La prestigiosa revista estadounidense
Foreign Policy revela los métodos non sanctos empleados por Israel desde
la década del ’60 para desarrollar –con colaboración argentina– un
programa nuclear que ha dotado al Estado hebreo de un arsenal que cuenta
con unas 270 a 400 ojivas atómicas.
Coincidiendo con el avance de las
conversaciones en Ginebra sobre el uso pacífico de la energía nuclear
iraní, la prestigiosa revista estadounidense Foreign Policy revela los
métodos non sanctos empleados por Israel desde la década del ’60 para
desarrollar –con colaboración argentina– un programa nuclear que ha
dotado al Estado hebreo de un arsenal que cuenta con unas 270 a 400
ojivas atómicas.
El artículo de Foreign Policy revela que en 1964 Israel compró en Argentina entre 80 y 100 toneladas de “torta amarilla”: polvo de uranio, necesario para fabricar una bomba nuclear. El hecho fue mantenido en secreto por Estados Unidos.
"El programa nuclear de Israel presenta una especie de paradoja para los historiadores. Si bien puede ser el secreto peor guardado del mundo, es también el programa nuclear más opaco del mundo", dicen los investigadores William Burr y Avner Cohen en su artículo publicado en Foreign Policy.
Al analizar decenas de documentos recientemente desclasificados por EE.UU., Burr y Cohen hicieron un descubrimiento que resuelve el enigma de cómo Israel logró obtener materias primas necesarias para convertir su programa nuclear a militar.
Miradas al Sur revisó los 42 documentos desclasificados de la inteligencia norteamericana y británica, que publicó el Archivo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. La colección de documentos secretos abarca varias etapas del desarrollo del oscuro proyecto nuclear de Israel, empezando con la ayuda francesa en la construcción del reactor de Dimona, conocido formalmente como el Centro de Investigación Nuclear del Neguev.
Aunque inicialmente Francia se había comprometido a suministrar a Israel el combustible nuclear, un nuevo gabinete encabezado por Charles de Gaulle marcó un cambio en la política exterior francesa y en 1963, cuando la construcción del reactor ya estaba casi terminada, impuso severas restricciones a la oferta de uranio para Dimona.
Según Foreign Policy, Israel trató de producir su propio uranio a partir de fosfatos, pero los altos costos involucrados convencieron a los funcionarios israelíes de que deberían buscar una fuente extranjera.
Burr y Cohen afirman que en 1964 la agencia de inteligencia canadiense descubrió que el gobierno argentino, presidido por Arturo Illia, estaba preparando un envío a Israel de entre 80 y 100 toneladas de óxido de uranio, un polvo concentrado de uranio necesario para fabricar una bomba nuclear.
Canadá compartió estos datos con el Reino Unido, que se los pasó a la CIA. Escépticos al principio, los estadounidenses interrogaron a algunos diplomáticos de las embajadas de EE.UU. en Argentina e Israel que les confirmaron la información.
Según resumen Burr y Cohen, "la historia de la compra de la ‘torta amarilla’ y su uso para fines militares recuerda al mundo la falta de restricciones internacionales para la venta del óxido de uranio".
El artículo está basado en documentos de los Archivos Nacionales de los Estados Unidos, los cuales fueron recientemente descubiertos por los investigadores Avner Cohen y William Bar, quienes son especialistas en la cuestión.
Según los documentos, las informaciones sobre la venta argentina de entre 80 y 100 toneladas de "torta amarilla" o uranio natural llegaron de fuentes de la inteligencia de Canadá, quienes compartieron la información como parte de su cooperación con los servicios de inteligencia británicos y la CIA.
Según informes extranjeros en el pasado, la mayor parte de uranio del reactor nuclear de Dimona fue adquirido inicialmente de Francia, hasta que éste dejó de suministrarle a Israel.
El 25 de mayo de 1961, agrega la nota, el premier israelí, David Ben Gurión, mantuvo un encuentro con su homólogo canadiense, John Diefenbaker, cuyo tema principal fue el reactor de Dimona, y la parte israelí reiteró el aspecto pacífico de ese reactor.
En marzo de 1964, el analista de inteligencia canadiense Jacob Koop preparó un extenso informe secreto acerca del programa nuclear israelí, afirmando que éste tenía todas las "condiciones previas para el inicio de un proyecto de desarrollo de armas nucleares”.
La CIA fue inicialmente escéptica, pero en junio de 1964, el Departamento de Estado y la CIA decidieron que la historia debía ser verificada y envió la consulta –que se reproduce a continuación– a sus embajadas en Argentina e Israel. En septiembre, la embajada de EE.UU. en Buenos Aires confirmó de fuentes locales que durante 1963 Israel había arreglado para comprar 80 toneladas de “torta amarilla” de Argentina.
