‘Guerras
sucias’ es un zambombazo en la línea de flotación del bonito barco en
el que Barack Obama quiere hacernos creer que navega.
Jeremy Scahill, probablemente el mejor periodista de investigación bélica que existe en la actualidad, no se casa con nadie, y si en ‘Blackwater. El auge del ejército mercenario más poderoso del mundo’ (Paidós, 2010) ponía como chupa de dómine a George W. Bush por haber puesto en manos de compañías privadas militares algo tan delicado como los conflictos armados, en ‘Guerras sucias. El mundo es un campo de batalla’ le canta las cuarenta a su sucesor en la Casa Blanca por haber avalado la puesta en marcha de una campaña de asesinatos ilegales a lo largo y ancho del planeta. Y es que, según el reportero norteamericano, mientras el líder demócrata acaricia con su mano derecha la estatuilla de aquel Premio Nobel de la Paz que le otorgaron en 2009, con la izquierda firma autorizaciones para la captura, tortura y ejecución de ciudadanos de otros países –e incluso del suyo propio- que tal vez, y sólo tal vez, planean atentar contra Estados Unidos.
Jeremy Scahill, probablemente el mejor periodista de investigación bélica que existe en la actualidad, no se casa con nadie, y si en ‘Blackwater. El auge del ejército mercenario más poderoso del mundo’ (Paidós, 2010) ponía como chupa de dómine a George W. Bush por haber puesto en manos de compañías privadas militares algo tan delicado como los conflictos armados, en ‘Guerras sucias. El mundo es un campo de batalla’ le canta las cuarenta a su sucesor en la Casa Blanca por haber avalado la puesta en marcha de una campaña de asesinatos ilegales a lo largo y ancho del planeta. Y es que, según el reportero norteamericano, mientras el líder demócrata acaricia con su mano derecha la estatuilla de aquel Premio Nobel de la Paz que le otorgaron en 2009, con la izquierda firma autorizaciones para la captura, tortura y ejecución de ciudadanos de otros países –e incluso del suyo propio- que tal vez, y sólo tal vez, planean atentar contra Estados Unidos.
Las 850 páginas de ‘Guerras sucias’, considerado uno de los diez
mejores libros del 2013 por ‘Publisher’s Weekly’, demuestran que el
pacifista del Despacho Oval cambia de actitud tan pronto como se apagan
las cámaras y se sienta a validar las acciones llevadas a cabo por un
selecto grupo de soldados de élite (el Comando de Operaciones Especiales
Conjuntas) cuya labor consiste en matar a cuantos ciudadanos del mundo
considere peligrosos para la seguridad nacional tanto en el presente
como en un futuro hipotético. ‘Ha habido un cambio muy grande en
política nacional –nos aclara Scahill refiriéndose a la diferencia entre
el nuevo ejecutivo estadounidense y el anterior-, pero en política
exterior por desgracia el cambio ha sido solo cosmético’. El autor no lo
dice abiertamente, pero, de alguna forma, su libro da a entender una
idea que ya están empezando a repetir otros periodistas de primera
línea: al menos Bush iba de frente. Y es que, si el republicando
reconocía públicamente sus ansias por librar una ‘guerra total’ contra
el resto del planeta, su sucesor demócrata disfruta secretamente con la
implantación de su ya existente ‘asesinato total’, el cual recupera las
tácticas de ‘guerra sucia’ y encubierta que ya practicó la CIA en
aquella Latinoamérica de los 70 y 80, añadiéndole sin embargo un pequeño
detalle: ahora el teatro de operaciones es el mundo entero.
