Que
me perdonen hoy aquellos a los que incluyo en esta breve reflexión, cercano a
una noche navideña, en que los recuerdos se hacen inmensos para
abrirle a uno el corazón, haciendo los recuentos obligados, las pérdidas
revividas sin poder evitarlo -golpeándonos lo más íntimo del alma-, pero
siempre recobrando fuerzas para seguir como batalladores incansables. Es que
uno siempre estará endeudado con aquellos que nos precedieron, abriéndonos
caminos, labrándonos los surcos para una vida mejor y haciéndonos mejores
hombres y mujeres. A ellos debemos la dignidad alcanzada, la estatura que nos
hace grandes en medio de la humildad, la razón de perseverar a pesar de los
encontronazos de la vida.
Nos
fue triste y grato este 2013. Para mí, en particular, siento que siempre estaré
endeudado con esa bella tierra que me ha albergado –junto a los míos-, como un hijo más, haciéndome mantener mis
sueños intactos y puros. He tenido y tengo el alto honor, aunque ya anciano
como Fidel, de sentir la inigualable oportunidad de haber seguido siendo su
soldado incondicional y continuar aprendiendo de él y de Raúl en cada día
transcurrido. Confieso que en ese empeño la salud no me acompañó, pero no
desmayé ni un ápice. No podía hacerlo. Enfrenté la adversidad con el mismo
optimismo usado en las pasadas y secretas batallas como soldado anónimo de la Patria.
No tenía otra opción, pues así lo han dictado siempre mis convicciones.
Una
de las más bellas batallas libradas por nosotros, la liberación de nuestros
Cinco Héroes, continuó con más brío y empuje. Nos acercó a todos, nos hizo más
fuertes y solidarios. Logramos, al fin, tener a uno de ellos junto a nosotros.
Y yo, lo confieso, tuve la inigualable alegría de abrazar a René y conversar
con él. Una parte que le faltaba a mi corazón fue recuperada y sentí que cada
pequeño grano de arena, aportado por cada uno de nosotros, tenía su
privilegiado fruto. Hablé con René y fui visitado por él en el hospital. Le
dije, con total sinceridad, que su llegada nos haría más fuertes para lograr el
justo empeño de traer también a Gerardo, a Antonio, a Ramón y a Fernando. Hoy,
más que nunca, albergo la seguridad de que podré, antes de que la muerte me
lleve a descansar, poder abrazarlos y completar los vacíos que aún perviven en
mi corazón de hombre. Nada podrá detener este esfuerzo de los mejores hombres
del mundo por quebrar esos injustos barrotes y acabar con esa ignominia.
Mucho aprendí en estas batallas del valor de
ser incansable y terco. Solo así podríamos y podremos traerlos con nosotros.
Graciela, Gloria, Alicia. Berríos y tantos nombres han dado muestras de
ejemplar terquedad y fidelidad al sueño hermoso de juntar hermanos y hermanas a
favor de la justicia. Para ellos mi admiración y respeto, tanto como para aquellos
–que por ser muchos-, harían la lista interminable.
Confieso
que tener a mi Fidel, que es de todos, que es nuestro Fidel, vivo y combatiendo,
ha sido una de mis mayores alegrías. Por él amé aún más a Cuba y su ejemplo me
ayudó, día tras día, a bregar ante incertidumbres, los pesares, los abandonos y
otras cosas que a veces parecen inexplicables. Nunca, empero, perderé la enorme
confianza en él.
Aprendí
también a conocer mejor a Raúl y su alto grado de organización y visión para
rectificar aquellas cosas que hicimos mal hechas, aunque con entera honestidad.
A él le corresponde hacer nuestra Revolución más inclusiva, fuerte y
resistente, en un momento crucial en que nuestros enemigos cantas ilusas odas
al retorno del capitalismo para Cuba. Ha trabajado, delegando autoridad,
comprometiendo a cada uno en la titánica tarea de seguir adelante y, no puedo
negarlo, ha demostrado su madera genuina de líder y conductor.
Tuve la enorme oportunidad de viajar a Venezuela
y conocer a aquellos compañeros sobre cuyos hombros recaería la enorme
responsabilidad de sustituir a un hombre excepcional e insustituible. A ellos
hablé con el corazón, como habla un padre y un abuelo. Pude llorar allá, una
noche en Waraira Repano, a mi amigo Joel Cazal. Pocos saben de mi tristeza esa
noche. Dolor mezclado con la incertidumbre de la inevitable y esperada ausencia
física de Chávez.
Este
año 2013 me trajo un dolor tan semejante como el que sentí, siendo joven,
cuando me enteré por Fidel de la muerte del Che. Se nos había ido Chávez, su
personalidad atractiva e inigualable, marcada por el optimismo y la humildad. Si
el Che nos enseñó a ser intransigentes y Fidel nos impregnó de optimismo,
Chávez nos regaló su dignidad y su sencillez. Mucho me preocupó entonces el
destino de Venezuela y siempre traté, hora tras hora, de escribir y aconsejar a
mis hermanos bolivarianos.
Sé
que Venezuela pasa por momentos difíciles, enfrentando día tras día las
conspiraciones oscuras de la derecha y sus amos, saliendo al frente a la más
criminal agresión mediática –tal como ha sucedido con Cuba y otras naciones
progresistas. A ellos, a mis entrañables y dignos hijos de Bolívar y Chávez
siempre les he pedido unidad y más unidad. A veces nos cuesta creer que somos
nosotros los que hacemos la historia. Pensemos, pues, que las nuevas
generaciones nos juzgaran por nuestros aciertos y nuestras debilidades. ¡Seamos
dignos hijos de Chávez, pues tal es nuestra misión! Sin cursilerías y discursos
que se lleva el viento, sino con el alma puesta en cada acto que realicemos por
continuar su obra.
A
todos, les deseo un feliz culminar del 2013 y advertirles que la lucha no cesa.
Nuevos desafíos se nos presentarán y hemos de estar preparados para
enfrentarlos.
A
aquellos que han gastado horas y horas en atacarme mediáticamente, les deseo
también prosperidad personal y los invito a reflexionar sobre un hecho
incuestionable: la historia no se puede cambiar con dobleces y mentiras.
Tiendo
pues a todos un mensaje de paz y concordia. Mucho necesita la Humanidad del
esfuerzo de cada uno de nosotros, para preservar este bello mundo en que
vivimos y dejárselo mejor y más justo a las generaciones venideras.
Un
abrazo revolucionario
Percy
Francisco Alvarado Godoy
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