
apelación. Gerardo Hernández fue condenado a dos cadenas perpetuas más
15 años, Ramón Labañinó a 30 años, Antonio Guerrero a 21 años y 10
meses, Fernando González a 17 años y 9 meses y René González a 15 años.
Todo ello por intentar impedir la realización de actos terroristas
contra su país. Este juicio es una vergüenza terrible para la justicia
de Estados Unidos.
SL: Se han agotado casi todos los recursos legales.
¿Piensa que la solución de este caso pasará por un acuerdo político
entre La Habana y Washington?
WSS: Muchos de nosotros pensamos que el Presidente Barack
Obama autorizaría a la Corte Suprema el estudio del caso. Si el proceso
hubiera seguido un curso normal, sin injerencia política, la Corte
Suprema habría el caso. En vez de ello, el Presidente Obama pidió
explícitamente a la Corte Suprema que no revisara el juicio.
SL: ¿Por qué tomó el Presidente Obama semejante decisión?
WSS: Parece que lo presionó la derecha cubanoamericana
intransigente que rechaza toda idea de normalización de las relaciones
con La Habana. Resulta curioso que le conceda tanto crédito, cuando los
sondeos ilustran que su influencia en la comunidad cubana de la Florida
es cada vez menos evidente. Cerca del 70% de la opinión pública de
Estados Unidos piensa que Washington debería tener relaciones normales
con Cuba. Por otra parte, ganó las elecciones en la Florida sin el apoyo
de la derecha cubanoamericana.
Debemos liberar a los cinco inmediatamente pero temo que queda mucho camino por recorrer.
SL: Evoquemos el caso del ciudadano estadounidense Alan
Gross, encarcelado en la isla desde 2009 y condenado a quince años de
prisión por colaborar en un programa de la Agencia Internacional para el
Desarrollo de Estados Unidos (USAID), cuyo objetivo es conseguir “un
cambio de régimen en Cuba”. Había proporcionado a los disidentes equipos
de telecomunicación. ¿Qué debe hacer el gobierno cubano, a su parecer?
WSS: Gross es culpable de los actos de los que se le
acusa y violó la ley cubana. Pero creo que debería ser liberado por
razones humanitarias. Pienso incluso que los cubanos estarían dispuestos
a hacerlo si consiguieran la seguridad de que haríamos lo mismo con los
cinco.
SL: ¿Qué piensa de las sanciones económicas contra Cuba, en vigor desde 1960?
WSS: La Guerra Fría se acabó en 1991. Deberíamos haber
normalizado nuestras relaciones desde entonces. ¿Qué hemos hecho?
Exactamente lo contrario. Adoptamos la Ley Torricelli en 1992, la Ley
Helms-Burton en 1996 y los dos planes de Bush en 2004 y 2006 que agravan
las sanciones contra Cuba. Hemos hecho exactamente lo contrario de lo
que habíamos afirmado cuando impusimos las sanciones. Todavía nos
encontramos en ese punto. No tengo una explicación lógica. Tengo la
impresión de que Cuba tiene el mismo efecto sobre Estados Unidos que la
luna llena sobre los lobos. Somos incapaces de actuar racionalmente en
nuestra política hacia Cuba.
SL: ¿Cómo analiza las reformas económicas iniciadas por Raúl Castro?
WSS: Creo que es el camino correcto. De todos modos, eso
tenía que cambiar un día u otro. Debo decir que soy bastante optimista
pues Raúl Castro y sus hombres procedentes del ejército son buenos
hombres de negocios y lo han demostrado en el sector turístico. Hicieron
un excelente trabajo en este campo.
SL: ¿Qué imagen tienen los ciudadanos estadounidenses de Cuba?
WSS: El pueblo estadounidense tiene una imagen falsa y
sesgada de Cuba pero, por otro lado, es favorable a la normalización de
las relaciones. Todos los estadounidenses sueñan con descubrir Cuba, que
dispone de una población educada y de un excelente sistema de salud. A
guisa de comparación, mire sencillamente el número de ciudadanos
estadounidenses que no tiene acceso a un seguro médico.
Por Salim Lamrani, Dr., Profesor universitario, investigador, escritor, especialista en relaciones Cuba-EE.UU.
Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación
Tomado de http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article55931
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