En el otoño de 1964, poco después de que se confirmó la venta de la “torta amarilla”, los diplomáticos estadounidenses trataron el asunto en conversaciones con funcionarios argentinos. El Departamento de Estado quería que se le permitiera a la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) supervisar las ventas futuras a través de informes e inspecciones. El almirante Oscar A. Quihillalt, director del programa de energía atómica de Argentina, dijo que no podía hacer nada para solucionar los temores estadounidenses. La venta a Israel no podía ser revertida o modificada.
Según los cables del Departamento de Estado, en las instalaciones secretas ubicadas en el desierto del Neguev, Israel habría producido plutonio para diseñar armas de destrucción masiva.
Cuando se concretó la transacción, Ben Gurión era primer ministro de Israel y John F. Kennedy ocupaba el Salón Oval de la Casa Blanca. Pese a la estrecha relación entre Israel y los Estados Unidos, el Departamento de Estado temía que un arma nuclear alterara el equilibrio de fuerzas de Medio Oriente y abriera un nuevo frente de conflicto con la Unión Soviética. Sin embargo, Washington nunca sancionó ni divulgó la venta de uranio argentino a Israel.
El almirante Oscar Quihillalt, director de la Comisión Nacional de Energía Atómica entre 1955 y 1973, fue el principal negociador de la venta de uranio, que se concretó libre de salvaguardias. Años más tarde, entre 1974 y 1979, Quihillalt fue contratado por el sha Reza Pahlevi para desarrollar el programa nuclear iraní.
La avidez israelí por la “torta amarilla” no cesó: a mediados de 1968, Israel adquirió 200 toneladas de “torta amarilla” de Bélgica en una compleja operación clandestina conocida como el “asunto Plumbat", que involucró a una empresa italiana bajo gestión del Mossad y la transferencia vía marítima de uranio en un buque de carga europeo que luego transfirió a un carguero israelí.
"La compra de la ‘torta amarilla’ fue un importante secreto nuclear israelí, pero su mayor secreto nuclear fue la existencia de una instalación para transformar el combustible gastado del reactor de Dimona en plutonio apto para armas", reza el artículo.
Según estimaciones confiables, Israel mantiene almacenadas en sus arsenales entre 200 y 400 ojivas nucleares, pero es el único país en Medio Oriente que nunca ha permitido a los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) que revisen sus instalaciones nucleares y siempre ha evitado firmar el Tratado de No Proliferación (TNP).
El artículo de Foreign Policy revela que en 1964 Israel compró en Argentina entre 80 y 100 toneladas de “torta amarilla”: polvo de uranio, necesario para fabricar una bomba nuclear. El hecho fue mantenido en secreto por Estados Unidos.
"El programa nuclear de Israel presenta una especie de paradoja para los historiadores. Si bien puede ser el secreto peor guardado del mundo, es también el programa nuclear más opaco del mundo", dicen los investigadores William Burr y Avner Cohen en su artículo publicado en Foreign Policy.
Al analizar decenas de documentos recientemente desclasificados por EE.UU., Burr y Cohen hicieron un descubrimiento que resuelve el enigma de cómo Israel logró obtener materias primas necesarias para convertir su programa nuclear a militar.
Miradas al Sur revisó los 42 documentos desclasificados de la inteligencia norteamericana y británica, que publicó el Archivo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. La colección de documentos secretos abarca varias etapas del desarrollo del oscuro proyecto nuclear de Israel, empezando con la ayuda francesa en la construcción del reactor de Dimona, conocido formalmente como el Centro de Investigación Nuclear del Neguev.
Aunque inicialmente Francia se había comprometido a suministrar a Israel el combustible nuclear, un nuevo gabinete encabezado por Charles de Gaulle marcó un cambio en la política exterior francesa y en 1963, cuando la construcción del reactor ya estaba casi terminada, impuso severas restricciones a la oferta de uranio para Dimona.
Según Foreign Policy, Israel trató de producir su propio uranio a partir de fosfatos, pero los altos costos involucrados convencieron a los funcionarios israelíes de que deberían buscar una fuente extranjera.
Burr y Cohen afirman que en 1964 la agencia de inteligencia canadiense descubrió que el gobierno argentino, presidido por Arturo Illia, estaba preparando un envío a Israel de entre 80 y 100 toneladas de óxido de uranio, un polvo concentrado de uranio necesario para fabricar una bomba nuclear.
