Pero así como las agresivas políticas expansionistas de Tel Aviv y el
respaldo que reciben de Occidente (cínico, en el caso de Washington, e
hipócrita, por lo que hace a la Unión Europea) han provocado una nueva
oleada de antisemitismo, los atentados integristas en Estados Unidos
(como el perpetrado en Boston en 2013) y Europa refuerzan el racismo y
la islamofobia de gobiernos y sectores sociales occidentales, factores
que no sólo alientan las incursiones militares en Levante sino que se
traducen también en prácticas discriminatorias y excluyentes en contra
de los millones de musulmanes que habitan en los países occidentales y
que son, en su abrumadora mayoría, ajenos e incluso hostiles al
terrorismo fundamentalista.
Las agresiones
perpetradas el sábado pasado en Copenhague por un presunto
fundamentalista islámico en contra de un centro cultural en el que se
realizaba un homenaje a la publicación francesa Charlie Hebdo –cuya
redacción fue diezmada en París en enero por dos atacantes islamistas– y
en contra de la principal sinagoga de la capital danesa, con un saldo
de tres muertos (incluido el supuesto atacante) y cinco heridos,
confirman que el terrorismo sunita es ya un fenómeno global, no sólo por
la localización geográfica de los atentados sino también por la
nacionalidad de los atacantes, nacidos en el viejo continente y
ciudadanos de la Unión Europea.
Ya en la década pasada el involucramiento de España e Inglaterra en
las invasiones de Afganistán e Irak, comandadas por George W. Bush, tuvo
como consecuencias sendos atentados en las redes de transporte público
de Madrid (2004, 191 muertos) y Londres (2005, 56 personas fallecidas).
En la actual, las renovadas incursiones bélicas de Occidente en Irak,
Siria y otras naciones de Medio Oriente se han traducido en ataques en
Bruselas (mayo de 2014), París y Copenhague. A diferencia de las
acciones integristas en las capitales española y británica, los
recientes atentados tienen un claro componente judeofóbico, inducido por
las agresiones militares del gobierno israelí contra la población
palestina de Gaza y Cisjordania. Como para rubricar este rasgo de odio
injustificable y alarmante, la policía francesa informó ayer que en días
recientes unas 200 sepulturas del cementerio judío de Sarre-Union, en
Alsacia, fueron vandalizadas por desconocidos.
Pero así como las agresivas políticas expansionistas de Tel Aviv y el
respaldo que reciben de Occidente (cínico, en el caso de Washington, e
hipócrita, por lo que hace a la Unión Europea) han provocado una nueva
oleada de antisemitismo, los atentados integristas en Estados Unidos
(como el perpetrado en Boston en 2013) y Europa refuerzan el racismo y
la islamofobia de gobiernos y sectores sociales occidentales, factores
que no sólo alientan las incursiones militares en Levante sino que se
traducen también en prácticas discriminatorias y excluyentes en contra
de los millones de musulmanes que habitan en los países occidentales y
que son, en su abrumadora mayoría, ajenos e incluso hostiles al
terrorismo fundamentalista.
La cruzada que encabezó Bush en contra de Al Qaeda y los talibán
afganos ha sido remplazada por la cruzada que hoy encabeza Barack Obama
en contra del Estado Islámico y las nefastas consecuencias de tales
aventuras han terminado por revertirse hacia las poblaciones de Europa.
Para colmo, el premier israelí, Benjamin Netanyahu, atizó ayer el fuego
al llamar a los judíos europeos a que emigren masivamente a Israel,
amenazando con que
la ola de ataques va a continuary ofreciéndoles
seguridad. Lo que el gobernante no dijo es que los nuevos inmigrantes hebreos son ubicados en automático en enclaves de territorio robados a los palestinos de Cisjordania y la Jerusalén oriental, con lo que no sólo se les coloca en una situación de grave inseguridad sino que se les hace cómplices de una injusticia y se alimentan, con ello, los rencores históricos de palestinos, árabes e islámicos en general en contra de las políticas colonialistas de Occidente en la región, de las que Israel es resultado e instrumento.
Cabe esperar que más temprano que tarde los gobernantes europeos y
occidentales en general acepten que las acciones terroristas en sus
respectivos territorios son consecuencia de tales políticas, que
depongan su injerencismo secular en Medio Oriente y que, en vez de
continuar por el camino del llamado
choque de civilizaciones, emprendan la vía del diálogo, la negociación y la convivencia.
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