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Los
viejos tiempos buenos, mirándolos desde las alturas de nuestros días,
asombran por su previsibilidad. Casi todos nuestros temores están
ligados al enfrentamiento global entre la Unión Soviética y EEUU. Pero
en alguna parte de la profundidad del alma comprendíamos que
independientemente del enardecimiento del enfrentamiento ideológico, el
mundo logrará detenerse un paso antes de la última raya. Los dirigentes
de los dos Estados eran responsables, al menos hasta el punto de no dar
órdenes suicidas. Ellos sabían que eran responsables ante toda la
humanidad.
Hoy
es otra cosa. El nuevo mundo, que se levanta de las ruinas del sistema
bipolar, es multipolar. Esto tiene sus ventajas. Pero una de las
deficiencias principales es el crecimiento de la inestabilidad global.
Si todos son iguales nadie puede apretar las clavijas al otro, o sea que
cada uno actúa en la medida de sus propias nociones sobre el bien y la
justicia y sus propios intereses. El proceso de erosión del régimen de
no proliferación echa leña al fuego. Si antes el arma nuclear era
considerada el arma del fuerte, ahora es el arma del débil, su último
escudo esperanzador ante la expansión exterior. En otros tiempos, solo
Washington y Moscú (los satélites de las dos superpotencias no se tienen
en cuenta) podían ordenar el lanzamiento de misiles balísticos con
ojivas nucleares. Hoy esa orden se puede dar prácticamente en cualquier
región del mundo. El científico jefe del Centro de Seguridad
Internacional del Instituto de Economía Mundial y Relaciones
Internacionales de la Academia de Ciencias de Rusia, Piotr Topichkanov,
dice al respecto:
—La
existencia de armas nucleares en los arsenales de los Estados implica
que tienen planificado el empleo de ese armamento. Y en caso de crisis o
conflictos puede ser usado.
Además,
puede tratarse de que los Estados, cuyas armas nucleares se encuentran
en disposición de combate, pueden ser empleadas no en caso de un
conflicto, sino por otras razones. Por ejemplo, incluso por un error
técnico. EEUU y Rusia rebajaron la posibilidad de tal error a su mínima
expresión. Pero lo consiguieron tras muchos años de trabajo y de
acumulación de una rica experiencia. Los países que se hicieron con el
arma nuclear no hace tanto tiempo pueden no tener tal experiencia. Y por
esos sus riesgos son mayores.
Por
ejemplo, la India y Pakistán. Si suponemos que en un conflicto
corriente en la disputada región de Cachemira, los Gobiernos de ambos
países deciden poner en disposición de combate su armamento nuclear y,
una de las partes, por error o casualidad (suponiendo que el enemigo ya
inicia el ataque) puede decidir lanzar un ataque nuclear. Se trata de un
guión muy probable de cómo el arma nuclear puede ser empleada en
nuestros tiempos.
Muchos
expertos coinciden en que Asia del Sur es más peligrosa, desde el punto
de vista de la proximidad de una catástrofe nuclear, que Oriente
Próximo o la península de Corea. Se trata de un conflicto humeante que
en cualquier momento puede convertirse en un incendio nuclear. Esto
tiene varias causas fundamentales, cada una de las cuales hace casi
imposible la solución del problema en los próximos años.
La
India y Pakistán están separados por un profundo abismo geopolítico.
Nueva Delhi se siente, con bastante fundamento, líder regional en Asia
del Sur. Islamabad, por su parte, no piensa resignarse a que dos
terceras partes del territorio de Cachemira, poblada por musulmanes y
que según el plano de división de la colonia británica pertenece a
Pakistán, estén ocupadas por la India. La India considera con razón que
el territorio de Jammu y Cachemira fue adherido por resolución del
Gobierno legítimo de ese Estado en 1949.
Durante
el enfrentamiento militar que sostuvieron ambas partes acumularon una
sólida experiencia de lucha armada. Si bien la existencia del arma
nuclear es un factor de disuasión, en determinadas circunstancias puede
ser el catalizador de la transformación de las tensas relaciones en una
guerra nuclear. Si el guión más trágico llega a convertirse en una
realidad, se asestará un duro golpe contra una de las regiones más
pobladas y pobres del planeta. En Nueva Delhi e Islamabad están
convencidos de que el conflicto local y las pérdidas no serán mayores.
Desde luego que se trata de un gran error. Incluso en el caso de un
limitado conflicto nuclear indo-paquistaní a la humanidad le aguardaría
la catástrofe más gigantesca de su historia.
