Casi todos los personajes de nuestra vida pública de los
últimos treinta años están resultando ser una estafa. Pocos son los que, de tan
distinguidos, se salvan de no haber jugado a buscar la riqueza personal que no
les pertenecía y que jamás hubieran alcanzado de no contar con el poder que el
pueblo soberano le encomendó. Ganándose, a través de la mentira y el engaño, la
confianza de los verdaderos poseedores del poder, para traicionarles de la
forma más indigna y soez.
En todos los ámbitos en los que nuestra sociedad discurre,
hemos descubierto la sinvergonzonería y el aprovechamiento que hacían y
continúan haciendo de la confianza puesta en sus mandatos para la buena gestión
de lo público.
La honradez presumible en tan altos y dignificados
personajes, se ha tornado en engaño y pocos, demasiado pocos, han sido los que
pueden escapar a la prueba del algodón.
El mundo del deporte; de la universidad; de la sanidad; de
la empresa pequeña, mediana o grande; de las profesiones liberales; de la
cultura; de la iglesia; de ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas;
de ministerios y de gobiernos; de la justicia y de sus abogados, fiscales y
jueces; del mundo del periodismo, ya sea escrito, radiado o audiovisual; de los
sindicatos y partidos políticos de todo signo; de organizaciones sin ánimo de
lucro y, en fin, de todos los campos en los que nuestra sociedad se ha sabido
servir para su funcionamiento, nos hemos dado cuenta, hoy sabemos, que todo es
una pura y dura corrupción. Corruptelas que solo pagamos los menos pudientes,
los que no somos honorables ni dignos porque solo nosotros somos la masa-sociedad
de la que todos aquellos se valen y sirven para sus impunes fechorías. Ellos no
son la sociedad, ellos se aprovechan de ella para mejorar su status personal.
Incumplen su mandato a sabiendas de su impunidad. Ellos no luchan ni trabajan
para mejorar la vida de los que les aúpan a la dirección de la gestión pública.
Hemos sido estafados y engañados. Nos han robado nuestro
dinero, nuestro presente y nuestro futuro y el de nuestros hijos. A eso se han
estado dedicando todos los que han ocupado los cargos más honorables y
sagrados. Nos han estado saqueando en el día tras día de sus gestiones privadas
al amparo de lo público.
No saben de moralidad ni de ética, ni les importa. Es el
dinero su único estandarte por el que traicionan lo más altos valores de la
convivencia social.
Porque no solo nos han robado nuestro dinero, también nos
han robado nuestro pensamiento. Ya ni pensamos ni entendemos, nos han restado
la capacidad para la crítica y la rebeldía. En cuerpos amorfos de
intelectualidad alguna nos alojan. Mediocridad es lo que siembran porque
cualquier otra cosa que no lo sea, les produce pavor y repulsa. Pueblos,
gentes, todos ignorantes e incapaces. Es lo que sus sistemas anhelan para su
correcto funcionamiento. Que nadie contradiga, ni nadie pregunte, que todos
paguen lo que se les diga y punto. Y aquellos que ya no puedan pagar, que las
moscas de la miseria les acompañen.
Que nos sigan confundiendo y engañando es solo cosa nuestra.
Nuestra será, por tanto, la penitencia y la cárcel en la que nos quieren
encerrar si lo consentimos.
No hemos de consentir en que nuestros sueños de libertad, de
fraternidad y de igualdad sean truncados por un sistema inhumano y despiadado.
Hemos de abandonar el miedo que nos han metido en el cuerpo y continuar la
lucha. Que el abatimiento al que nos han conducido ha de ser reconstituido y
reforzado con la fuerza de la verdad que ellos pretenden esconder bajo las
alfombras de sus crímenes.
Hay que rebelarse ya o moriremos no solo de hambre porque no
somos ovejas. Somos seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios y, ellos,
no son quienes para hacérnoslo olvidar. Pues nuestra dignidad es divina y a
ello nos obliga. No vayamos contra la voluntad de quien nos creó y hagamos
realidad sus mandatos.
¡Despertemos!
José María Hernández.
Tomado de http://vegamediapress.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario