Las fuerzas militares estadounidenses aprovecharon en los
años finales del siglo XIX la coyuntura de una España agotada por la
combatividad de las armas cubanas insurrectas y la decadencia global de su
imperio, para desencadenar la primera guerra imperialista en la historia de los
Estados Unidos.
Algunos estudiosos consideran que el objetivo geopolítico
esencial de esa guerra era apoderarse de las Filipinas, ya que Cuba no
constituía una urgencia, dado que la isla, por su cercanía geográfica, caería
inevitablemente “cual fruta madura” en sus manos, para unirla a otros
territorios de la Unión que antes habían sido españoles.
Pero la voladura del acorazado USS Maine en la noche del
15 de febrero de 1898, en el puerto de La Habana, que dejó un saldo de 266
marineros muertos de una dotación total de 354 hombres, hizo propicia la
ocasión para acusar a Madrid del hecho y utilizarlo de pretexto para declararle
la guerra a la Corona Española.
A solicitud de la representación consular estadounidense,
el buque de guerra había arribado al puerto habanero el 24 de enero con la
justificación de proteger a los estadounidenses residentes en la urbe y
salvaguardar sus propiedades ante la grave situación que representaba el avance
de las fuerzas independentistas sobre la capital de la isla y un previsible
desenlace del conflicto interno favorable a los cubanos.
Inmediatamente, la gran prensa estadounidense exhibió
todos sus músculos y toda su falta de escrúpulos para hacer responsable de la
voladura del Maine a las autoridades coloniales españolas.
Toda la fuerza de los consorcios Hearst y Pulitzer, entre
otros gigantes de la manipulación informativa, se ocuparon de crear una airada
disposición de la población estadounidense para una guerra contra España.
Eslóganes publicitarios profusamente manejados llamaban a la represalia
recordando la agresión (Remember the Maine!).
Fueron muchas las versiones que circularon acerca de las
causas de la explosión además de la que el gobierno y la prensa de Estados
Unidos se ocupó de promover haciendo recaer la culpa en el gobierno español a
fin de crear opinión pública y conciencia para la guerra que poco después le
declaró a España.
No faltaron distorsiones tales como las que achacaban el
hecho a los patriotas cubanos, pero tampoco escasearon aquellas que, desde el
primer momento, advirtieron que el hecho tenía todas las características de una
autoagresión de Estados Unidos.
A favor de esta última versión estaba el argumento de que
prácticamente toda la oficialidad del acorazado estaba en tierra al momento de
la explosión y por ello había muy pocas bajas mortales en ese nivel más alto de
las autoridades del buque.
Como evidencias excluyentes de la responsabilidad de
España y sus representantes en la colonia en los hechos, se ha pretendido
demostrar la posibilidad de que se hubiera tratado de una explosión de origen
accidental ocurrida en los depósitos de combustible del barco, donde también se
guardaban municiones que explotaron con el eventual incendio.
Esta última versión tiende a exonerar a España del crimen
sin hacer recaer sobre autoridades de Estados Unidos la culpa, pero no es ello
consecuente con el historial norteamericano de manipulación de las
justificaciones para sus agresiones que ha exhibido desde entonces y a lo largo
del siglo XX y lo que va del siglo XXI.
En Hiroshima y Nagasaki, Pearl Harbor, el golfo de
Tonkin, en Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, en el reciente caso de las
armas químicas en Siria y reiteradamente en países de América Latina, el
régimen de los Estados Unidos ha preferido falsear pretextos en vez de negociar
soluciones pacíficas ante situaciones en las que considera viable imponer su
poderío militar sin negociaciones.
El resultado de esta guerra
hispana-cubana-norteamericana convirtió a EE.UU. en una potencia imperialista.
Estados Unidos hizo realidad su objetivo de enfrentarse al tambaleante ejército
español, derrotarlo y hacerse de los remanentes de su imperio colonial. Cuba,
Puerto Rico, Filipinas y Guam pasaron a ser súbditos del naciente imperialismo
de los Estados Unidos.
Se ha dicho que el hundimiento del Maine no creó las
fuerzas emocionales que condujeron al surgimiento del imperialismo en los
Estados Unidos sino que simplemente desató esas fuerzas que estaban presentes
en esa nación.
La explosión y hundimiento del acorazado Maine frustró la
victoria de los cubanos que, desde 1868, habían venido luchando y muriendo por
la independencia de su patria, alcanzando un elevado desarrollo de su
conciencia de nación soberana que 90 años más tarde se habría de hacer realidad
a costa de una cuota adicional de sacrificios impuestos por aquel imperio que
entonces apenas nacía.
Manuel
E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional.
Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación
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