Los ejecutores de esa política de asesinatos selectivos son los
integrantes del Comando de Operaciones Encubiertas Conjuntas (JSOC),
compuesto por varios grupos de soldados de élite reclutados en los
cuerpos más destacados del ejército norteamericano. Las más famosa de
estas unidades es el Equipo 6 de los SEAL, la cual reveló su existencia
cuando irrumpió en el domicilio de Osama bin Laden y mató al terrorista
más buscado del planeta, tal y como nos mostró la directora de cine
Kathryn Bigelow en su película ‘La noche más oscura’ (2012). Sin
embargo, el JSOC no es únicamente un grupo de operaciones militares
encubiertas, sino también un auténtico ‘escuadrón de la muerte’ con
autonomía para actuar sin dar explicaciones a la Casa Blanca, ya que ha
sido provisto de licencia para matar. En otras palabras: los
congresistas norteamericanos no tienen noticia explícita de sus
actuaciones, cosa que les permite eludir la responsabilidad moral de las
mismas y, más importante, los requerimientos de la prensa sobre tal o
cual asesinato realizado sin la celebración de un juicio previo.
Y es que, ¡que nadie se engañe!, el JSOC no se limita a asesinar
terroristas, sino que también comete errores que acaban con la vida de
inocentes, sin que nadie les pida sin embargo explicaciones. De hecho,
fue uno de esos errores lo que permitió a Jeremy Scahill iniciar la
investigación que habría de desvelar la existencia de este Comando. En
2010, varios miembros de una familia afgana fueron asesinados por unos
soldados que descendieron en helicópteros en mitad de la noche,
acribillaron a dos hombres y tres mujeres (dos de las cuales estaban
embarazadas) y, dándose inmediatamente cuenta de que se habían
equivocado de objetivo, extrajeron las balas de los cadáveres antes de
esfumarse. Las autoridades afganas atribuyeron el crimen a un grupo
talibán, pero la presión de la prensa hizo que el ejército
norteamericano reconociera públicamente su error y que Jeremy Scahill,
extrañado por la existencia de una unidad de ataque con autonomía como
para actuar sin la autorización del alto mando, intuyera la existencia
de un comando de operaciones especiales con carta blanca para matar
cuando y como considerara oportuno. Así, el periodista recopiló otros
‘errores’ del llamado JSOC, siendo el más destacable el del bombardeo a
una tribu beduina en Yemen (46 muertos, entre ellos 21 niños y 14
mujeres), una atrocidad que ya había sido investigada por un periodista
local, Abdulala Haider Sayeh, que terminó con sus huesos en la cárcel y
que no recuperó la libertad por petición expresa de Barack Obama, quien
llegó a telefonear personalmente al dictador yemení para evitar la
excarcelación de dicho investigador.
Pero la escalada de asesinatos ilegales no termina ahí. Porque la
Casa Blanca también autorizó la ejecución de un ciudadano norteamericano
acusado de pertenecer a Al-Qaeda. Se trataba del clérigo y activista
Anwar al-Awleki, un estadounidense que apoyó la candidatura de Obama
hasta que, decepcionado por la doble moral del nuevo presidente,
abandonó su propio país para instalarse en Yemen. Durante varios años,
la prensa nacional demonizó a este individuo, acusándolo de varios
atentados fallidos y poniéndolo en el disparadero de la CIA, hasta que,
en septiembre de 2011, un avión no tripulado bombardeó su vehículo. Pero
tampoco quedó ahí la cosa. Porque Anwar al-Awleki tenía un hijo, un
chaval de dieciséis años nacido en Denver que, poco después de la muerte
de su padre y mientras hacía una barbacoa con sus primos, murió víctima
de otro bombardeo realizado por drones. El chico no había hecho
absolutamente nada contra su propio país –salvo ser hijo de un clérigo
radical-, pero la administración Obama temió que algún día pudiera
convertirse en terrorista como consecuencia del rencor acumulado contra
los asesinos de su padre. Así que, para evitar males mayores, el hombre
que mereció el Premio Nobel de la Paz en 2009 autorizó el ‘asesinato
preventivo’ de un adolescente nacido bajo la supuesta protección de las
barras y estrellas.
‘Guerras sucias. El mundo es un campo de batalla’
Jeremy Scahill
Paidós, 2013
859 pág, 29,90 €
(Publicado en suplemento ‘Cultura/s’ de La Vanguardia el 18 de diciembre de 2013)
http://blogs.lavanguardia.com
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