Martin Luther King. (n.g.)
En el último medio
siglo, el asesinato de un presidente, un primer ministro o un gran líder
no puede considerarse un hecho aislado. En todos los continentes han
caído por los más diversos motivos. Los de John F. Kennedy y de su
hermano Robert, un lustro más tarde, son solo dos de los casos.
1961: Rafael Leónidas Trujillo
Los 31 años que se prolongó la Era Trujillo se resumen
en un dato: el de las 50.000 personas que murieron a manos del régimen.
Rafael Leónidas Trujillo gobernó con mano férrea la República Dominicana
desde 1930 y lideró una de las dictaduras más sangrientas del siglo XX.
Al final, el generalísimo, que combatió el comunismo y elevó su
personalidad a categoría de culto, cayó a manos de once afectos al
régimen.
Ocurrió el 30 de mayo de 1961. El Jefe volvía a su casa de San
Cristóbal con su chófer cuando fue víctima de una emboscada. A las diez
menos cuarto de la noche, el coche en el que viajaba fue tiroteado. De
las más de 60 balas que se dispararon, seis alcanzaron al generalísimo y
le causaron la muerte. El asesinato de Trujillo, conocido como ajusticiamiento,
fue perpetrado por once allegados a la dictadura en una conspiración
tramada con Estados Unidos, que había sido el principal patrocinador del
régimen trujillista y que participó en el crimen a través de la CIA. Al
parecer, el interés de los estadounidenses por acabar con la vida del
general se debió al temor a una revolución del pueblo dominicano. La
represión constante y, sobre todo, acontecimientos como la violenta
muerte de las hermanas Mirabal, firmes opositoras, o el intento de
asesinato del presidente venezolano, Rómulo Betancourt, llevado a cabo
por agentes de Trujillo, habían provocado el rechazo de todos los
sectores sociales al gobierno dictatorial.
Nadie limpió la escena del crimen, en la que eran visibles las
armas y varias pistas que facilitaron al Servicio de Inteligencia
Militar (SIM) la captura de los culpables del asesinato de El Chivo, otro de los apodos con los que se conocía a Trujillo.
1968: Robert Kennedy
"Mi determinación de eliminar a RFK se torna cada vez más en
una obsesión inamovible. RFK debe morir. RFK debe ser aniquilado. Robert
F. Kennedy debe ser asesinado... Robert F. Kennedy tiene que ser
asesinado antes del 5 de junio de 1968". Estas fueron las palabras que
escribió Sirhan Bishara Sirhan, inmigrante palestino, en el diario que
se encontró durante un registro en su domicilio. El magnicidio que acabó
con la vida de Robert Kennedy, senador de los Estados Unidos, lo
perpetró Sirhan el día que había fijado como fecha límite para llevarlo a
cabo. Robert Kennedy, hermano menor del también asesinado presidente
John F. Kennedy, se había proclamado ese día vencedor en las primarias
demócratas de California, y estaba celebrando el éxito de su campaña en
el hotel Ambassador de Los Ángeles. Tras ofrecer un discurso de
agradecimiento a sus electores en el salón de los embajadores, Kennedy
se encaminó a ofrecer una rueda de prensa en otra sala del mismo
edificio. Mientras atravesaba el área de la cocina, repleta de una
multitud de seguidores, Sirham sorprendió a los asistentes y comenzó a
disparar contra Kennedy con un revólver calibre 22. Una de las tres
balas que lo alcanzó le entró por detrás de la oreja izquierda hasta
alojarse en el cráneo, resultando mortal. El senador fue trasladado al
hospital Good Samaritan, donde falleció en la madrugada del 6 de junio,
cinco años después del asesinato de su hermano.
Sirham, que fue declarado culpable y condenado a cadena
perpetua, sigue encarcelado en la Prisión Estatal de California. Durante
el registro de su domicilio confesó a la Policía que su odio hacia el
senador se debía al apoyo que había ofrecido al Estado de Israel. De
hecho, la fecha del magnicidio coincidió con el primer aniversario del
inicio de la Guerra de los Seis Días.
1968: Martin Luther King
"Como a todos, me gustaría vivir una larga vida (...). Pero no
me preocupa eso ahora, solo quiero cumplir la voluntad de Dios". La
noche del 3 de abril de 1968, en Memphis, Martin Luther King pronunció
estas palabras en su célebre discurso He ido a la cima de la montaña.
Con perspectiva, parecieron proféticas: al día siguiente fue asesinado.
Para entonces, Luther King ya se había convertido en un símbolo en la
defensa de la igualdad racial en Estados Unidos. Sus acciones de
resistencia pacífica habían despertado oleadas de violencia contra el
pastor, que ostentaba el premio Nobel de la Paz, y sus seguidores. Su
vida aparentaba estar en peligro, y él parecía saberlo.
