En las tertulias de la Nicaragua sandinista de los años
80, en un contexto estremecido por los aires insurreccionales de casi
toda la región centroamericana, Honduras era el “país donde nunca pasaba
nada”. Eran tiempos en que Nicaragua iniciaba su camino independiente,
ya liberada de la subyugación a la que la sometió la familia Somoza por
más de cuatro décadas, en El Salvador había sido fundado -después de la
unión de las fuerzas populares- el Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional (FMLN), que desarrollaba una desigual batalla contra
las juntas democratacristianas apoyadas por Estados Unidos y hasta en
Guatemala, las fuerzas guerrilleras que llevaban varios años
desarrollando la lucha armada enfrentando a los gobiernos militares que
30 años antes habían derrocado al presidente Jacobo Arbenz, se habían
unido, creando la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG)…sin
embargo…en Honduras no pasaba nada.
Para aquellos que habíamos ido desde otras latitudes a hacer un
aporte en la lucha de esos pueblos hermanos, adentrarnos en la vida de
los países centroamericanos significó introducirnos en un mundo
desconocido, en una región solo explorada desde la lejanía por el
conocimiento de las hazañas de Francisco Morazán en el siglo XIX y de
Augusto C. Sandino a comienzos de la centuria que transcurría. Así
mismo, conocíamos la región a través de la pluma de Rubén Darío y de
Miguel Ángel Asturias. Pero, siempre subyacía aquella peregrina idea de
que…en Honduras no pasaba nada.
Sin embargo, para los combatientes revolucionarios de esos países,
Honduras había significado y significaba la retaguardia fraterna y
solidaria que ayudaba a sostener tales batallas en contra de un enemigo
común. El país incrustado como un triángulo entre sus hermanos, aportó
su propia cuota silenciosa de asesinados y desaparecidos por el apoyo
que dio a sus vecinos en lucha. Los escuadrones de la muerte operaban
con saña bajo la asesoría de la embajada de Estados Unidos dirigida por
el tristemente célebre John Negroponte, ex agente de la CIA, quien desde
su puesto en Tegucigalpa conducía la lucha de la “Contra” en
Nicaragua. Así, fuimos descubriendo que en Honduras si pasaban algunas
cosas que no estaban a la vista de la opinión pública, pero que tenían
una influencia directa en los acontecimientos bélicos de los países
vecinos y en su propio territorio.
En esa época, bajo el influjo de la revolución sandinista, la
Honduras que gobernaba con mano de hierro el general Policarpo Paz
García apresuró una Constituyente que entre sus primeros acuerdos
confirmó a Paz García como presidente ¡Vaya Constituyente!. En 1982, el
nuevo presidente Roberto Suazo promulgó una ley antiterrorista que
criminalizaba la protesta social a la que consideraba “intrínsecamente
subversiva”.
Ya en 1924, el país centroamericano había sido invadido por Estados
Unidos para imponer el poder tras bambalinas de la United Fruit Company,
y en la década de los 80 del siglo pasado – ante los avances
revolucionarios del entorno- vio como se estacionaron las tropas
estadounidenses que sirvieron de apoyo logístico a las bandas armadas
que desarrollaba la guerra contra el poder sandinista. Se calcula que en
1983, Estados Unidos tenía 1200 soldados en el país.
Los procesos de paz que se llevaron adelante en los países
centroamericanos que mantenían conflictos armados al finalizar la década
de los 80 y comienzos de la de los 90 tuvieron un influjo en Honduras.
Sus gobiernos se vieron obligados a decretar amnistía a los presos
políticos, abolir la ley antiterrorista, subordinar las fuerzas de
seguridad al poder civil y disolver la Dirección Nacional de
Investigaciones (DNI), acusada por los organismos independientes de
defensa de los derechos humanos como el ente del Estado responsable de
las torturas y las desapariciones.
Sin embargo, ello no impidió que desde 1990 se implantara un modelo
neoliberal a ultranza y que en 1995 se creara la Unidad de Investigación
Criminal, sustituta de la DNI, integrada por 1500 hombres y asesorada
por las fuerzas de seguridad israelíes y estadounidenses. En esa época,
como promedio 50 personas eran asesinadas diariamente en el país
centroamericano. El 80% de la población vivía en condiciones de pobreza
y 228 terratenientes controlaban más del 75% de las tierras del país.
La represión indiscriminada, sobre todo en sectores rurales, el
intento fallido de suprimir por la fuerza a las bandas juveniles
denominadas “maras” y la subordinación desembozada a Estados Unidos
marcaron la política hondureña de fines del siglo pasado y comienzos de
éste.
