Daños en el potaviones Randolph |
La
imagen de los portaaviones en llamas pasó por la mente de un buen número de
oficiales y pilotos japoneses, que vieron en el ataque la posibilidad de repetir
el éxito del lejano ataque a Plear Harbour del 7 de diciembre de 1941.
Realmente, las consecuencias estratégicas de llevar a buen termino el ataque
hubiesen sido importantes pues, aparte de frenar el imparable avance hacia el
Japón, dando un tiempo de respiro a las congestionadas fuerzas japonesas, el
efecto moral negativo, al considerar los norteamericanos del
todo inviable un ataque aéreo a su fondeadero, posiblemente hubiese sido más
importante.
Inesperadamente todo el casco del portaaviones tiembla de quilla a perilla y un estruendo ensordecedor devuelve a la cruda realidad a los espectadores que reaccionan de inmediato dirigiéndose hacia sus puestos de combate en un aturdido tropel. Buena parte de ellos maldice una y otra vez al infortunado piloto que intentado aterrizar ha acabado estrellándose sobre el puente de vuelo, echando al traste una relajante velada cinematográfica...
Pero... ¿Realmente se trataba de un piloto americano?
¿Qué había ocurrido?
Dentro de las operaciones
previas a la invasión de las Filipinas, las fuerzas norteamericanas
desembarcaron el 23 de septiembre de 1944 en Ulithi,
atolón de las islas Carolinas (Micronesia).
En sus tranquilas aguas rápidamente se iniciaron los trabajos de adecuación
para la creación de una gran base naval, un Pearl Harbour avanzado en el que
pronto se fijaron las miradas del alto mando de la marina imperial japonesa.
Comenzando a estudiar las posibilidades de conseguir un golpe de efecto que
mermase definitivamente a la U.S. Navy.
El primer intento fue llevado a la practica por la unidad kaiten (submarinos suicidas) Kikumizu el 20 de noviembre de 1944. El reultado fue desolador, ya que los cinco kaiten sólo consiguieron hundir al petrolero Mississinewa. El fracaso no desalentó al alto mando imperial que prosiguió con sus estudios de ataque.
Dos
de febrero de 1945. El
vicealmirante Matome Ugaki acepta el mando de la quinta flota aérea japonesa
basada en Kyushu. Siguiendo las órdenes del alto mando inicia el estudio de la
viabilidad de un ataque kamikaze contra Ulithi. La determinación de Soemu
Toyoda, comandante en jefe de la Flota Combinada de la Marina Imperial,
quedó pronto patente al ordenar el 10 de febrero el envío de un submarino para
que vigilase los movimientos de buques ante el
atolón y a la aislada base de Truk efectuar reconocimientos aéreos. Se
esperaba que la flota norteamericana fondease para descansar y repostar tras la
operación de ayuda a la invasión de Iwo Jima.
La
imagen de los portaaviones en llamas pasó por la mente de un buen número de
oficiales y pilotos japoneses, que vieron en el ataque la posibilidad de repetir
el éxito del lejano ataque a Plear Harbour del 7 de diciembre de 1941.
Realmente, las consecuencias estratégicas de llevar a buen termino el ataque
hubiesen sido importantes pues, aparte de frenar el imparable avance hacia el
Japón, dando un tiempo de respiro a las congestionadas fuerzas japonesas, el
efecto moral negativo, al considerar los norteamericanos del
todo inviable un ataque aéreo a su fondeadero, posiblemente hubiese sido más
importante.
Pero no hay que olvidar que aún eliminando a los portaaviones de escuadra quedaba un centenar de portaaviones de escolta para cubrir las bajas (sin olvidar los acorazados, cruceros, destructores...) y proseguir con los planes prefijados, además el éxito no impediría que los B-29 siguiesen bombardeando y devastando el territorio nipón.
Ugaki y su estado mayor pronto definieron las directrices
principales del ataque, consideraron que con una fuerza de treinta y cuatro
bombarderos bimotores Yokosuka P1Y1 Ginga
(Vía Láctea), nombre en clave aliado "Francés", armados con
una bomba de 800 Kg se podían poner fuera de combate a un número no inferior
de ocho portaaviones, la unidad Azuza (así fue bautizada la unidad de
ataque especial) iría precedida por una avanzada de reconocimiento de cinco
grandes hidroaviones Kawanishi H8K2 "Emily". El plan de Ugaki
fue aceptado de inmediato, fijándose como fecha de ataque probable el 10 de
marzo.