La tarde del 4 abril, King estaba en su habitación del motel
Lorraine en Memphis, donde iba a encabezar una marcha de apoyo a los
basureros de la ciudad. Salió al balcón y saludó a la gente que había
venido a verlo. En el edificio de enfrente se escondía el francotirador
que acabaría con su vida. King hablaba con su compañero y músico Ben
Branch mientras el asesino esperaba el momento idóneo. Las últimas
palabras de King fueron para su amigo. Le pidió que esa noche tocara Señor, dame tu mano
y que lo hiciera "de la manera más hermosa". Segundos después, una bala
atravesaba su cabeza dejando a los médicos sin opción de salvarlo.
Un delincuente habitual, James Earl Ray, fue declarado
culpable del asesinato. Aunque en un principio admitió la autoría, murió
en 1998 negando su implicación. La familia del Nobel de la Paz tampoco
creyó que Ray fuese el culpable y apuntó durante años a la implicación
del Gobierno. El misterio se mantendrá, probablemente, hasta 2029, fecha
en la que se harán públicos los archivos de la investigación.
1973: Luis Carrero Blanco
Antes de ser presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco
había probado suerte en el mundo de las letras. Bajo el seudónimo de
Juan de la Cosa publicó La victoria de Lepanto, una obra que le
valió el Premio Nacional de Narrativa. El libro era un alegato
anticomunista, uno de los rasgos de identidad de su autor, junto a su
profunda fe cristiana y su fidelidad a Franco. Estas cualidades le
hicieron ir ganando puestos hasta que se convirtió en el primer
presidente del Gobierno del régimen. Ese día, su mujer lloró
desconsoladamente: estaba convencida de que su marido iba a ser
asesinado.
Carrero escuchaba misa todos los días a las nueve de la mañana
en una iglesia en la calle de Serrano, en Madrid, y un comando de ETA
desplazado a la capital lo sabía. La operación Ogro, como se
conoce al magnicidio, se había gestado de manera complicada: la idea
inicial era secuestrar a Carrero y canjearlo por 150 presos de la banda
terrorista, pero la fuerte escolta del presidente alentó un cambio de
planes: había que asesinarlo. Ocurrió el 20 de diciembre de 1973, cuando
llevaba poco más de tres meses en el cargo. A la salida de misa, cuando
circulaba en el coche oficial por la calle Claudio Coello, una
fortísima explosión lanzó por los aires el vehículo, que fue a parar al
patio interior del contiguo convento de los jesuitas.
El atentado contra Carrero Blanco fue un duro golpe a un
régimen que hasta entonces no había calibrado la amenaza terrorista.
Aquello trajo también consigo una imagen insólita para la opinión
pública: por primera vez, y en público, se vio llorar a Franco.
1978: Aldo Moro
La sentencia de muerte de Aldo Moro se fijó casi por
casualidad: un día, un miembro de la organización terrorista de extrema
izquierda Brigadas Rojas divisó al líder de la Democracia Cristiana (DC)
en la iglesia de Santa Clara de Roma. Tras comprobar que hacía siempre
el mismo trayecto, la banda decidió asesinarlo.
El 16 de marzo de 1978, a las nueve de la mañana, un comando
de unos diez terroristas se apostó en el cruce de la vía Mario Fani con
Stresa. Moro, que había ostentado en dos ocasiones el cargo de primer
ministro, se dirigía a la sesión de investidura del cuarto gobierno de
Giulio Andreotti, que iba a contar con el apoyo inédito del Partido
Comunista Italiano (PCI). En una operación diseñada por el líder de la
banda, Mario Moretti, en tan solo tres minutos metieron al político en
un coche y ametrallaron al chófer y a sus guardaespaldas. Comenzaba
entonces un secuestro que duraría 55 días.
El de Aldo Moro fue un magnicidio a cámara lenta. Durante los
casi dos meses que duró el cautiverio, el grupo terrorista hizo llegar
comunicados y cartas del propio rehén dirigidas a su mujer y a sus
compañeros de partido. Se llegó, incluso, a anunciar su muerte, que las
Brigadas Rojas tuvieron que desmentir enviando una fotografía de Aldo
Moro con el periódico La Repubblica del día anterior.
Ante la negativa del Gobierno a negociar, las Brigadas Rojas
asesinaron a Moro y abandonaron su cuerpo en el interior del maletero de
un Renault 4 en la vía Caetani, entre las sedes de la DC y el PCI. El
cadáver fue encontrado el 9 de mayo acribillado con once balas. En
octubre de 1993, el propio Moretti confesó ser el autor de los disparos.
Este asesinato puso fin a la alianza entre democristianos y comunistas,
una unión que no se veía con buenos ojos ni en Washington ni en Moscú
en plena Guerra Fría.
1981: Anwar el-Sadat
Ante las 100.000 personas que se habían congregado en el
estadio Medinet Nasr para contemplar el desfile militar conmemorativo de
la guerra de octubre de 1973 contra Israel fue tiroteado el presidente
egipcio Anwar el-Sadat el 6 de octubre de 1981. Falleció dos horas más
tarde en el hospital Maadi de El Cairo.