Proveniente de las propias fuerzas políticas del modelo, en 2005 fue
elegido como presidente el liberal Manuel Zelaya. Al asumir su mandato,
Honduras era el tercer país más pobre de América Latina después de
Haití y Nicaragua.
El nuevo presidente se propuso hacer algunos cambios y tomar medidas
para mejorar las condiciones de vida de los excluidos. Propuso al
Congreso aprobar una ley de participación ciudadana a fin de ampliar
el marco democrático en su país. En esa lógica, en enero de 2007 tomó
control temporal de la venta minorista de gasolina a fin de reducir los
precios de los combustibles, tras la imposibilidad de llegar a un
acuerdo con las empresas Chevron y Exxon Mobil.
Su acercamiento a la Alba, el ingreso de Honduras a Petrocaribe y la
preparación de la Cumbre de la OEA en San Pedro Sula en junio de 2009 en
la que contra la opinión de Estados Unidos se eliminaron las
restricciones para el retorno de Cuba a la organización colmaron la
paciencia de Washington que incrementó las actividades conspirativas
para derrocar al gobierno. Un golpe de Estado coordinado desde la
Embajada de Estados Unidos y en el que participaron las fuerzas Armadas,
los poderes públicos y hasta el propio partido liberal de Zelaya, lo
destituyó por la fuerza el 28 de junio de 2009. En ese momento
Negroponte era Subsecretario para Asuntos Latinoamericanos, del
Departamento de Estado de Estados Unidos y Hugo Llorens el embajador
estadounidense. A este personaje se dirigió el nuevo presidente
hondureño Porfirio Lobo con el objetivo de solicitarle el visto bueno
para nombrar a los ministros de su gabinete, como el mismo Presidente
Lobo reconoció en una entrevista concedida el 31 de enero de 2011 a la
emisora HEN de Tegucigalpa. Para que no quedaran dudas, el mandatario
hondureño agregó que “Es tradicional que Honduras consulte todo lo que
hace con Estados Unidos, por lo que por décadas se le ha denominado:
´Traspatio de Estados Unidos` o el clásico mote de ´República
Bananera`”.
Ahora, nuevamente la Embajada de Estados unidos es protagonista. La
semana pasada en este mismo espacio comenté que “…no tengo dudas que
Xiomara Castro ganará en las urnas, hace falta saber si lo hará en el
conteo de votos…” Lamentablemente parece que los hechos me están dando
la razón. Al escribir estas líneas la candidata del partido Libre no
aceptaba los resultados anunciados por el tribunal Supremo electoral y
denunciaba fraude.
En la preparación del mismo, una semana antes de las elecciones del
24 de noviembre, la Embajadora de Estados Unidos, Lisa Kubiske, en un
discurso informó que era posible que no se determinara el resultado de
las elecciones el mismo día del evento electoral. Era una clara
manifestación injerencista con la intención de marcar la pauta que debía
seguir el instituto electoral. Si el presidente había afirmado que era
normal consultar a Estados Unidos, lo más probable es que debió inquirir
a la embajadora acerca de quién debía ser su sucesor. De otra manera,
no se explica que la misma embajadora afirmara, -unos minutos después de
la apertura oficial de los comicios- que los hondureños no deberían
tener miedo de ”…utilizar el poder del sufragio… ustedes deben
preguntarse qué clase de país quieren construir los hondureños”.
Fue la orden de largada para el muy bien organizado fraude electoral.
Todos los actores nacionales e internacionales, políticos,
empresariales, eclesiásticos, y de comunicaciones, accionados como por
una varita mágica comenzaron a jugar sus roles. Sin embargo, ahora en
Honduras si están pasando cosas: el pueblo está en la calle defendiendo
su victoria, el bipartidismo fue derrotado y a diferencia del pasado,
hoy existe una organización política que junto a los movimientos
sociales han logrado generar una voluntad de resistencia que sembró
patria y conciencia.
Nunca las victorias populares han sido fáciles y cuando se obtienen,
llega lo más complicado porque la contraofensiva imperial no tiene
contemplaciones. Ayer, en Honduras, el imperio y las fuerzas retrógradas
de la sociedad recurrieron al golpe de Estado, hoy al fraude electoral y
siempre encontramos una constante: la presencia intervencionista de la
embajada de Estados Unidos. Menos mal que el secretario Kerry anunció
el fenecimiento de la Doctrina Monroe, entonces, ¿cómo se llama esto?
Por Sergio Rodriguez Gelfenstein
Tomado de http://radio.uchile.cl/
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