La primera vez que fui a Maffo
tuve que recorrer varios kilómetros por el camino real de la isla,
tenía 10 años y me aterraba pasar frente al cementerio, pues según las
fabulaciones que había escuchado contar a Abuelo, era un lugar donde
ocurrían cosas increíbles, desde apariciones fantasmagóricas, hasta
luces memorables.
Pasé corriendo, evité mirar hacia
dentro. Llegué y lo primero que atrajo mi atención fue su parque, un
lugar encantado, con una mágica estrella donde pueden leerse motivos
fundacionales asociados al devenir de un pueblo que ya tiene casi dos
siglos de vida.
Luego fui al Caney y probé helados
magníficos. Al levantar mi vista, una vieja tienda se erguía ante el
parque; muchos caballos estaban atados a los postes del corredor, eran
gente de Las Lajitas, Ceiba, Paso Seco, de paso en el pueblo.
No pude evitar el Liceo –actual casa
de cultura- donde mi madre, adolescente aún, bailaba ritmos que ya hoy
no se escuchan; creía verla en aquellos salones girando de un lado a
otro, bebiendo coñac, abanicándose ante el espeso calor, y degustando
dulces surgidos tras ventorrillos, donde los pregoneros invitaban con
palabras melodiosas.
Narraciones escuchadas en citas familiares me obligaron a visitar el BANFAI.
Allí se erguían imponentes naves de café. En aquel escenario se libró
una de las grandes batallas contra la tiranía de Fulgencio Batista. Mis
ojos se detuvieron ante la huella de los disparos en las paredes, la
tarja que recuerda el nombre de los caídos. A mi mente acudieron
recuerdos, imágenes y no pude evitar asociarlos con mi pueblo natal:
Cruce de Anacahuita, pues el hombre que dirigió a los rebeldes no era
otro que Fidel Castro, el mismo que había visto en fotos de la casa de
una tía, el mismo que durmiera cinco noches con mi familia, el mismo que
comiera nuestra comida, el mismo que quiso saber por qué a un tío mío
le pusieron Fidel; el que hablara a mi gente subido en el muro del
corredor de la vieja casona de Ana –tía también-, el que gustaba de
nuestro café y luego de saborearlo prendía un tabaco sembrado en tierra
familiar, el que dejó mensajes de prosperidad para todos en 1959 y dijo
que la Revolución no olvidaría a nadie.
Hoy regresé a Maffo,
hice el mismo recorrido, sentí las mismas cosas, pero el tiempo ha
pasado; mi vieja está en aquel cementerio que tanto temía y hoy es una
casa que visito con frecuencia. El pueblo es otro, diría que viste sus
mejores galas para celebrar el 30 de diciembre –rendición de las tropas
del BANFAI- y vive el renacimiento de un entorno, en el que las bombas casi lo acabaron con todo, menos los sueños de la gente.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
tomado de http://caracoldeagua-arnoldo.blogspot.com
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Fidel Castro en aquellos memorables días de diciembre. |
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En la casa de mi tio Hildo, Fidel Castro fumó tabacos consechados en nuestras fincas. |
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Mi vieja está en aquel cementerio que tanto temía y hoy es una casa que visito con frecuencia. |
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Fidel
Castro visitó Contramaestre por vez primera con trece años, el 10 de
octubre de 1939. Venía a la casa de Aquilino Fernández. |
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Ana es una de mis tías que dio comida, cama y casa a Fidel Castro durante la toma del BANFAI. |
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BANFAI viste sus mejores galas. |
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La gente de Maffo vive sus vida cotidiana sin olvidar el BANFAI. |
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Este hombre es el historiador de la Batalla de Mafo, nadie como él sabe explicarla en toda su complejidad. |
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Viejas casas de aquellos memorables años, junto a otras más nuevas, se alzan en la carretera de Maffo. | | | |
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