Canadá compartió estos datos con el Reino Unido, que se los pasó a la CIA. Escépticos al principio, los estadounidenses interrogaron a algunos diplomáticos de las embajadas de EE.UU. en Argentina e Israel que les confirmaron la información.
Según resumen Burr y Cohen, "la historia de la compra de la ‘torta amarilla’ y su uso para fines militares recuerda al mundo la falta de restricciones internacionales para la venta del óxido de uranio".
El artículo está basado en documentos de los Archivos Nacionales de los Estados Unidos, los cuales fueron recientemente descubiertos por los investigadores Avner Cohen y William Bar, quienes son especialistas en la cuestión.
Según los documentos, las informaciones sobre la venta argentina de entre 80 y 100 toneladas de "torta amarilla" o uranio natural llegaron de fuentes de la inteligencia de Canadá, quienes compartieron la información como parte de su cooperación con los servicios de inteligencia británicos y la CIA.
Según informes extranjeros en el pasado, la mayor parte de uranio del reactor nuclear de Dimona fue adquirido inicialmente de Francia, hasta que éste dejó de suministrarle a Israel.
El 25 de mayo de 1961, agrega la nota, el premier israelí, David Ben Gurión, mantuvo un encuentro con su homólogo canadiense, John Diefenbaker, cuyo tema principal fue el reactor de Dimona, y la parte israelí reiteró el aspecto pacífico de ese reactor.
En marzo de 1964, el analista de inteligencia canadiense Jacob Koop preparó un extenso informe secreto acerca del programa nuclear israelí, afirmando que éste tenía todas las "condiciones previas para el inicio de un proyecto de desarrollo de armas nucleares”.
La CIA fue inicialmente escéptica, pero en junio de 1964, el Departamento de Estado y la CIA decidieron que la historia debía ser verificada y envió la consulta –que se reproduce a continuación– a sus embajadas en Argentina e Israel. En septiembre, la embajada de EE.UU. en Buenos Aires confirmó de fuentes locales que durante 1963 Israel había arreglado para comprar 80 toneladas de “torta amarilla” de Argentina.
En el otoño de 1964, poco después de que se confirmó la venta de la “torta amarilla”, los diplomáticos estadounidenses trataron el asunto en conversaciones con funcionarios argentinos. El Departamento de Estado quería que se le permitiera a la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) supervisar las ventas futuras a través de informes e inspecciones. El almirante Oscar A. Quihillalt, director del programa de energía atómica de Argentina, dijo que no podía hacer nada para solucionar los temores estadounidenses. La venta a Israel no podía ser revertida o modificada.
Según los cables del Departamento de Estado, en las instalaciones secretas ubicadas en el desierto del Neguev, Israel habría producido plutonio para diseñar armas de destrucción masiva.
Cuando se concretó la transacción, Ben Gurión era primer ministro de Israel y John F. Kennedy ocupaba el Salón Oval de la Casa Blanca. Pese a la estrecha relación entre Israel y los Estados Unidos, el Departamento de Estado temía que un arma nuclear alterara el equilibrio de fuerzas de Medio Oriente y abriera un nuevo frente de conflicto con la Unión Soviética. Sin embargo, Washington nunca sancionó ni divulgó la venta de uranio argentino a Israel.
El almirante Oscar Quihillalt, director de la Comisión Nacional de Energía Atómica entre 1955 y 1973, fue el principal negociador de la venta de uranio, que se concretó libre de salvaguardias. Años más tarde, entre 1974 y 1979, Quihillalt fue contratado por el sha Reza Pahlevi para desarrollar el programa nuclear iraní.
La avidez israelí por la “torta amarilla” no cesó: a mediados de 1968, Israel adquirió 200 toneladas de “torta amarilla” de Bélgica en una compleja operación clandestina conocida como el “asunto Plumbat", que involucró a una empresa italiana bajo gestión del Mossad y la transferencia vía marítima de uranio en un buque de carga europeo que luego transfirió a un carguero israelí.
"La compra de la ‘torta amarilla’ fue un importante secreto nuclear israelí, pero su mayor secreto nuclear fue la existencia de una instalación para transformar el combustible gastado del reactor de Dimona en plutonio apto para armas", reza el artículo.
Según estimaciones confiables, Israel mantiene almacenadas en sus arsenales entre 200 y 400 ojivas nucleares, pero es el único país en Medio Oriente que nunca ha permitido a los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) que revisen sus instalaciones nucleares y siempre ha evitado firmar el Tratado de No Proliferación (TNP).
Fuente: Infonews
Tomado de http://www.lavoz901.com.ar
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