El 9 de marzo se recibe un mensaje desde Truk informando de la presencia de cinco portaaviones de escuadra (CV), tres ligeros (CVL), siete de escolta (CVE) más otros muchos buques y de un grupo de cuatro portaaviones de escuadra que está apunto de entrar en el fondeadero. Tokio ordena a Ugaki, en la base aérea de Kanoya, lanzar el ataque a la mañana siguiente. Ugaki y su jefe de estado mayor, almirante Yokoi, ofrecieron una celebración de despedida a los jóvenes pilotos con los brindis de despedida habituales y una alabanza sincera de Ugaki por el gran sacrificio que estaban a punto de realizar.
Diez de marzo, 3:30H, el primer Kawanishi despega. Una hora más tarde lo hacen los siguientes y a las 5:45H se recibe un mensaje del almirante Toyoda para que sea leído a los pilotos de la unidad Azuza:
-
Por orden del comandante de la Flota Combinada, basándose en informes autorizados, la Unidad de ataque especial Azuza efectúa una salida hoy según instrucciones previas.
La situación de guerra crece a diario con más peligros como los bombarderos B-29 con sus raids sobre nuestra tierra natal.
La fuerza de portaaviones enemigos ya la ha golpeado en dos ocasiones sin que hallamos sido capaces de evitarlo.
Sobre Iwo Jima nuestros camaradas de armas se comprometen en una batalla mortífera, día y noche, bajo las condiciones de una salvaje pelea a muerte.
El imperio sobrevivirá o caerá mediante el triunfo o fracaso de este ataque contra la flota Estadounidense
Que todos los miembros de la unidad especial de ataque den lo mejor para invalidar al enemigo, los líderes para dirigir la unidad al éxito, y los subordinados para dar lo mejor de si.
Vosotros sois lo primero en nuestros corazones, como nosotros os damos la despedida a vosotros y vosotros os dirigís hacia el mar en esta expedición tan difícil. Al alcanzar vuestro destino aseguraréis que el honor y la grandeza se recordarán. Vosotros habéis resultado ser la más grande inspiración y nosotros os ofrecemos todo nuestro aprecio cuando vosotros os marcháis.
Después de un mes las fuerzas de portaaviones del enemigo se vieron ayer volviendo a puerto. La lleve del éxito en su empresa es la reserva como vosotros pugnáis para alcanzar vuestro destino a pesar de la enorme dificultad del tiempo.
Con respecto a cada comandante de unidad, aunque el éxito debe ser seguro, si por alguna razón los planes se tuercen nosotros haremos lo mejor para arreglarlo para otro intento.
Finalmente, recordar que no hay necesidad de la presteza.
Dejar el alma del dios estar con vosotros este día. Nosotros no tenemos que testificar vuestra lealtad y devoción. Los muchos años de entrenamiento os ha proveído de una habilidad que seguro os hará triunfa con la ayuda del espíritu divino como vosotros vaís a su resto eterno
8:30H. El primer Ginga despega. Cuando el
último de los aparatos desaparece en el horizonte el personal de la base de
Kanoya regresa a sus quehaceres con el sentimiento de que algo importante iba a
ocurrir ese día. Pero el odestino no lo quiso así y el infortunio ,a causa de una
serie de malas interpretaciones, se puso de parte de los norteamericanos...
A las 9:30H. Ugaki recibe un mensaje de Toyoda informando de que tan sólo un portaaviones se encuentra en Ulithi y ordena la anulación del ataque al considerar que el objetivo no justifica el sacrificio de tantas vidas japonesas. La unidad Azuza regresa a la base con el reflejo de la decepción en los rostros de todos sus componentes. En esos momentos se recibe un nuevo mensaje de Truk, mucho más claro y completo, verificando que ocho grandes portaaviones y siete de escolta están fondeados en Ulithi. Ya era demasiado tarde para repostar y lanzar un ataque ese día, Ugaki, maldiciendo al causante del error de interpretación, se ve en la obligación de posponer el ataque para el día siguiente.
La
unidad Azuza despega nuevamente al amanecer, pero en esta ocasión Ugaki puede
apreciar como el retraso ha afectado negativamente a las tripulaciones: sus
rostros reflejan plenamente la tensión a la que están sometidos. Y el mal
augurio no tardó en cumplirse: varios de los Ginga sufrieron averías
mecánicas y se vieron obligados a regresar a Kanoya o a aterrizar en Okinawa o
Mayakojima.
