Cuba ha dejado bien
claro a su contraparte que nunca negociará sobre la base de cuestionar sus asuntos
internos y su soberanía. Eso incluye, por supuesto, el desconocimiento a la
impostada y falsa “sociedad civil” apadrinada por los Estados Unidos, lo que
entraña que nunca este tema será aceptado en cualquier negociación.
Creer que Cuba
cederá en este aspecto a cambio de supuestos beneficios económicos generados
por un comercio justo con EEUU es realmente un error de apreciación de quienes
así lo esperan.
En primer lugar,
aupados por la derecha intolerante dentro del Congreso, varios mercenarios
expusieron su oposición al levantamiento del criminal bloqueo a la que llaman
su “patria”, como fueron los casos de los contrarrevolucionarios Berta Soler,
Jorge Luis García Pérez y otros, tratando de legitimar las posiciones de esa
propia derecha reaccionaria. Otros abogaron por el acercamiento diplomático,
pero poniendo inaceptables condiciones para la parte cubana.
Dentro de esta
aparente confrontación de puntos de vista –reflejo mismo de las contradicciones
existentes entre la derecha reaccionaria y la derecha moderada en EEUU-, existe
oculta la intención común de estos títeres de ser tenidos en cuenta en el
proceso de diálogo, arguyendo una inmerecida representatividad dentro de la
sociedad cubana.
La
sobredimensionada “disidencia” es solo un reducido grupo de grupúsculos cuya
incidencia en la sociedad cubana actual apenas tiene incidencia alguna. Además,
pesa sobre ella la perniciosa percepción para el cubano común de que la misma
ha sido impostada artificialmente para servir los propósitos desestabilizadores
del tradicional enemigo de Cuba, quien la financia y la usa a su antojo.
El argumento de que
el establecimiento de relaciones entre los dos países servirá como “balón de
oxígeno” para el gobierno cubano, manido de por sí, ha sido uno de los más
sostenidos por la contrarrevolución interna y externa.
Según declaró equivocadamente
a EFE Sebastián Arcos, director adjunto del Instituto de Investigación Cubana
de la Universidad Internacional de Florida, de que: "Los disidentes
cubanos juegan un papel importante para ambas partes", aferrándose a la incomprensión
sobre el rol de la contrarrevolución en este nuevo contexto político.
Sí, es cierto que
EEUU trata de mantenerla a toda costa, por ahora, al menos hasta que encuentre
a otros sujetos para su pretendido “cambio” en Cuba, como factor de
desestabilización interna en la nación caribeña. Por ahora a Obama le son
útiles no solo para implementar su guerra ideológica anticubana –la cual sería
iluso pensar que cesaría al reestablecerse las relaciones diplomáticas-, sino
para convencer a la ultraderecha de su preocupación por el controvertido tema
de los derechos humanos y la democracia.
Sin embargo, para
la parte cubana poco importa un reducido grupo de provocadores a los que se
sabrá enfrentar con más eficacia y transparencia legal en la medida en que las
reformas necesarias en nuestro Código Penal salgan a la luz. Aún más, la misma acompaña
su desprestigio y es menos nociva cuando se encuentra dividida –más por razones
de ambiciones y lucro desmedido que por disensiones políticas entre sí-.
Cuba ha dejado bien
claro a su contraparte que nunca negociará sobre la base de cuestionar sus asuntos
internos y su soberanía. Eso incluye, por supuesto, el desconocimiento a la
impostada y falsa “sociedad civil” apadrinada por los Estados Unidos, lo que
entraña que nunca este tema será aceptado en cualquier negociación.
Creer que Cuba
cederá en este aspecto a cambio de supuestos beneficios económicos generados
por un comercio justo con EEUU es realmente un error de apreciación de quienes
así lo esperan.
Por su parte, Ted
Piccone, investigador del Centro de Estudios Brookings sobre asuntos de América
Latina, comete otro error de esencia cuando generaliza indebidamente el impacto
de la contrarrevolución interna sobre la comunidad cubana en el exterior. Su
declaración de que: "Para muchos estadounidenses, especialmente los
exiliados, la pequeña comunidad de disidentes en la isla son los héroes que han
tomado grandes riesgos personales y profesionales para exigir el respeto de los
derechos humanos", es absurda. Cada día aumenta la falta de credibilidad
de estos grupúsculos provocadores, los que solo son manipulados descaradamente
por organizaciones contrarrevolucionarias radicadas fuera de Cuba, en beneficio
de sus exclusivos proyectos y de sus arcas personales, al ser intermediarios de
la ayuda financiera de la USAID y otros organismos.
El propio Piccone
agrega: "… hay que reconocer que hay una gran variedad de voces de la
sociedad civil en Cuba -artistas, religiosos, pequeños empresarios, académicos,
afrocubanos, líderes de la comunidad LGBT, etcétera- que también deberían ser
oídas". Por supuesto, nunca pensó en aceptar en esa consideración a la
única y verdadera sociedad civil cubana, la que apoya su Revolución y el
proceso de transformaciones que se lleva a cabo en Cuba.
De tal manera,
amigos lectores, el tema de la contrarrevolución interna nunca será un escollo
para Cuba pues la misma no se dejará presionar para reconocerla, ni le dará el
protagonismo que sus amos tratan de ofrecerle.
Percy Francisco Alvarado Godoy
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