El ataque se produjo a mediodía, cuando el desfile terminaba.
Pasaban en esos momentos los tanques anticarro, cuando uno de ellos se
paró y tres hombres se bajaron del vehículo. El-Sadat, jefe de Estado
desde 1970, pensó que se trata de un homenaje sorpresa del Ejército y se
puso en pie. Entonces, un fusil de asalto soviético abrió fuego desde
el camión y alcanzó al presidente. A continuación, los tres individuos
que se habían bajado abrieron fuego. El comando, formado seis personas,
causó en 30 segundos la muerte de cinco personas, y dejó heridas a 38.
Tres de los atacantes murieron en el tiroteo. Poco después, se
recibieron llamadas anónimas que reivindicaban la autoría del atentado
para la Organización Independiente para la Liberación de Egipto, pese a
que en principio todo apuntase hacia los Hermanos Musulmanes.
No obstante, hay diversas teorías que especulan sobre los
motivos. A nivel internacional, se habían producido los acuerdos
egipto-israelíes por el que el país de los faraones recuperaba el Sinaí a
cambio de reconocer al Estado hebreo. Los palestinos les acusaron de
traidores, a la vez que fue marginado por el resto de países árabes. En
el ajedrez de las relaciones internacionales, el-Sadat había apostado
por acercarse al bloque occidental.
En clave interna, tuvo lugar una gran represión a la
izquierda, incluso la moderada, que hasta entonces estaba ligeramente
permitida; también contra los coptos, para intentar ganarse la simpatía
de los musulmanes. Algunas teorías apuntaron también a la implicación de
las fuerzas armadas en el magnicidio.
1984: Indira Ghandi
La mañana del 31 de octubre de 1984, Indira Gandhi se había
preparado para su primer compromiso del día: una entrevista que le iba a
hacer Peter Ustinov, un actor y humorista británico que preparaba un
documental. No se puso el chaleco antibalas y emprendió a pie el camino
hacia su despacho, que se encontraba en un edificio a escasos 300 metros
de su vivienda. Entre ambos inmuebles se había construido una barrera
en la que se encontraban dos miembros de su guardia personal, Beant
Singh y Satwant Singh. Fueron ellos quienes dispararon 33 balas contra
la primera ministra, que murió en el traslado al hospital.
El Gobierno indio, temeroso de que se desencadenaran
desórdenes en las calles, demoró el anuncio de la noticia. Sin embargo,
no pudo evitar que se extendieran los rumores por distintas ciudades del
país. La confirmación llegó en forma de llamada a la sede de la agencia
norteamericana Associated Press en Nueva Delhi. Un comunicante
anónimo anunció: "Nos hemos vengado. ¡Viva la religión sij!". Tal y como
preveía el Gobierno, las calles se convirtieron en un campo de batalla:
más de 5.000 personas resultaron muertas. Rajiv Gandhi, hijo de Indira
Gan-dhi, tomó posesión del cargo para evitar que la inestabilidad se
apoderara del país. Siete años después, Rajiv Gandhi fue también
asesinado en un atentado perpetrado por un terrorista suicida.
2007: Benazir Bhutto
Un velo blanco cubría parte de su cabello, sus labios lucían
rojos por el carmín y su mirada adquiría todavía más fuerza gracias al
carboncillo negro. Era el 2 de diciembre de 1988 y era una mujer la que
estaba siendo proclamada Primera Ministra de Pakistán. El mundo estaba
asombrado. Nunca antes había ocurrido en ese país, ni tampoco en ninguno
islámico. Su nombre, Benazir, significa única, incomparable. Su
apellido, Bhutto, aludía a una familia moderna para la época, a la que
se les había llegado a llamar los Ke-nnedy de Pakistán. Su padre, Ali
Bhutto, fue el primer ministro del país hasta que un golpe de Estado se
llevó su vida por delante e impuso una dictadura.
Tras la muerte del dictador, Benazir Bhutto recogió el testigo
de su padre y volvió a la política. El apoyo que generaba en torno a su
figura era apabullante. Ganó las elecciones dos veces, en 1988 y en
1993. En su primer gobierno abrió 48.000 escuelas, liberó a los
prisioneros políticos, llevó electricidad a las casas, les facilitó agua
y creó estaciones de Policía femenina. Mientras, fue objeto de feroces
campañas de desprestigio que la llevaron a abandonar el cargo y la
empujaron en dos ocasiones al exilio. Regresó en 2007 y el entusiasmo
que generó en las calles pakistaníes pareció ser suficiente razón para
su asesinato. Durante una marcha con simpatizantes, se oyeron tres
disparos y una explosión: Bhutto había caído asesinada. La autoría no
está esclarecida, pero la familia acusó al Gobierno que, temeroso de que
ella les arrebatara el poder, pudo dar la orden de matarla.
Tomado de http://www.noticiasdegipuzkoa.com
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