La mitad del viaje, no obstante, transcurrió sin más incidentes, pero al rebasar la pequeña isla de Okinotori Shima la unidad Azuza fue sacudida por una tormenta que obligó a los pilotos a efectuar una serie de maniobras para escapar del continuo chaparrón de agua y que, desafortunadamente, acabó por hacerles perder la ruta y a consumir un combustible del que no andaban sobrados. En estas condiciones de vuelo los aviones guía, a las 18:30H, dieron media vuelta y regresaron a Kanoya siguiendo el plan original. Los Ginga siguieron volando sin rumbo fijo con la esperaza de encontrar una señal que les devolviese al camino correcto. Afortunadamente, cuando las esperanzas comenzaban a desvanecerse más rápidamente que las reservas de carburante, uno de los aparatos avistó en medio de un claro una isla que reconoció como Yap. Rápidamente rectificaron el rumbo y enfilaron hacia Ulithi con la esperanza de alcanzar el atolón antes de que los depósitos de combustible quedasen completamente secos.
Pero el infortunio no tardó en reaparecer, obligando a algunos Ginga a efectuar aterrizajes de emergencia en la misma Yap y en Mnami Daitojima, dos de ellos ni tan sólo lo consiguieron y acabaron por estrellarse en el mar. Desde su salida de Kanoya la unidad Azuza había ido disminuyendo paulatinamente, ya fuese por fallos mecánicos o por falta de carburante, y trece aparatos se habían visto visto obligados a abandonar. Los once restantes, a velocidad mínima para ahorrar el máximo posible de combustible, tras doce horas de agotador vuelo, vislumbraron entre las sombras del crepúsculo unas luces que se alzaban a su frente: ¡Habían llegado a Ulithi!.
En
Ulithi los norteamericanos se sentían seguros, la base se encontraba muy
alejada de los teatros de operaciones y apenas se tomaban medidas de seguridad
de alerta temprana. Todo estaba iluminado como en tiempo de paz, los talleres y
equipos de mantenimiento trabajaban incluso por la noche con la ayuda de
potentes reflectores. ¡Y la mayoría de los buques anclados estaban
completamente iluminados!. Los pilotos japoneses tuvieron que fregarse
enérgicamente los ojos ante aquella visión, finalmente parecía que la
angustia del largo viaje iba a ser plenamente recompensada y que su éxito iba a
ser total.
Los Ginga volaban al límite de sustentación, los motores runruneaban al encontrar las bombas de carburante el vacío. No había tiempo, pues, para deleitarse con la visión de la base de la flota americana. El primero de los bombarderos picó contra un portaaviones anclado en el gran atolón, su llegada pasó desapercibida y nadie percibió el silbido emitido por el kamikaze en su rápido descenso. La gran explosión sobre la cubierta de vuelo del Randolph fue una auténtica sorpresa. Un grito unánime de victoria salió de la garganta de los pilotos kamikaze mientras se lanzaban a la búsqueda de un nuevo objetivo. Pero el éxtasis de la victoria fue efímero y la reacción norteamericana inmediata y, aún sin saber muchos el por qué, todas las luces se apagaron al instante sumiendo en la más completa oscuridad a toda el atolón. Ulithi estaba ahora negro como la boca de un lobo y los pilotos fueron incapaces de recordar la situación de los buques a los que sólo habían visto por una fracción de segundos. Uno a uno fueron estrellándose en el agua a medida que acababan el combustible, lo hicieron a una relativa distancia de la base, por lo que nadie en el bando norteamericano se dio cuenta y contribuyó a que casi todo el mundo pensase que la explosión se debía a algún trágico accidente.
Al amanecer,
cuando los equipos de mantenimiento procedieron a inspeccionar los daños en el Randolph,
se pudo finalmente comprender la causa de la explosión: A popa de la cubierta
de vuelo había un gran agujero con los restos del avión
"accidentado" diseminados por la misma y el hangar. Un escalofrío
sacudió a los marineros al averiguar que el aparato era... ¡un bimotor
japonés!. Los daños no eran muy graves y podían ser reparados en pocos días,
las bajas ascendían a 25 muertos, 3 desaparecidos y 105 heridos de mayor o
menor consideración.
Aquella mañana la pregunta que
muchos se hicieron fue: ¿Cómo fue posible que pasase inadvertida su llegada?.
Lo que inicialmente no se supo fue la cantidad exacta de atacantes, pues lo realmente inquietante era que durante algunos minutos los diez Ginga restantes habían sobrevolado a los buques anclados sin que nadie lo advirtiese. Los norteamericanos habían tenido suerte, el impacto kamikaze no causó un gran incendio, ya que en los motores la cantidad de gasolina era pírrica. De haberlo hecho la claridad resultante hubiese ayudado a los pilotos a distinguir a los buques cercanos, dándoles una buena posibilidad para alcanzar su cometido.
Lamentablemente para el bando japonés lo único realmente conseguido fue una contundente sorpresa, el resto de la operación Tan
podía considerarse un completo
fracaso. Al día siguiente un avión japonés de reconocimiento, procedente de
Truk, tomó fotos de Ulithi y corroboró lo que ya sabemos. Al cotejar los
negativos con los previos al ataque
se pudo testificar que no faltaba ningún buque y tampoco se apreciaban ningún
portaaviones averiado en el atolón.