Cabe
reconocer que el Estado indio de Jammu y Cachemira tiene una posición
geográfica ventajosa desde el punto de vista militar. En realidad, la
capital de Pakistán puede ser abatida con los sistemas reactivos indios
de gran calibre, con los misiles tácticos y táctico-operativos y con
aviones tácticos. Por su parte, Pakistán puede lanzar un ataque contra
Nueva Delhi únicamente con misiles de medio alcance y bombarderos. A la
vez, la India dispone actualmente de unos trescientos misiles de
diferente radio de acción, provistos de ojivas nucleares de una potencia
que oscila entre diez y cien kilotones. Por su parte, Pakistán tiene
cerca de un centenar de misiles con ojivas nucleares de tal potencia.
Hay
expertos que opinan que la India puede provocar a Pakistán a lanzar un
ataque nuclear único, a fin de responder con un ataque masivo y borrar
al rival regional de la faz de la Tierra. Sea como sea, incluso si cerca
de la mitad de los misiles de las partes llega a ser destruida en las
posiciones de lanzamiento y asimismo en las trayectorias de los medios
de defensa antimisiles, el resto abatirá objetivos con una potencia
total de unos trescientos kilotones.
En
los primeros segundos a causa de la radiación luminosa y de la onda de
choque podrían morir unos doce millones de personas, y en los primeros
dos o tres días otros cien millones. La contaminación radiactiva del
entorno, el hambre y otros factores de desastre ecológico y humanitario
se cobrarán mensualmente la vida de entre diez y veinte millones de
víctimas. De tal modo, durante el primer año del “juicio final”
indo-paquistaní dejarán de existir trescientos millones de personas.
En
medio del caos incontrolable no habrá quien pueda darles sepultura. Los
sobrevivientes tratarán de abandonar los lugares peligrosos. Como
consecuencia, la región se verá afectada por una catástrofe humanitaria
de envergadura inédita. Además, al bombardeo nuclear le seguirá
inevitablemente una cadena de situaciones de emergencia de tipo natural y
tecnógeno: terremotos, catástrofes en las centrales atómicas, en
plantas químicas, etc.
Las
pérdidas seguirán en aumento por la propagación de la radiación a los
Estados vecinos, sobre todo, a la densamente poblada China, a los países
del sureste de Asia y a Oriente Próximo. Piotr Topichkanov, señala:
—Las
consecuencias del empleo del arma química serán dramáticas por doquier.
Si hablamos de una explosión nuclear única, lo más probable es que las
consecuencias tengan un carácter regional, aunque todo el mundo
percibirá sus consecuencias, tal como percibió las consecuencias de la
catástrofe en la central nuclear de Chernóbil.
También
se puede hablar de un intercambio de ataques nucleares, por ejemplo,
entre la India y Pakistán. De acuerdo con algunos cálculos, si la India y
Pakistán llegan a intercambiar ataques nucleares, eso puede generar una
catástrofe global, no local. Todas las personas de la Tierra
percibirían sus consecuencias.
Los
investigadores de la organización internacional Médicos para la
Prevención de una Guerra Mundial llegaron a la conclusión de que un
intercambio de ataques nucleares entre la India y Pakistán se traduciría
en una reducción sustancial de los cultivos agrícolas, que dejará sin
alimento como mínimo a dos mil millones de personas. La hambruna irá
acompañada de epidemias, que pondrán al borde de la muerte a cientos de
millones de personas más.
Como
consecuencia del intercambio de ataques en territorio de la India y
Pakistán surgirán numerosos focos de incendios, a la atmósfera irán
cinco millones de toneladas de hollín que, en virtud de su pequeña masa y
su superficie desarrollada con los ascendentes flujos de aire caliente,
se elevarán por encima de las nubes. Como resultados se producirá una
caída de los índices de la temperatura media. Además, el efecto
climático se difunde rápidamente al resto del mundo, afectando sobre
todo al este y sur de Asia, EEUU y Eurasia. En este caso incluso no
surge una amenaza global a la existencia de la civilización humana. Pero
el mundo tras el “juicio final” indo-paquistaní cambiará
irremediablemente y no para mejor.
Los
científicos han utilizado este guión trágico solo como modelo, para
demostrar todo el peligro que encierra la subestimación de las crisis
regionales, que en potencia pueden abrir la caja nuclear de Pandora.
Esto tiene que ver no solo con la India y Pakistán, sino también con
Irán e Israel, con Corea del Norte y Corea del Sur, tiene que ver en
general con todos los “países del umbral”, que admiten la posibilidad de
ingresar en el club de la élite nuclear por la puerta trasera.
En
todas las crisis regionales a las espaldas de los participantes
directos del juego están las grandes potencias, que, a partir de sus
propios intereses egoístas, en el peor de los casos acucian la escalada y
en el mejor impiden que la situación se resuelva favorablemente.
Semejante conducta no acarreó consecuencia alguna el siglo pasado. Pero
ahora puede liberar una carga potencial de enorme fuerza destructora.
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