La frustración se apoderó del alto mando imperial, pero fue Ugaki quién sufrió un duro golpe. Cada vez que enviaba a un grupo de jóvenes a una muerte segura sentía un profundo dolor, la perdida inútil de aquellas vidas le llenó de una clara determinación para subsanar el esfuerzo perdido y conseguir la supervivencia de pueblo japonés.
Los esfuerzos de Ugaki se derivaron hacia Okinawa y los ataques kikusui. Pero no olvidó a la unidad Azuza, y dedicó parte de su tiempo a estudiar las causas del fracaso llegando a la siguiente, y acertada, conclusión que hizo llegar a Tokio:
-
1- La anulación de la salida del día 10 conllevó un efecto negativo sobre las tripulaciones, al tenerlas en tensión durante un número de horas excesivo.
2- Los cambios de fondeadero de los buques anclados en Ulithi causaría mucha confusión en los pilotos. Posiblemente al llegar a escena no habrían dispuesto del tiempo suficiente como para escoger tranquilamente un objetivo.
3- La organización de la misión dejó mucho que desear. Los aviones de exploración no habían sido muy útiles. Se demoraron en su salida la mañana de la misión, encontraron los vientos adversos y tuvieron problemas de encuentro con el cuerpo principal de ataque. Que ocasionó otra demora. Cuando los aviones consiguieron agruparse, su interés por evitar a los aviones de patrulla de enemigos y los cazas fue tan grande que llegó a ser un factor negativo en el ataque. El resultado fue vacilación, indecisión, y finalmente fracaso.
¿Acabó aquí el sueño de un segundo Plear Harbour?.
La respuesta es no:
A principios de Mayo de 1945 el
alto mando de la Flota Combinada decidió efectuar una nueva misión Tan, para
demorar el avance estadounidense. Ugaki era reacio ha lanzar el ataque desde
Kyushu, recordando los problemas que había sufrido la unidad Azuza, e
intentó persuadir a sus superiores a montar la operación desde la aislada Truk,
considerando que hacerlo desde esa isla era mucho más sensato. Pero sus
objeciones no fueron atendidas.
El 7 de Mayo fue la fecha escogida para la siguiente operación Tan. Nuevamente el ataque fue lanzado desde la base aérea de Kanoya, a cargo de la cuarta unidad de ataque especial Mitate. Y una vez más el resultado fue un fracaso total. De los 21 aviones que salieron, más de un tercio fracasó en su intento de alcanzar el área de Ulithi. Sólo cuatro de ellos consiguieron alcanzar la zona de ataque, el alto mando nipón consideró que realizar el ataque en esas condiciones era inútil y anuló la misión, ordenando a los cuatro bimotores el regreso a Kyushu.
El almirante Ugaki consideró que este tipo de ataques sobrepasaba, en esas circunstancias, la capacidad japonesa: No sólo había una considerable distancia a salvar, 1.400 millas, si no que ni tan siquiera podían pronosticar las condiciones atmosféricas durante el vuelo, un factor que se había mostrado fundamental a la hora de economizar combustible. Ulithi fue dejado de lado, los esfuerzos debían de ser dirigidos hacia una zona de guerra que en esos momentos se encontraba en su punto algido: Okinawa.
La mayoría
de los historiadores pasan por alto, o minimizan, la historia de la Operación
Tan. Considerándola un fracaso más de los japoneses que apenas influyó a las
operaciones estratégicas del final de la guerra del Pacífico. Realmente no
están equivocados, en resumen fue un acto desesperado y, como finalmente
reconoció el propio Ugaki, fuera del alcance de las posibilidades reales de las
fuerzas aéreas japonesas.
No obstante, ha de reconocerse que la idea en sí no era una locura. El hecho de que la unidad Azuza alcanzase Ulithi sin ser detectada lo confirma y si la fortuna se hubiese aliado con los japoneses posiblemente estaríamos hablando de uno de los ataques más espectaculares de toda la guerra. Igualando al ataque británico a Tarento el 11 de noviembre de 1.940, que decapitó el potencial naval italiano, o, tal como hemos indicado al iniciar el artículo, consiguiendo un segundo Pearl Harbour.
Aún así el resultado final de la contienda hubiese seguido invariable, la derrota del Japón era cuestión de tiempo y ya nada podía impedirla, el éxito de la Operación Tan por si solo no podía girar el curso de la guerra... ¿O quizás sí?.
Tomado de http://webs.ono.com
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